Quedó discapacitado desde que era un bebé, pero nada lo detiene

Gregorio tiene disfunción motora y visual, aún así vive cada día con agradecimiento

Tiene dos hijas, no le dio Covid, muchos lo conocen y lo ayudan en su recorrido diario.

 

09/07/25.- Gregorio anda para arriba y para abajo en una patineta a pesar de tener una discapacidad en sus extremidades del lado izquierdo y de haber perdido la vista. Es fiel creyente de Dios, a quien le agradece todos los días por lo bueno y lo malo que le ha pasado, le pasa y la seguirá pasando. Todo el tiempo está alegre y quizás por ello, muchos de los que pasan a su lado lo saludan afectuosamente, le dan algo de plata o de comida. Tiene dos hijas, una de las cuales vive en España y tiene un bebé. Su mamá murió hace varios años y era ella quien cargaba con él, y lo consentía. Ahora vive con un hermano con quien no se lleva muy bien. No le  teme a las enfermedades y cuando los tiempos de la pandemia no le dio ni coquito. Fue una sola vez a la playa, no conoce ningún otro estado del país y, de Caracas, solo conoce la avenida Victoria, donde se la pasa ahora, y El Silencio, a donde solía ir cuando aún no había perdido la vista. Dice temerle solo a los terremotos y si un genio se le apareciera y le dijera que pidiera tres deseos, no duda en afirmar que le pediría una familia estable, un pequeño negocio, de comida quizás; y que le acomodara la vista.

Prefiere que la gente lo llame Grégori. Nació en Caracas, aunque tiene pinta de merideño tostao por el sol. Dice tener 52 años, pero luego asegura haber nacido en el año 1979. Tiene una hija de 28 años que se llama Saraí, la cual tiene un bebé y vive actualmente en España. Tiene otra hija que tiene diez años, que vive por los lados de El Valle. Anda para arriba y para abajo en una patineta. Anteriormente vivía con su familia en un rancho en la  parte alta de Las Acacias. Ahora vive un poco más abajo, en el sector La Montaña, cerca de la urbanización Terrazas del Alba, pero se la pasa todo los días, por lo menos de lunes a viernes, en la parte baja del sector, es decir, en la avenida Victoria, ahora llamada Presidente Medina. Los fines de semana no baja porque los utiliza para descansar.

Él no le pide plata a nadie, pero allí, en la avenida Victoria, todo el mundo lo conoce y muchas de las personas que pasan a su lado lo saludan con afecto y le dan dinero y comida. De eso es que vive.

El problema es que Gregorio, al nacer fue contagiado  por el virus de la poliomielitis y –según asegura– le colocaron una “vacuna piche”, que le causó severos daños en su organismo, especialmente en su pierna y brazo izquierdo, los cuales se le doblaron, se le atrofiaron, y ahora no los puede mover. Pese a todo cuanto ha tenido que soportar en la vida, Gregorio nunca ha perdido la fe en Dios, incluso va a misa de vez en cuando, porque una novia que tuvo, en ocasiones lo va a buscar y lo lleva. No se va solo porque dice que la iglesia le queda muy lejos.

Tiene cinco hermanos (cuatro varones y una hembra) y él vivía junto con su mamá, que era quien lo protegía y lo cuidaba. Posteriormente la mamá se murió, pero a él no le gusta hablar de eso, porque dice que se le revuelven todos los sentimientos. No guarda ningún recuerdo de su papá, pues nunca vivió con él.

En sus primeros años, Gregorio andaba en una silla de ruedas, pero era un tema, porque siempre tenía que depender de los demás debido a que él solo no podía. Conoció la escuela y sus familiares lo llevaban y lo iban a buscar, pero luego la abandonó, precisamente por la inconsistencia de sus cuidadores, pues cada quien andaba en lo suyo, tratando de conseguir plata para sobrevivir.

Gregorio creció en un ambiente sumamente hostil y no tardó en agarrar malas juntas, pese a que era una persona con discapacidad, pero a sus amigos, que eran malandritos, les gustaba pasárselas con él, e incluso lo respetaban. Con ellos aprendió a fumar cigarrillo y a beber licor, pero asegura que nunca consumió drogas.

Luego cambio la silla de ruedas por una patineta que le regalaron. Inicialmente salía acompañado, pero cuando agarró confianza comenzó a hacerlo solo. Fue así como conoció la avenida Victoria de palmo a palmo, incluso fue en ocasiones para El Silencio, y hasta llegó a ir al cine varias veces.

