Historia viva | Niños y niñas de la paz

16/07/2025.- Si hay algo virtuoso del ser humano es su capacidad para enseñar a los niños y niñas valores éticos, identidad y pertenencia a un lugar, a una cultura, amor a la patria, eso lo hizo y hace Iván Pérez Rossi en colectivo con Serenata Guayanesa, con quien aprendimos canciones infantiles para amar a Simón Bolívar, al papagayo, a la madre y padre y, sobre todo, a la manera de vivir en paz, tranquilidad y armonía con nuestros semejantes y con la naturaleza.

Este mundo, que desde hace mucho tiempo está amenazado por guerras o en medio de ellas, nada más que en los 25 años del siglo XXI se han generado más de trescientas en el mundo, donde los más vulnerables son los niños, niñas y los adultos mayores, ya no soporta más desafueros y odios cuando las consecuencias de estas tragedias humanas las llevan a cuesta los infantes.

Hacia los años 70 y 80, en Venezuela, un grupo de músicos que se motivó y se propuso cantar e interpretar canciones de la tradición musical venezolana en cada uno de los géneros para niños y niñas fue la siembra de entonces. Infantes de 10 años escucharon a un Juan Esteban García, con su bandola, tocar la cantinela de Las Florecitas y que su aparición por la televisión junto a Un Solo Pueblo fuera captada como referencia para esos muchachos que hoy son adultos de 40 o 50 años y que aman a su patria. Pueblos como San José de Guaribe, Guárico, donde vemos hoy maravillosos conciertos de 100 bandolistas tocando las canciones de Juan Esteban, son un prodigio de la enseñanza musical para la paz cognitiva y la armonía humana.

Que el arrullo con que de niños escuchamos a Lilia Vera interpretar La vaca Mariposa, de Simón Díaz y que después descubrimos que ciertamente se trató de una vaca parida y enferma que había sido picada por murciélagos infectados de rabia en la finquita que tenía Simón en San Sebastián de los Reyes, de acuerdo con don José Acevedo, caporal de allí. Don José hizo la música de Caballo viejo y junto a Ángel Eduardo Acevedo, su sobrino y también poeta, grabaron De garcita a la culebra, con el apoyo del propio Simón Díaz; son los abuelos cariñosos de los sentimientos de amor a esta tierra que tienen que heredar nuestros hijos, hijas, nietos y nietas.

Que un Pajarillo verde en la voz de Lilia o de Cecilia Todd nos remonta a ese tiempo de felicidad que es la infancia, cuando aprendimos las estructuras definitivas de nuestra personalidad por enseñanzas positivas, aunque de adultos reconozcamos que se trata de un tucusito o de la hembra del azulejo, que es verde y cuya letra fue una creación de un campesino sucrense de nombre José del Pilar Rivera, tío de Luis Mariano Rivera, quien le puso la música al Pajarillo.

El mismo Luis Mariano, que realizó un millar de canciones infantiles que jamás olvidaremos como Canchunchú florido, Cerecita y otras que llaman a la tranquilidad del campo donde él vivió y creó esas fascinaciones musicales para la paz cognitiva.

No alcanza el espacio para nombrarlos a todos, pero el tema es que, en los creadores musicales del pueblo venezolano, poetas, juglares, cantantes, compositores, los que no están, pero siguen en sus canciones, los jóvenes que se formaron escuchando los arrullos de sus madres o intérpretes, las nuevas generaciones de cultores de la memoria musical, tienen un compromiso que, más que una obligación, es un disfrute, como lo señala Leonel Ruiz, quien como un niño toma su guitarra y la trova sale de la imaginación en colores de un arcoíris celeste volando.

En la música tradicional venezolana, la histórica o la que está por hacerse, hay claves para abonar la siembra de las nuevas generaciones con identidad de lugar, con conciencia y memoria histórica, que es afecto por lo que hemos sido, nuestros mejores referentes del pasado que tiene trazas en el presente y proyección en el futuro en tiempo histórico continuo.

Cuando les mostramos a los niños y niñas todas estas maravillas musicales, no estamos nada más que distrayéndolos, estamos sembrando en su tierna conciencia el apego al lugar y el amor a la patria, que fue lo que muchas madres y padres hicieron con nosotros cuando apenas éramos muy tiernos.

Esos lugares le dan al niño orientación personal, le ayudan a pertenecer a sí mismo y a la comprensión personal con toda una carga simbólica que vivirá en él toda su vida y lo hará mejor ciudadano y no menos patriota, para vivir en paz y en armonía con sus semejantes y con el entorno ambiental.

Aldemaro Barrios Romero

 

 

 

 

 


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