Letra fría | Me está doliendo el alma, Eddie Palmieri

08/08/2025.- Me tocó entrevistarlo en el hotel Tamanaco hace unos 30 años, ya deben ser más de 40. La noche anterior lo conseguí en el camerino de Guaco, en el Poliedro, y concertamos reunirnos al día siguiente. Me preguntó si teníamos hijos, porque andaba con Dilcia y pidió que los llevara, la cita era en la piscina a mediodía, y allí dejamos a Dilcia, con Ligeia y Marcel, con la encomienda a un mesonero de que les diera lo que pidieran, banquete de hamburguesas, tequeños y perros calientes, y nos fuimos a su habitación a grabar el mandado. Al rato, las volutas de humo y las locuras de aquella conversación inundaban la sala, cuando llegaron los niños y les regaló todos los chocolates de la neverita, se grabó la voz de Marcel, que tenía como 5 años. Al ir creciendo se convirtió en ultrafanático y, como es DJ, nunca se cansó de poner la entrevista a sus amigos. Había heredado la fanaticada nuestra, que alimentaban el poeta Álvaro Montero y el pintor Ricardo Domínguez, al irse para la escuela, muy borrachos y amanecidos, aquellos gandules, oyendo “vámonos pa’l monte”, le gritaban, ¿Quién es el jefe?, y él, con aquel orgullo infantil, contestaba ¡Palmieri! y se fue incubando aquel amor genuino por el pianista más vanguardista de la música afrocaribe.

Aquella entrevista cogió para mi asombro páginas centrales en el Diario de Caracas, donde yo escribía —modestia aparte, era buena la vaina—, habló de los trajes de marinerito para carnaval que le hacía su mamá costurera, de los correazos —los mejores dados en la historia de la música— cuando no quería tocar el piano. De cuando dejó de tocar el timbal y se lo regaló a su tío porque pesaba mucho, su mamá le insistía que su hermano Charlie, al ir a tocar, no tenía que cargar con nada. Y toda una reláfica en spanglish del petróleo y las estrellas que me develaron una de las mentes más brillantes del mundo.

Con los años anteriores, Rafael Fuentes, editor de una revista de farándula, me pidió una nota sobre la muerte de Charlie Palmieri y me mandé un texto bien sentido que supuraba mi admiración. Imagino que se lo hizo llegar, porque por esos años hacía yo un curso de inglés y me fui a verlo en la Blue Note de NY. Después descubrí que realmente fue en Sobs, adonde me había coleado por la puerta de los artistas después de rogar con honores a un amable gorila de seguridad. Cuando vine a ver, estaba en los camerinos y yo conversando con unos músicos, Jimmy Delgado, Johnny Almendra y otros que había conocido con la orquesta de Willie Colón, que seguramente lo acompañaban esa noche. De pronto se abrió una puertica y Eddie me hacía señas, y yo miraba pa'trás a ver con quién era. Y era conmigo. “Ven pa'cá venezolano, vamos a acomodarnos para que escuches este concierto que te voy a dedicar”, y el resto de la noche fue de comunicación total. Su hermano Charlie y yo fuimos las miradas volátiles de aquel concierto maravilloso.

No sé de dónde salió este texto, tal vez de mi mala costumbre de escribir obituarios adelantados, ya lo que falta es escribirme el mío, del que ya llevo algunas líneas, para que lo publique Marcel, porque hace rato que este apartamento huele a flores de muerto. Mi buen amigo, el psiquiatra Cristóbal Macia, padre de mi comadre Carmen Elena y de Claudia y Morelita, descubrió un día que se habían muerto todos sus amigos y dejó de comer hasta su desaparición física. No creo que lo vaya a imitar, porque soy muy goloso, desayuno 4 veces, desde las dos de la madrugada hasta el mediodía, y luego almuerzo y ceno antes de empezar a beber. Soy un borracho serio.

El cuento es que murió mi querido Palmieri, me enteré por los chats de Hermes Vargas y Carmen Irene. “Se murió El Sapo”, y no lo podía creer. Aunque ya lo venía sospechando, desde que anunció algunos meses que se retiraba temporalmente por razones médicas. Hace unos días, decidí que no vuelvo a Nueva York ni a La Habana, porque ya se han muerto todos los amigos, El Gato Tuerto ya no es lo que era, y a Manhattan no vuelvo porque no quiero llorar más. La muerte de Eddie es un anuncio de que la mía se aproxima. Lo he pensado tantas veces que ya decidí sentarme a esperar que venga cuando le dé la gana. La muerte es una certeza, que hasta suena bonita en un solo de piano de Palmieri.

Dormí toda la tarde, una manera de comenzar a morir. Siempre he creído que esa es la mejor partida, de un sueño a otro, y al despertar tipo diez de la noche, me enteré de la ingrata noticia. Palmieri me duele burda. Fue mi héroe musical y filosófico, aparte de su buen humor, que me encantó. Su muerte me deja muy triste y desvalido más. Sus dedos en las blancas y las negras me inspiraban y me siguen inspirando, ahorita lo oigo y veo su cara de sapo con la boca abierta, como aquella noche en Sob’s, que traduce sonidos de Brasil, otro de los importantes templos del jazz neoyorquino, en el bajo Manhattan, cuando parecíamos un par de maricas enamorados. ¡De pura magia musical, porsia! ¡Vade retro, mal pensados!

Me da mucha tristeza esta partida anunciada de Eddie. Me está doliendo el alma, Eddie Palmieri.

¡Honor y gloria musical para mi pana Palmieri!

Humberto Márquez 


Noticias Relacionadas