La cosa se agravó porque cuando  tenía unos veinte años, perdió la vista también y en ese ínterin, murió su madre que era la única que velaba por él. Actualmente vive con uno de sus hermanos, aunque tienen muchos problemas. Los demás van a visitarlo de año en año.

—¿Tú naciste con este problema?

—No me gusta hablar de esto, porque cada vez que me acuerdo me provoca matar gente. Lo de la piernita y el bracito fue una inyección piche que me pusieron porque me dio poliomielitis. Yo era apenas un bebé recién nacido. Toda la parte derecha de mi cuerpo está buena. Y la vista se me echó a perder más o menos después de los 20 años.

—¿Tenías muchos amigos?

—Mis gandules (sic), que así llamo yo a los que se la pasaban conmigo. Cada quien hacía lo que le daba la gana.  Nos metíamos en problemas de todo tipo

—¿Cuándo te comenzó el problema de la vista?

—Como desde los 20 años más o menos, no recuerdo exactamente…

 —¿Y a partir de cuándo tuviste el  problema de la vista, fue de repente o fue paulatinamente?

—De repente, porque la retina la tenía bien jodida.

—¿Tu papá nunca vivió contigo?

—No.

—¿Los vecinos de por aquí te ayudan?

—Algunos me ayudan y me dan plata o comida, pero otros no, pero eso es normal, no es obligado.

—¿Has tenido novias?

—Ay, amigo, yo era un sinvergüenzón, yo era como Pedro Infante.

—¿Ahorita tienes novia?

—Sí, ahorita ando con una muchacha que tiene un cuerpazo. Prácticamente pareciera que anduviera desnuda y se pone unas licras… ufff…

—Ahhh, ¿te gustan las mujeres con licras?

— Noooo, nunca me han gustado. Les tengo bronca, incluso tuve muchos problemas con mi primera novia, porque yo le había dicho varias veces que no se las pusiera y ella siempre se las ponía, hasta que una vez le di unos golpes y le rompí las licras encima. Yo tenía como 18 años, estaba en mis días de rebeldía pura.

—¿Ahh, pero a esta nueva novia que tienes si no te importa que use licras?

—Lo que pasa es que estamos medio empezando, y yo creo que la voy a dejar también porque mucha gente la ve y la desnuda con los ojos.

—Veo que eres muy celoso.

—Un poquito.

—¿Y no es mejor hacerte el loco y voltear para otro lado o vas a preferir quedarte solo?

—Bueno, eso sí es verdad.

—¿Has consumido drogas?

—No, nunca fumé drogas, solo cigarros, licor.

—¿Desde cuándo comenzaste a agarrar la calle?

—Yo creo que tenía como 20 años, o menos.  Empecé a salir para la calle con unos amigos que se llamaban Erick y El Peluca y ellos me acompañaban y me enseñaron todo. Esos están muertos ya.

—¿Nunca fuiste a la escuela?

—Coño, eso era un problema, para ir y venir. Quién se va a calar a un maric… en una silla de ruedas para arriba y para abajo.

—¿Ah, antes andabas en una silla de ruedas?

—Sí, primero en la silla de ruedas, pero luego comencé a agarrar la patineta porque se me hacía más fácil movilizarme yo solo.

—¿Y cómo haces para movilizarte en la patineta con una sola mano?

—No, vale, no es tan difícil, yo cruzo mis piernas y me voy empujando poco a poco con esta mano buena. Me pongo este guante para tener más agarre. Yo voy poco a poco, pero no le paro, porque como yo no estoy apurado.

—-¿Pero aprendiste a leer y a escribir?

—Algunas letricas, pero más por el sistema Braille.

—¿Pero sí aprendiste algunas cosas en la escuela?

—No mucho, yo  estaba era pendiente de las sinvergüenzuras…

—¿Con quién vives ahorita?

—Con un hermano, pero ese anda es pendiente de lo suyo.

—¿La calle ha sido muy dura contigo?

—En cierta parte sí, en cierta parte no, pero ha sido más noble que mala. He conocido mucha gente que ya se han ido pal’ cielo, hay gente que me dice que los años no pasan por mí y que siempre estoy igualito. O sea, cosas de Dios

—¿Te han robado alguna vez?

