A favor o en contra | La fuga de película de mi padre Joel Atilio
28/07/2025.- El pasado 17 de julio se cumplieron 50 años de la fuga de mi padre del Hospital Militar de Montevideo, en Uruguay, donde fue operado tras las torturas a las que fue sometido para que delatara quiénes eran los que estaban en contra de la dictadura de ese país, financiada por Estados Unidos como “Operación Cóndor”. Jamás delató a nadie.
Sí, hace medio siglo, mi padre Joel Atilio Cazal sufrió crueles torturas, con apenas 34 años de edad. Cuando lo llevaron al hospital, casi moribundo, era para que lo intervinieran, se recuperara y luego seguir torturándolo para ver si esta vez iba a “cantar” quiénes eran esos “desadaptados”. No contaban con que él se escaparía. Y, sí, fue una fuga de película.
Los milicos esperaban a que se recuperara, pero él siempre decía que estaba adolorido de la operación y de las secuelas de las torturas. No contaban con que sí se estaba sanando y que, además, se ejercitaba en el baño, hasta que escuchó que ya estaban por darle de alta. Fue entonces cuando, desde ese sanitario, vio dónde los médicos guardaban sus indumentarias. Allí vio su oportunidad de escapar a la medianoche del 17 de julio de 1975 con el cambio de guardia de los militares: caminó hasta ese baño “a duras penas”, con pasos lentos y adoloridos, agarró una bata, pantalones y mocasines, y salió por una ventana, se deslizó hasta otro pasillo del hospital, caminó hasta la salida y le pidió a uno de los soldados que le abriera, como si fuera un doctor, pues tenía que buscar sangre para un paciente. Le abrieron. La libertad estaba a la vuelta de la esquina.
Papá siempre nos contaba esa historia hasta que un día lo escribió en primera persona y me pidió que lo editara. Fue desgarrador leer cómo fue torturado, saber cuánto sufrimiento pasó. Lloré mucho cuando lo leí y luego volver a leer su caso en el libro Fugas: historias de hombres libres en cautiverio, de Samuel Blixen, desde la página del 95 hasta el 104.
Hasta la mata de San Jorge y más
Desde niño, a los 13 años, mi padre ya militaba en la Federación Juvenil Comunista Paraguaya. Siempre luchó por las causas nobles, contra los atropellos imperiales, contra las desigualdades y en pro de los procesos revolucionarios. Cuando salió de la persecución de la dictadura de Alfredo Stroessner, en Paraguay, se radicó en Uruguay, a los 29 años, junto con mi madre Blanca y mis hermanos Raúl y Arturo. En Montevideo nací yo y allí él siguió perseverante en la lucha social. Sus amigos y compañeros lo apodaron el Paragua.
Cinco años después fue cuando ocurrió su detención, tortura, fuga y su asilo en la embajada de Venezuela hasta que todos nos reunimos para llegar a estas hermosas tierras. Aquí nació mi hermana Mariana.
Con los años, yo escuchaba sus historias con orgullo y siempre buscaba buenas películas para verlas con él. Hubo dos que lo marcaron. Una de ellas fue Sueño de fuga (1994), que no ganó como mejor filme en los Oscar porque se lo dieron a Forrest Gump. Debió haberse llevado esa estatuilla, sin duda alguna. Si no la han visto, les recomiendo que la busquen.
La otra película fue Perfume de mujer (1992). Le encantó, sobre todo por la escena en la que Al Pacino, un veterano exmilitar ciego, defiende a su joven cuidador en un juicio de la escuela que lo culpa de tapar a unos estudiantes que cometieron una falta: “Él no es un soplón… Su alma está intacta y no es negociable. Él no se vende. No hay prótesis para un espíritu amputado… Él no va a vender a nadie para comprar su futuro y eso, amigos míos, se llama integridad”. Mi papá se emocionaba demasiado y me mandaba a repetir una y otra vez esa escena. A mí también me emocionaba esa secuencia, pero más me emocionaba ver su emoción tan increíble, con esos ojos aguados y esos aplausos de dignidad que daba junto a esa sonrisa de triunfo.
Al morir papá, el 27 de enero de 2010, se me desgarró el alma. Fue mi compinche, mi padre querido. Cuando llevamos sus cenizas al Waraira Repano y llegamos a una parte del cerro, mi mamá dijo que podía ser allí donde podríamos esparcirlas, pues había una mata que se parecía a la sábila, que a él le gustaba mucho; a lo que Pablo Siris, amigo de la familia, dijo: “No, esa es la mata de San Jorge”. Y Raúl respondió: “Mejor aún”. No sabía por qué había dicho eso hasta que contó la historia: era la medianoche del 17 de julio de 1975 y mi hermano de repente despertó exaltado de un sueño. Fue al otro cuarto y gritó: “Mamá, mamá, mi papá está libre”. Y ella le respondió con dolor: “No, hijo, tu padre está preso”. Pero él insistió: “No, mamá, soñé a mi papá montado en un caballo con San Jorge. Él está libre”. Resulta que mi papá creía en San Jorge, un santo guerrero. Minutos después de haber contado ese sueño, llegó la policía buscando a papá a la casa. Y es que, sí, ya se había escapado. Al siguiente día él estaba en la embajada de Venezuela. La policía nos llevó a mi madre, a mis dos hermanos, a mí chiquitita y a mi abuela Emi a interrogatorios (esta historia también es dura para contarla; luego, en otro texto, relataré también lo duro que le tocó vivir a mi madre). Al final, nos tuvieron que soltar y pronto sería el reencuentro.
Él siempre contaba que le había dicho a mi mamá que, si lo llegaban a detener, él buscaría escaparse. Si eso ocurría, entonces ya todo estaba claro: Venezuela sería nuestro destino, que se dio el 10 de septiembre de 1975. Pero es que no solo hacía cosas extraordinarias como esa impresionante y admirable fuga, sino que, incluso después de su muerte, nos llevó hasta el lugar donde debíamos dejar reposar sus cenizas. Increíble mi papi.
Por eso y por tantas cosas más es que estoy segura de que él sigue con nosotros, cuidándonos. Y es que aquí dejó a mi madre hermosa que lo sigue amando; a sus cuatro amados hijos; a sus nietos Ernesto, Joel, Juan Fernando, Santiago, Camilo, Matías, Raúl, Pablo y Nahuel; a sus nietas Amaya Andrea, Emiliana, Paula y Úrsula; y a sus bisnietos Atilio, Clemente y Mateo.
También dejó como legado la revista Koeyú Latinoamericano, que en guaraní significa “Amanecer latinoamericano” y que dirigió con orgullo hasta su número 100. En 2006 le otorgaron el Premio Nacional de Comunicación Alternativa y Comunitaria, y en 2007 recibió la Orden Carmen Clemente Travieso por parte del Instituto Nacional de la Mujer.
Fue un gran padre: un ariano muy terco, pero perseverante, amoroso, sentimental, apasionado y, sobre todo, muy familiar.
Gracias siempre por tus lecciones, papá.
Rocío Cazal