Araña feminista|Ellas migraron para querer vivir, no para ser borradas
31/07/2025.- Cada mes, las cifras siguen creciendo. Solo en el primer trimestre de 2025, el Monitor de Femicidios de Utopix ha documentado 28 asesinatos de mujeres venezolanas en el exterior: 10 en febrero, 9 en marzo, 9 en abril. Las mataron en Perú, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Chile y Guyana. Salieron del país buscando vida y encontraron violencia. Y esas son solo las que alcanzamos a contar.
En Tinta Violeta lo sabemos de cerca. Acompañamos a madres que llaman llorando porque su hija no responde desde hace días y aparece muerta en una carretera. Hermanas que no tienen cómo viajar para reclamar el cuerpo. Amigas que intentan ayudar desde lejos a una mujer que está atrapada en una relación violenta, en un país que no es el suyo. Muchas están en situación migratoria irregular, sin redes, sin confianza en las instituciones. Algunas ni siquiera hablan el idioma del lugar donde intentaron rehacer sus vidas. ¿A quién acude una mujer así, cuando la están golpeando?
Una joven de 25 años, cuyo nombre me reservo, nos escribió desde el Sur de América Latina: “Me vine con mi pareja y ahora no me deja salir. Me revisa el teléfono, me golpea. Estoy encerrada. No sé a quién llamar. No tengo papeles, no tengo a nadie”. Ese mensaje, como tantos otros, refleja una realidad incómoda: la violencia de género no se queda en el país de origen. Cruza fronteras, se disfraza de dependencia y se instala en la soledad.
Migrar es un derecho humano. Pero para las mujeres implica riesgos agravados. Somos más vulnerables a la trata, la explotación sexual, el acoso, la violencia doméstica y el femicidio. La violencia nos acecha en las calles, en los trabajos informales, en los alojamientos precarios, y la impunidad se vuelve norma cuando no hay papeles ni protección.
Hoy celebramos como país el logro diplomático que permitió el regreso de 252 venezolanos detenidos en el Cecot en El Salvador. Fue una muestra de voluntad política activa. Pero mientras damos ese paso, no podemos seguir ignorando a las mujeres migrantes que siguen desapareciendo o muriendo sin apoyo, sin respuestas, sin mecanismos efectivos de protección.
Estas muertes no son hechos aislados. Son el síntoma de una estructura que falla. Desde la Cancillería venezolana, urge crear, junto a organizaciones especializadas, canales de denuncia seguros y protocolos de atención para mujeres migrantes en riesgo. Se trata de proteger sus vidas.
Y los países de acogida deben asumir su responsabilidad. No basta con discursos mientras las mujeres migrantes no acceden a justicia, salud ni resguardo. Hace falta voluntad política real para que ninguna quede fuera de los sistemas de protección por el simple hecho de ser extranjera, pobre y mujer.
Cada venezolana asesinada fuera del país deja una comunidad rota, una historia truncada, una deuda que no puede seguir ignorándose. No migraron para morir. Migraron para vivir, y les fallamos.
Nombrarlas es apenas el comienzo. Escuchar a las que aún viven, el compromiso urgente.
Daniella Inojosa