—No. Aquí en la avenida todo el mundo me conoce.

—¿Antes de salir de tu casa desayunas?

—A veces, cuando le da la gana al bicho ese que tengo yo allá.

—¿A qué bicho, a tu hermano?

—Sí.  En estos días me le tuve que poner grinche (sic) porque quería que fuera a trabajar en la calle un domingo. Le dije, “quédate quieto, tenemos cien bolívares aquí, tenemos dos bolsas de comida,  tres pollos, lo que no falta es plata pa`rascarnos. ¿Qué vamos a estar buscando en la calle hoy domingo?”. Los sábados y los domingos son mis días de descanso. Él lo sabe, pero lo hace es por chocancia.

—¿Y él en que trabaja?

—El era mecánico. Ahorita yo no sé qué está haciendo ese cabrón por ahí.

—¿Cómo es la relación con tu hermano?

—Mala. El bicho  ese cada vez que va para mi cuarto en vez de darme algo, o saludarme, es un peo, una tiradera de puntas, una rezongadera. Él mantiene limpio nada más que su cuarto, el mío ni lo ve.

—Pero no te roba, ¿no?

—No, eso si que no. La otra vez más bien se me cayeron 40 bolívares y cuando llegué en la noche me los dio.

—¿Él es el que te cocina?

—Sí, gracias a Dios. Ojalá que siga así, Dios mío.

—¿Y él no tiene mujer?

—Él tenía su propio apartamento. Yo vivía en el 1 y él vivía en el 7 con una mujer con sus cuatro hijos, pero la mujer lo sacudió y lo sacó de ahí. Y él se fue para donde yo vivía. Y se apoderó del apartamento.

—¿Pero tienes peos con él?

—Ese hombre cuando se rasca es horrible, señor, tiene muy mala bebida, yo tenía que salir disparado de ahí del apartamento.

—¿Tenía o tiene mala bebida?

—Bueno, tiene. Pero desde hace como dos meses está más tranquilo. Ha salido y llega tranquilo. Parece que lo jodieron por ahí y se tranquilizó.

—¿Él es menor o mayor que tú?

—Yo soy el último de los varones, él es el penúltimo y después viene la hembra que es la menor de todos.

—¿Y antes quién te cocinaba?

—La vecina del frente me cocinaba a mí.

—¿Y cómo resuelves lo del almuerzo y la cena?

—El almuerzo en la calle con lo que me dan los amigos, pero personas de confianza, tampoco es que le estoy comiendo comida a todo el mundo. Hace tiempo, antes de que llegara Miguel Ángel (un vigilante amigo suyo), aquí me intentaron envenenar, hace como 4 o 5 años… me dieron un guarapo con leche malo, pasado, vencido; después me dieron una comida piche, no me la comí. Otro día me dieron un café como con unas flores, tampoco me lo tomé, zape gato. Otro día me dieron un pedazo de queso que estaba como verde, y Miguel Ángel fue el que me dijo: “No te vayas a comer esa vaina”.

—¿Cuándo cumples año?

—El 30 de noviembre.

—¿Recuerdas algún regalo que te hayan dado un 30 de noviembre?

—Una vez me dieron un champú y un desodorante. Y, bueno, cervezas, pero cervezas no es regalo, jajajajajaja.

—¿No  te hacían torta?

—Nooo, qué torta, nada. Ni se acercan a saludarme y felicitarme ni nada, y ese bicho que tengo en mi casa menos que menos.

—¿Tú vives exactamente dónde?

—¿Dónde está el negocio que se llama  “Ventarrón” (al comienzo de la avenida Victoria), por esa calle pa´rriba. Pasas por Terrazas del Alba y sigues.

—¡Ah!, pero ese sector es cómodo.

—¿Cómodo para quién? Usted entra ahí y sale corriendo. Ahí hay lo que hay es droga pareja, prostitución, drogadictos, hampones. Esos apartamento, o apartarranchos –como les digo yo–,  no sirven ninguno. Nooo papá.

—¿Tienes nietos?

—Sí, una bebecita de meses, hija de mi hija Saraí, que tiene como 28 años y vive en España. La otra hija mía vive en El Valle, pero nunca me visita.

—¿Cómo te enteraste de que tu hija  tuvo esa bebé?

