Palabr(ar)ota | La mínima caligrafía de Belén Ojeda

07/08/2025.- La poesía de Belén Ojeda suele acarrear una densidad sentenciosa que la aproxima, al menos en buena parte de ella, a una colección de aforismos. Cada verso parece contener una verdad autónoma, una reflexión que se sostiene por sí misma. Lo anterior favorece una lectura fragmentada, como si cada verso fuera una pieza independiente.

Vale decir, que en buena parte de la poesía de Ojeda no siempre existe una ilación que enlace el principio y el fin del poema. La estructura se despoja de la obligación de ser coherente entre el primer y el último verso y se concentra en ofrecer imágenes que impactan por su fuerza o por su belleza.

Algo que no puede dejar de llamar la atención del lector es la multitud de elementos naturales que recurren una y otra vez en su poesía. Desiertos, aguas, piedras, nubes, llamas, árboles, pájaros y varios otros funcionan como imágenes que evocan la vastedad de la experiencia humana y la presencia de una mirada que no se desprende en ningún momento de su entorno. Con ello, Ojeda confiere a su obra un carácter cósmico que asocia sin cesar la subjetividad intimista con una naturaleza que deja de ser objetiva para cargarse de los valores y significado proyectados por la voz poética.

Dado lo anterior, no es de extrañar que en esta sea notable la insistencia en lo colectivo. En estos poemas se suele preferir el “nosotros” en vez del usual y singular “yo” poético. Este enfoque refuerza una visión en la que la experiencia individual se diluye en la comunidad, en la humanidad compartida. “Nuestro vuelo no conoce itinerario”; “Hacemos el invierno y nos escondemos del sol”, son ejemplos de un tipo de aproximación no solo a lo colectivo entendido como comunidad, sino a una clara inclusión del otro, que si bien no aparece explícitamente en sus versos, se alude permanentemente en esa primera persona del plural.

Otro aspecto fascinante de su obra es el diálogo que establece con otras disciplinas artísticas, especialmente con la pintura y la música.

En relación con la pintura, Belén Ojeda parece ponerle palabras a las imágenes, como si tradujera el lenguaje visual en versos. En este sentido, su poesía encuentra ecos en la obra de Armando Reverón, el maestro de la luz en la pintura venezolana. En un interesante ejercicio de transposición y sinestesia, el verso tiende a traducir lo visual a lo verbal, con la añadida explicitud que solo puede dar la palabra. En cierto modo escuchamos a Reverón, o al menos a la voz que lo encarna, apuntar a la presencia de los colores y a otras imágenes visuales que establecen una relación de diálogo con las pinturas del maestro.

La antología poética de Belén Ojeda, publicada por la editorial Acirema, titulada Mínima caligrafía, brinda la estupenda oportunidad de asomarse a la trayectoria creativa de una escritora en cuya obra es posible adivinar el largo proceso de reflexión acerca del arte de poetizar que conduce sus versos desde la primera hasta la última página de este libro.

Cósimo Mandrillo

 

 

 

 


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