Vitrina de nimiedades | El fracaso del manual de instrucciones
12/07/2025.- Aunque nuestras abuelas insistan en que no hay oficio indigno, les sería imposible negar que hay tareas ingratísimas. Parecen más bien pequeños castigos, bien sea porque sus efectos duran muy poco o porque nadie le va a prestar la más mínima atención al resultado. Uno está ahí, jurando que está haciendo algo trascendente, cuando realmente está construyendo un objeto listo para ser ignorado en este mundo. Basta pensar en quien escribe un manual con instrucciones para comprobarlo.
No importa si es preciso, puntual o confuso. La compra de cualquier electrodoméstico o equipo incluye el ritual de desempacar, sacar el producto, tomar el manual, echarle un vistazo y lanzarlo a un lado. Ahí se quedará el librillo, asumiendo que muy probablemente su vida realmente útil jamás llegue, mientras la gente apela a la intuición para estrenar su nuevo juguete.
Salvo un imprevisto o alguna condición especial para hacer valer la garantía de un producto, es casi imposible que ese manual salga del cajón a donde fue a parar. Ese, en todo caso, es un destino digno: el amparo del “por si acaso”, apostando a una eventual urgencia que la haga atractiva. Otros manuales tendrán una peor suerte: el pipote de basura, sin posibilidad alguna de demostrar sus aportes en un momento de desespero.
Por supuesto, hay manuales y “manuales”. En las áreas especializadas, nadie duda de las bondades de este documento. Sería un sacrilegio hacerle el feo a ese libro que se convierte en una bitácora para entender un sistema operativo o un equipo de alta tecnología. Ese atrevimiento puede costar dinero y algunos puestos de empleo. Más barato sale leer.
Estos comentarios pueden resultar insignificantes hasta este punto. Vamos, qué tan peligroso puede ser fingir demencia con unas instrucciones sobre un aparato que prende solo. Visto así, esa omisión pasa por debajo de la mesa, pero en una sociedad donde prestar atención por más de dos minutos es casi imposible, el problema se vuelve una amenaza cotidiana.
Ahora, cuando más información tenemos a nuestro alcance, dar instrucciones para aquellas cosas que no son automáticas se hace complicado. Si siente que nadie lo entiende, puede que usted no sea el problema. Estudios científicos atribuyen a los recursos tecnológicos digitales esa suerte de dispersión que raya en la ceguera selectiva y al mundo multitasking donde nos movemos entre varias tareas. ¿La atención? Es un bien escaso.
Si usted se esmera en escribir un mensaje con instrucciones para sus compañeros de trabajo, sus hijos y sus vecinos, pero las cosas salen mal, no sufra (bueno, sí, sufra). Solo constata un síntoma del mundo moderno. Siéntase como el redactor de manuales que nadie lee.
Rosa E. Pellegrino