—Porque vino una tía de ella y me saludó y me dijo: “¿Usted no me conoce la voz? Yo soy la tía de Carolina, la que era novia suya. Y me dijo que estaba bien y que había tenido una bebé.

—¿Alguna anécdota, algo gracioso que te haya pasado aquí en la calle?

—Una vez pasaron dos mujeres y les dije: “Quién fuera hombre”. Y las mujeres se devolvieron y me dijeron: “Ajá, señor, usted ve”. Y yo me eché a reír y les dije que no, y ellas estuvieron un rato allí, insistiendo. Y les dije que yo sabía que eran bonitas y estaban chéveres por la voz.

—¿Cómo reconoces los billetes?

—Algún amigo me dice.

Un señor se acerca, lo saluda con afecto, le pregunta cómo está y luego le da un billete.

— “Gracias, amigo, que Dios se lo pague con salud” –le dice Gregorio mientras dobla el billete y lo guarda en un koala que siempre carga consigo.

—¿Cómo haces  para ubicarte en el espacio, para decir, ya llegué al banco de Venezuela?

—Recuerda que yo te dije a ti, que antes veía y me iba hasta para El Silencio y comencé a grabarme todo, grabé, grabé y grabé y creé como una Google map en mi cerebro. Así fue que aprendí a ubicarme, yo sé donde están todos los negocios de aquí, en cada cuadra.

—¿Tú no le andas preguntando a la gente?

—No, porque yo me ubico…

—¿Has desarrollado otras habilidades?

—El autocontrol… el olfato está medio fallando. Los ruidos si los detecto fácil, aunque a veces me aturden las motos, o los carros.

—¿Alguna vez has tenido accidentes por aquí?

—Hace algunos años yo venía por la acera y no sé quien fue la belleza que abrió un hueco y no lo tapó y me fui para abajo. Gracias a Dios que caí bien y no me pasó nada y los chamos de la Dorta me ayudaron a salir.

—¿Cómo hacías cuando estabas en la silla de ruedas?

—A mí me llevaban y me traían, porque yo no podía por el problema en la manito.

—La avenida Victoria es grande, ¿por qué elegiste precisamente este lugar para ubicarte?

—Eso no lo elegí yo, Dios me puso aquí. Y como me hice muy amigo del vigilante, me siento en confianza. Pero ahora creo que tendré que mudarme para más allá, porque este banco –el Venezuela– lo van a cerrar.

—¿Tienes alguna ayuda oficial?

—Solo el bono de la Misión José Gregorio.

—Pero eso no es mucho.

—Todo lo que me mande Dios es bueno.

—¿Y tienes cuenta bancaria?

—Sí, en el Venezuela.

—¿Y cómo haces para retirar la plata?

—Le pido el favor a un amigo y como me conocen no hay problema.

—¿Y cómo sabes que no te están robando?

—No, vale, yo confío en ellos. Además, no es que yo le voy a pedir el favor a cualquiera.

—¿Tú eras el consentido de tu mamá?

—Yo era el maraco de ella.

—¿Ella te tenía consentido?

—Ella nos quería a todos por igual, pero sí, ella a mí me consentía.

—¿Qué sentiste cuando se murió?

—Sentí que se me acabó el mundo. La puerta de mi cuarto la destrocé a golpes. Me volví como loco. Creo que si hubiera tenido una pistola, me hubiese dado un tiro y me hubiese volado la cabeza.

—¿Hace cuándo fue eso?

—Señor, a mí no me gusta hablar de mi mamá porque me hace sentir mal, se me revuelve todo.

—¿En realidad que fue lo que te jodió. ¿El polio? ¿O la inyección?

—Yo nací normal, pero me dio el polio ese y después me metieron esa inyección podrida y me terminó de joder. De ahí vino el problema con la piernita y el bracito.

—¿No  te asusta enfermarte?

— Sí, me da diarrea; sí, me asusta. Porque así cómo voy a salir.

—¿Te enfermas mucho?

—No, gracias a Dios.

—¿Con quién tomas licor?

—Antes tomaba con algunos amigos del barrio, y ahora con unos conocidos de aquí abajo en la avenida, por donde está el “Ventarrón”.

—¿Cómo haces para bañarte?

—Como pueda. Hace tiempo una mujer me ayudaba a limpiarme el bracito este. Pero bañarme como tal, yo lo hago en mi cuarto. Yo tenía una ponchera, ah pero el señor la agarró, el perro ese. Ahora lo que hago es limpiarme con un trapo mojado y me lo paso por todo el cuerpo.

