Crónicas y delirios | El más común de los lugares

08/08/2025.- Nuestro recordado Ludovico Silva expresaba en un breve y memorable ensayo que los lugares comunes son la fórmula ideal para no pensar. Decía el gran Ludo: “Se puede escribir libros, dar conferencias, dictar cátedras, sin necesidad alguna de pensar; basta acudir al inmenso arsenal común, a ese fondo ideológico de creencias, suposiciones, valores, conceptos, todos prefabricados, que constituyen el acervo de lugares comunes dentro de cada grupo social”.

Y tiene absoluta razón Ludovico, ahora en su brumosa dimensión abstracta, pues casi todo lo que nos rodea está imbuido de un “lugarcomunismo” (así lo llamaba el inolvidable Aníbal Nazoa), que nos impide poner en funcionamiento las neuronas de la inteligencia. Si por caso encendemos la TV, de ella quizás salte un río de frases fijas cual síndrome tarzanesco; si por error del destino adquirimos un best seller de centro comercial (¡Dios nos ampare y evite desfavorecernos!), percibiremos enseguida la reducción del lenguaje a un estilo de “loro estepario” o de tartamudeo sin rumbo.

Para ejemplificar lo anterior, a continuación insertamos la pieza premiada en el último Festival de contaduría de cuentos y afines, que celebró por todo lo alto la ciudad de Muletilla Grande, ¡oído a esos tambores, amigos!:

“Llovía a cántaros y el frío me calaba los huesos. Los pájaros no entonaban sus hermosos trinos ni se escuchaba el grato rumor del viento. Entonces pensé que la mía era una tortuosa vida con su pesado fardo de angustias y sinsabores. De inmediato, las lágrimas, como perlas de desconsuelo, tomaron profusamente mis ojos, dejándome un sabor amargo. Ella, la mujer de mis ilusiones, la de manos de seda y labios de carmín, no estaba a mi lado; y por eso sentí que el corazón se me hacía jirones. En tal momento aciago, quise que la muerte me sumergiese en su oscuro abismo".

“Vino la negra noche y no podía conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama y lloraba desconsoladamente. Cuando, por fin, me entregué en brazos de Morfeo, una pesadilla fantasmagórica me puso los nervios de punta, pues veía monstruos horribles e infernales que bailaban en son diabólico. Al borde de la desesperación, me levanté y giré sobre mis talones. De un portazo que se oyó a muchos metros a la redonda, abandoné el aposento".

“Caminé como un vagabundo sin destino fijo. El cielo ya estaba despejado y, sin embargo, el dolor en la boca del estómago me producía la sensación de un manto terrible sobre mi pobre humanidad. La duda me asaltó: ¿Acaso había perdido la brújula y el rumbo? ¿Acaso se debía a la nieve de los años? ¿Quizás flaqueaba mi voluntad, igual que pierde el loco la palabra?".

“Me devané los sesos en afán de respuestas, mientras sudaba copiosamente. Antes, mi vida había sido un libro abierto, un agua clara, una música cantarina, pero ahora las tinieblas me hundían en un mar de tormentos. ¡Tenía que luchar a brazo partido para no sucumbir frente a la adversidad! ¡Tenía que sacar fuerzas desde lo más profundo de mi ser!".

“Como un autómata, seguí caminando a través de calles solitarias. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca, y ya el alba encendía sus pétalos de luz. Para rumiar mi propio desconsuelo, me dirigí a un establecimiento que estaba siempre con las puertas de par en par, y ordené una botella de licor. El tabernero, un personaje de edad imprecisa y con cara inescrutable, enarcó las cejas pero me sirvió el ansiado líquido. Bebí de un solo tirón, como si se fuese a acabar el mundo, y solicité más y más con el objeto de sumirme en la total inconsciencia. Deseaba perder todo contacto con la realidad, quería que el alcohol me hiciera presa de sus falsas quimeras.

“El tabernero de marras, al observarme beodo cual una cuba, se sentó a mi lado para brindarme compañía. Yo le narré en un santiamén mis tristes sufrimientos, por causa de aquella vil mujer que había preferido las comodidades que le ofrecía un rico hacendado dueño de muchas tierras y bienes. Mi interlocutor trató de calmarme mediante sabios consejos, producto de su experiencia personal, pues él también había padecido los rigores del abandono. Y me dijo: “Perdónala y búscala; ten esperanza porque la esperanza es lo último que se pierde”.

“Corrí entonces, como alma que lleva el diablo, hasta la residencia de mi amada. Al verla, se me nublaron los ojos y me temblaba el pulso. Empero, hice acopio de valentía para susurrarle al oído: “Aún te adoro y por eso borraré de mi mente todo lo infame que ha ocurrido. Juntos otra vez, adorada mía, forjaremos un venturoso porvenir”.

“Ella, observándome de pies a cabeza con sus inmensas pupilas cual zafiros, me respondió sin un ápice de consideración: —¡No, no y mil veces no, mi amor por ti se acabó hace siglos, se lo llevó el viento, se volvió pura ceniza. ¡Desaparécete en el término de la distancia, regresa como un rayo por donde mismo viniste, no quiero verte ni en pintura nunca más!".

“Ahora todo para mí es absoluto desconsuelo, lloro amargamente en medio de la lóbrega noche hasta que aparecen las primeras luces del amanecer. Ya no aguanto ni un ápice más, tengo los nervios de punta y el alma desecha, por eso he adoptado una crucial decisión. ¡Adiós, alma mía!, me voy amándote eternamente, el revólver sobre la mesita de noche se ocupará de mí"…

The end, o sea, este mal ejemplo terminó.

Igor Delgado Senior

 

 

 

 

 

 

 

 


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