Tinte polisémico | Libro pasajero en el Subway número 1 o 9

25/07/2025.- Bosque de rascacielos, la Gran Manzana, jungla de cemento, centro multiétnico, al deambular como peatón frecuente e involuntariamente tropiezas con la gente tanto en sus calles como en el underground, te encuentras en cualquiera de las rutas que escojas con los más particulares y excéntricos personajes que hayas imaginado, artistas, acróbatas, predicadores, homeless, orates, payasos, ejecutivos, niños, ancianos, patineteros, rostros y siluetas de todos los rincones del mundo.

Absorto como muchos en sus mundos internos y pensamientos, en mi caso leía e intentaba traducir los versos y fragmentos de textos exhibidos en los anuncios literarios de las paredes, mientras viajaba sentado muy cerca de la puerta de acceso, dentro del vagón, no recuerdo si era en el tren número 1 (uno) o 9 (nueve) del metro de la ciudad de Nueva York.

Tampoco logro determinar en qué fecha precisa (día y mes) ocurrieron los hechos que narro, mi memoria solo registra que transcurría el año de 1995, del siglo XX. Me dirigía al centro de la ciudad donde recibía clases de inglés, en el International Center of New York City, como parte de mi rutina académica semanal.

En cada parada, al detenerse el tren, por un altavoz anunciaba el operador, después de un estruendoso y particular timbre, el nombre de la estación, que en ocasiones coincidía con el número de la calle en la superficie de la isla de Manhattan. Desalojaban los pasajeros con prisa; el vagón, al detenerse y abrir sus puertas, simultáneamente abordaban otros con igual premura, que proseguían así el viaje, dinámica característica de los subterráneos en las metrópolis.

Aproveché en una parada interrumpir mi acostumbrada, escudriñadora y rutinaria lectura, con el objeto de cerciorarme en cuál estación me encontraba y no perder la oportunidad de bajarme en mi destino, no quería llegar tarde a la clase. Durante el lapso de esa mirada de chequeo que hice, me percaté de que en un asiento vacío reposaba un libro, y me pregunté: ¿Alguien lo habrá dejado olvidado, decidió desecharlo o pertenece a algún pasajero que desea llevarlo ocupando un asiento?

Comencé a sentir cierta curiosidad y angustia a la vez, ninguna persona se sentaba en el lugar donde el libro viajaba como un pasajero más, tampoco nadie lo tomaba y pude apreciar que los pasajeros circundantes eran absolutamente indiferentes al singular “ocupante”, que era, desde el momento en que me percaté de su presencia, el centro de toda mi absoluta atención.

Lograba, por la distancia que me separaba del “libro pasajero”, detallar y leer desde el ángulo en donde me encontraba sentado que era un texto usado, cuyo título refería esculturas, en inglés. Lo cubría, además, una carátula protectora con una bella ilustración, lo que lo hacía para mí extremadamente llamativo e interesante.

Con la presión de aproximarme a mi parada de destino, debía decidir si tomaba el riesgo de apoderarme del libro o renunciar a ello y permitir que prosiguiera su viaje, quién sabe hasta qué lugar de esa ciudad. Sin embargo, irrumpió en mi pensamiento el impulso y la decisión de apropiarme del libro; lo primero, ubicarme a una distancia que me permitiera adueñarme de él.

Por mi mente pasaron varias posibles historias: un vendedor ambulante de libros usados lo ofreció a los pasajeros y se quedó olvidado; un estudiante apurado por la hora, al bajarse, no se percató y lo convirtió en pasajero; algún lector obstinado u otro complacido al haberlo leído o revisado decidió abandonarlo a su propia suerte.

Una vez que me cambié de asiento y me convertí en el compañero de viaje de un libro de arte sin dueño aparente, materializaba mi táctica decidida y lo tomé en mis manos. Ahora, simplemente debía actuar con naturalidad y convertirme en su dueño. Lo hice, y pude verificar al abrirlo de que trataba en detalle: The miracle of greek sculpture.

Al ojear sus páginas, quedé atrapado y absorto con una elegante prosa y perfectamente comprensible para un cursante intermedio de segunda lengua. Verifiqué que relataba los períodos de la escultura antigua griega, bellamente ilustrada con reproducciones de dibujos al carboncillo de las más icónicas tallas helénicas.

Olvidé mi clase de inglés, maravillado quedé por los detalles de las ilustraciones y bocetos de las esculturas, y al azar me detuve en el reverso de una de sus hojas, que mostraba la escultura más hermosa de todas, la de una diosa griega, la reina de la victoria en las batallas, Nike de Samotracia. Tan hermosa resultó ser la anatomía femenina y alada, los pliegues del atuendo que le cubría y que representaba aquella estatua, que obvié que no contaba con la cabeza y pensé e inferí que el escultor no habrá escatimado esfuerzo alguno por haberla dotado del cráneo y el rostro de las más perfectas e ideales líneas y formas, asunto de coherencia estética, no tendría cabeza de alguna bestia o criatura mitológica.

Decidí cerrar el libro y asegurarme de no olvidarlo, había tomado mis riesgos por hacerme su nuevo propietario. Una pasajera asiática que estaba sentada frente a mi asiento me observó con curiosidad y se le escapó una leve sonrisa, originada quizás porque detalló todas las argucias que realicé para quedarme con el libro, me puse de pie con determinación en el vagón, y apenas se detuvo, salí disparado a cambiarme de lado en el andén, en dirección contraria, para retornar y poder llegar a la clase. Me había pasado varias estaciones de mi centro de estudios, pero había valido la pena, contaba con un estupendo material de lectura para mis próximos viajes por las arterias subterráneas de la ciudad.

Este libro que llegó a mis manos por las circunstancias narradas es hoy, después de tres décadas, treinta años, parte de mi biblioteca y es esa estatua de la divinidad griega, Nike de Samotracia, la que inspiró el logotipo de la famosa marca comercial de calzado, atuendo e instrumentos deportivos, y les cuento, además, estimados y apreciados lectores y amigos, que no cobro royalty alguno por el acrónimo de las iniciales de mis dos nombres y apellidos: HEAD, otra marca comercial del ámbito del deporte, casualidades, causalidades, curiosidades, hechos y experiencias.

 

Héctor Eduardo Aponte Díaz

Tintepolisemicohead@gmail.com

 

 

 


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