Letra veguera | El inconfundible sicariato venezolano

17/07/2025.- Henry Thoreau fue un filósofo anarquista a quien le sentaron muy bien la soledad y la humildad como modos de vida. Abandonó todo signo de cultura capitalista y se entregó en cuerpo y alma a la meditación sobre el comportamiento de la naturaleza. También, optó por el raro oficio de trabajar con las cortezas de los diversos árboles del bosque para convertir su seno familiar en una laboriosa y delicada, sana y decorosa suerte de ebanistería para vivir en paz. Confeccionaba palillos de dientes, sillones de capas de madera tan livianas como el algodón de azúcar y cantidad de utensilios con aparente fulgor lujoso, pero que, en realidad, eran útiles y acordes para vivir en paz consigo mismo.

Si viviera en este siglo, seguro se habría vuelto acólito del cronopio cortazariano que inventó el reloj con hojas y corazón de alcachofas para, al terminar las horas concebidas del día, degustarlo con vinagreta y vino.

Los valores del capitalismo están intrínsecamente relacionados con el poder del dinero y las guerras. Los del socialismo profundo van en un tren de cuyos vagones tendrán que bajarse algún día para caerse a coñazos con sus contrarios. No podemos dejar este combate únicamente en manos de un mago de chistera, por muy ilusionado que esté con esfumar la barbarie a plena luz del día.

Thoreau decía que si la gente ve a un hombre contemplar el bosque, tomar en sus manos las hojas y oler la tierra húmeda, sería seguramente tildado de holgazán o maníaco-depresivo sin remedio. Sin embargo, si el hombre es visto talando los árboles, cortando rodajas de cedros o apamates, o cercando a los animales en anillos de fuego para capturarlos, sería reconocido como un sujeto ávido de ser alguien en la vida, un futuro industrial de la madera. Un Borbón cualquiera, tal como lo sería Leopoldo López.

Sirvan estos ejemplos para entender los casos del muchacho de los ojos desorbitados, el mantuanito formado para las "grandes aspiraciones" bajo la fronda de la "meritocracia" de Pdvsa. Una Pdvsa que apoltronó a su madre frente a los petrodólares, la de los cócteles y torneos de golf, siempre benefactora del fruto de su vientre, cuyo hobby preferido era asistir a las fiestas aniversarias del Citibank en el Country Club de Caracas y quien fundó la secta Primero Justicia.

Estamos hablando de Tradición, Familia y Propiedad, de abultadas alforjas de dinero, guarimbas, persecuciones y asedios. Estamos retratando a un caballerete de la más fina estampa delincuencial, fugado —por vez primera— del líquido placentario embadurnado de petróleo, en cuyas retinas nacieron tatuadas las venas del umbilicus urbis Romae, que, en su caso, son las arterias que lo emparentan con los poderosos "amos del valle", dueños de Caracas y de gran parte de Venezuela desde el siglo XVII.

Algo similar ocurre con Capriles, que no viene de esa saga, pero es un tanto coleado, camuflado, pariente de sus filiales y, junto a otros de su estirpe —como Julio Borges y otros próceres de la llamada antipolítica venezolana—, adefesio basado en el contrafuerte de la gerencia, la decencia, la justicia —sinónimo de la ley del embudo: la boca grande para sus privilegios, el piquito final y estrecho para cernir los restos de los pobres y asalariados— y la supremacía.

Hace poquito más, poquito menos, de una década, una corte interamericana habilitó a López para continuar sus fechorías. No nos extrañó, desde luego. ¿Cómo exigirle —a decir del maestro Sabato— a un submarino que vuele? ¿Cómo iba a condenar a uno de los becarios favoritos de Bush y de Obama? Así, vive a todo trapo en el reino de Felipe y va a los mismos restaurantes donde comen los cayetanos de allá y otros ricachones de la ultraderecha mundial.

Capriles no ha tenido la misma suerte que López, pero tampoco es que sea un sujeto que se vista de lino. Ahora es, aunque usted no lo crea, diputado en representación de la Virgen de la Aparición, no porque luzca mucho para la riña de clase, como María Machado o Carlos Vecchio, que ha (re)debutado en varias lides hamponiles con Guaidó en la política, superando cualquier episodio circense. Todos son sicarios del mal.

Recordemos cuando se fugó de una embajada "blindada" por la sacrosanta Convención de Viena, y no precisamente a comer chistorras en España, cuya ministra de Exteriores de entonces amenazó con desconocer los resultados electorales en este país, sino a indisponer aún más el clima político del mundo. Un mundo hoy amenazado por un temible avispón anaranjado cuyo aguijón es capaz de atravesar las capas invisibles del universo en plena pandemia.

Ese sicariato anda por ahí, junto, revuelto y escondido. Cada vez que hay elecciones en Venezuela, se aprestan desde sus madrigueras a promover invasiones o a sacar a la calle a sus tarifadas pandillas de "Comanditos".

No hay que perderlos de vista.

 

 Federico Ruiz Tirado 


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