Punto y seguimos | El peligro del negacionismo
22/07/2025.- Como fenómeno político y social, el negacionismo se ha ido intensificando en los discursos públicos, potenciados por las herramientas que ofrece la tecnología. De acuerdo con la investigadora española María Bellán López (2022), el rechazo continuado de hechos observables, históricos o verificados científicamente con el propósito de convencer de intereses determinados, constituye uno de los grandes riesgos para la sociedad, sobre todo cuando esos discursos normalizan formas de pensamiento irracional, que llevan a la aceptación de actos de barbarie o que niegan el progreso científico que permite la evolución humana.
El negacionismo es de vieja data, como podemos verificar con casos como el genocidio español en América, las desapariciones en las dictaduras del Cono Sur, el genocidio armenio o el Holocausto, por nombrar algunos que expresan, en la mayoría de las oportunidades, la necesidad en Estados colonialistas e imperialistas de eliminar pasados criminales al presentarse como las víctimas de “engaños” y propaganda nefasta por parte de “enemigos” y que sea esta una creencia arraigada dentro de sus sociedades. Con la modernidad, la irrupción del internet y las redes sociales, los negacionismos han tomado vuelo, cobrado protagonismo y popularidad, puesto que las fuentes de información son excesivas y difícilmente comprobables antes de que se viralicen.
En este contexto, los “viejos negacionismos” se retoman con un público desconocedor de la Historia (resulta aterradora que la educación en Historia provenga de reels de TikTok creados por cualquiera) y con muy poca capacidad de análisis crítico; que tenderá a creer lo que confirme su sesgo personal. Por otro lado, se propicia la negación de hechos que suceden en tiempo real, o que están sustentados con pruebas y que, además, son observables: el cambio climático o el genocidio en Gaza, por ejemplo.
Los funcionarios del Estado de Israel han convertido el negacionismo en una forma directa de hacer política, al igual que sus ciudadanos. De hecho, su discurso es de una virulencia famosa: atacan y vejan a quienes se atrevan a cuestionarlos con argumentos, negando no solo los hechos, sino la posibilidad de cualquier diálogo, donde la escucha de las voces “del otro lado” es condición sine qua non. En la cara del mundo, que ve todo por televisión y medios, más los testimonios de quienes han estado en Palestina, los israelitas siguen diciendo que no están asesinando a miles de niños, mujeres y hombres, que no bombardean a conciencia y que su único objetivo es “defenderse” atacando solo a los “terroristas de Hamas”. Ante las contundentes pruebas que presenta la comunidad internacional, y organismos como la ONU o en la CIJ, la respuesta es: "No hay intención genocida aquí; esto no es un genocidio".
La repetición sistemática de este discurso (por décadas) ha llevado a que una parte de la población mundial crea que esto es cierto, impidiendo probablemente que el rechazo mundial sea más fuerte o efectivo. Lo que antes de las redes se circunscribía a un apoyo nuclear (comunidad judía, aliados naturales) ahora abarca hasta a cualquier hijo de vecino en una comunidad del interior de Venezuela, donde el discurso negacionista ha llegado por redes, atravesado por una malinterpretación del discurso religioso, especialmente en los sectores evangelistas, donde se toma de manera literal aquello de que Israel es el pueblo elegido de Dios.
El negacionismo niega (valga la redundancia) porque sí. No ofrece argumentos y tampoco los acepta. Su objetivo es “desaparecer” verdades incómodas y evitar consecuencias, esto a nivel de quienes manejan la creación de los discursos; pero se convierte en una narrativa-pensamiento irracional cuando llega a grupos que no poseen las herramientas necesarias para discernir verdades, hacer cribas y pensar críticamente la realidad. He ahí el gran peligro. De negar el genocidio palestino a creer que los pájaros no existen, las vacunas tampoco o que la Tierra es plana, es medio paso, y millones lo están dando.
Mariel Carrillo García