Aquí les cuento | Yessir

01/08/2025.- Yo no sé por qué estoy aquí. No merezco esto. Y me he estado preguntando, ¿qué culpa tengo yo de que estos gringos hayan puesto a ese rolo'e loco como Presidente?

Recuerdo que vendí mi carro, allá en Caracas, empezando el presente siglo, y me vine hace exactamente veinticinco años. Estaba joven todavía, porque a los cuarenta años uno es un roble, con experiencia y ganas de seguir en la lucha por mejorar la situación.

Sabía que no podría resistir el régimen y me largué.

El compa que me ayudó a venir era un viejo conocido, pagó todo lo necesario para que llegara, y me consiguió un estacionamiento para dormir.

Él me dijo que aquí nada era gratis, y de eso ya aprendí bastante. Trabajando duro, a los tres años le había pagado todos sus gastos.

Él mismo me consiguió el primer trabajo. Yo no sabía nada de inglés. Entonces me dijo que la clave del asunto era poner la cara sonriente y decir:

 —¡Yessìr!

Y así, cuando el primer míster me puso en la mano aquella escoba, el lampazo y el tobo amarillo para que me fajara, dándole la vuelta al mundo a aquel almacén, le dije:

 —¡Yessìr!

Y en eso estuve los dos primeros años. Luego salí del lampazo y la escoba y trabajé mil vainas más.

Afortunadamente, yo nunca me he enfermado de nada. Y cómo, si desde pequeñito mi mamá me crió con leche de teta y atol de zulú de pericaguá. Aquí nadie conoce ese alimento de allá de la península de Paria y Güiria de la costa.

Y que no se enteren estos carajos, porque mandan a los científicos o a los testigos de Jehová a que les trabajen gratis por una oferta engañosa de que van a ir al cielo de los blancos, para que investiguen la fórmula y después la industrializan y nos la regresan en bolsitas de papel aluminizado, que también fabrican con el aluminio venezolano.

Y es que por donde pongamos el lomo, es carajazo que recibimos.

Ahora ya cumplí sesenta años y tengo una familia con cuatro hijos con mi esposa puertorriqueña.

Pero ahora sí es verdad que me siento acosado, jodido, pues, porque los vecinos me han sapeado y los de la migra se la pasan haciendo guardia frente a la casa, metidos en sus carros sin identificación.

Ellos son felices cazando latinos. Y no les importa pasarse todo el año pegados de las pantallas de sus celulares, esperando el momento de tirarte al piso y ponerte la bota en la nuca.

Después te mandan en un avión hasta Guantánamo o, lo que es peor, a El Salvador, donde el peluchito aquel le cobra al socio terminator por encarcelarte, como amenaza de la estabilidad de este país que hemos construido los migrantes.

Me lo paso todo el día metido aquí en el baño, sentado en la poceta viendo TikTok, con la angustia de que algún día se cansen los de la migra y decidan entrar a la casa para sacarme sin hacer mucha fuerza, porque, vista bien la cosa, a estas alturas del partido yo no tengo energías para enfrentarlos, ya que toda se la dejé a este país trabajando para hacerlo rico cada vez más.

Desde esta habitación que, menos mal que la única que la usa es la vieja, porque los cuatro hijos que tenemos todos están grandes; de ellos, dos viven aparte, seguro que deben estar con la misma angustia de sentirse perseguidos porque tienen, para su raya, un apellido venezolano y una madre boricua.

Los otros dos están en el Army. Estos dos son unos que, cada vez que se ponen ese uniforme para cumplir las tareas, se transforman en una especie de robots o maniquíes, de esos que activan con motores de inteligencia artificial.

Y lo menos que quieren es voltear a ver al viejo panzón que los alimentó y les lavó el culo cuando pequeños y que tuvo que enfrentarse contra los padres de los blanquitos en el colegio porque los discriminaban por ser latinos, a pesar de que los gringos se sumaron la isla de su madre y la tienen con el nombrecito de “Estado libre asociado”, ¡ensuciado, diría cualquier independentista”.

Ahora, a esta altura del partido, me siento el lanzador que está contra la pared con tres en base y uno en el montículo en la segunda del noveno y sin un solo out.

Es jodido en verdad sentirse así

Ah, pero no vayas a creer que mis dos del Army son como nosotros en Venezuela que estamos pendientes de los viejos y viajamos cada año hasta El Morro de Puerto Santo a llevarles los estrenos y el pan de jamón; estamos pendientes de la próstata del abuelo y de la plancha de la vieja, que dejó los dientes en la lucha por hacernos crecer a nosotros hermosotes y sanos. Y hasta nos inscribieron en el liceo para que dejáramos de ser unos explotados analfabetas.

Aquí, en este país de ladrones, empezando por la mitad del territorio que le quitaron a México y que han hecho sus ciudades con el hierro del cerro Bolívar y asfaltado sus autopistas y calles con el petróleo venezolano, estos grandes carajos no nos quieren para nada. Nos han usado hasta agotarnos la energía. La savia vital que nos puso creativos a la hora de resolver problemas, mecánicos y científicos.

Pudiera decirte que he sido bueno en tantas cosas. Nunca me metí en problemas en este país y hasta me entraba una cosquillita por la columna p'arriba cuando escuchaba el himno de los gringos antes de los juegos de la serie mundial.

Pero abro los ojos y siento que me he estado cayendo a coba durante todos estos años.

A veces me dan ganas de salir con un palo de escoba y apuntar a los policías, que cuando tú los apuntes con ese palo, como cuando jugábamos a los bandidos allá en el pueblo, ellos sin el menor miramiento te dispararán unas dos docenas de tiros y se acabará la película. Y ya sabemos que por matar a un negro, a un latino, a un venezolano, aquí nadie va preso, pero aunque les pusieran diez cadenas perpetuas ya estarás muerto y eso no tiene vuelta atrás.

En estos días de confinamiento forzado me puse a limpiar la cerámica del baño, y esto brilla. Me duele la tabla de la nuca de ver tantos videos en el teléfono y pienso en los años hermosos de mi tierra.

Quiero regresar, pero me entra un gran culillo, no quiero abrir la puerta sino cuando apagamos las luces para dormir.

En la mañana regreso a mi calabozo. Porque los de la migra no aflojan un momento y desayunan con Coca-Cola y unas hamburguesas enormes que soportan sobre el volante de sus carros de policía, que ninguno tiene identificación, pero sé que me están cazando pa'jodeme.

A estas alturas ya hablo el inglés suficiente para no comerme la luz. Ojalá pudiera ablandarles el corazón a los de la migra diciéndoles: Yessir… pero qué va. Si no se los he ablandado siquiera a mis hijos del Army, qué puedo esperar.

No crean, la vaina es jodida realmente y hay que ponerse en mi pellejo para sentirla.

Aquiles Silva

 


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