—¿ Y cómo te la llevas con tu hermana?

—Para tener una hermana hembra así, prefiero no tener nada. Esa no está pendiente de mí para nada. Cómo es posible que yo tenga que salir para la calle con la ropa toda sucia.

—¿Y ella vive dónde?

—Por ahí mismo, pero más arribita.

—¿A qué hora te levantas todos los días?

—Yo a las 4:30 de la mañana ya estoy con los ojos pelados.

—¿Y a qué hora sales?

—Como a las 6:00 de la mañana en punto ya voy saliendo. Antes me le invoco a Dios Todo Poderoso.

—¿Cómo haces para bajar? ¿Quién te ayuda?

—Ahorita tengo una buena conexión con los yiseros, por lo menos con dos de ellos. Me vienen  a buscar como a las 6:00 de la mañana, me montan en el yip y me bajan hasta la parada.

—¿Y cómo haces para cruzar la avenida?

—Me ayudan los amigos de abajo, unos mototaxistas… y si no está ninguno de ellos me voy rodando en mi patineta hasta la otra esquina, y allí le pido el favor a alguien que vaya pasando.

—¿Siempre te ayudan?

—Hay veces que me salen con groserías, me dicen que deje el fastidio. Yo lo que hago es echarles la bendición, pero las más de las veces me ayudan.

—¿Y hasta que hora estás aquí en la avenida?

—Ya a eso de las 4:00 de la tarde comienzo a recogerme.

—¿Y cómo haces para subir?

—El procedimiento es el mismo. Yo me voy poco a poco, y al llegar a cada esquina pido el favor para que me ayuden a cruzar, y así sigo hasta llegar a la esquina del “Ventarrón”. Ahí los panas me ayudan y me llevan hasta donde están los yiseros y esos me suben.

—¿Crees en Dios?

—Siempre, en Jesucristo, aunque los dos son uno solo.

—¿Alguna vez has pensado en el suicidio?

—Nooo, ¿qué es eso? Ya lo hubiera hecho. ¡Eso nunca!

—¿O sea, nunca ha llegado un momento así que tú sientas que ya llegaste al límite y que no aguantas más?

—Nooo, ni va a llegar. Dicen que el Diablo tiene mil formas.

—¿Qué opinas de la vida?

—Bien, hasta los momentos bien, y me va a seguir yendo bien.

—¿Tienes algún apodo?

—Todo el mundo me dice Grégori.

—¿Has tenido problema con alguien, con algún vecino?

—No, vale, problemas no. Casos menores, puras pendejeras.

—¿Has tenido problemas con la Policía?

—No, cuando mi mamá estaba viva sí. Una vez nos pararon y me dijeron que me levantara, y como yo no podía me dieron una patada por las costillas.

—¿Nunca has votado en las elecciones?

—No, nunca. ¿Cómo hago?

—¿Qué opinas de los políticos?

—No me gusta ninguno, ninguno sirve para nada.

—¿Te has montado en el Metro?

—No, nunca.

—¿Has ido a la playa?

—Fui una sola vez. Había un cumpleaños y fuimos toda la familia a celebrarlo para la playa y a mí me montaron en un carro y me llevaron. Cuando estábamos allá, esos jodedores me agarraron, me cargaron y me lanzaron al agua como una tortuga. Yo me asusté mucho, pero de inmediato me sacaron.

—Veo que te gusta mucho la música.

—Sí, es mi pasatiempo favorito. Me la paso todo el día oyendo música.

—¿Qué cantante te gusta más?

—A mí me gustan varios, que si Nelson González, Rubén Blades, Willy Chirinos, Juan Gabriel.

—¿Estás enterado de las cosas que ocurren en el país, en el mundo?

—Sí, claro. Yo  estoy pendiente de todo.

—¿Y cómo haces para enterarte?

—Con mis amigos cuando nos ponemos a hablar, hablamos de todo y ellos me cuentan, que si hay peos por aquí y por allá, que si hay una guerra, que si se murió fulano que es presidente de allá, y así.

—¿Cómo te fue cuando “El caracazo”? ¿Dónde estabas?

—Ahhh, eso fue en los ochenta… Yo estaba en El Silencio. Para ese entonces todavía podía ver. Me acuerdo que un tipo estaba tocando en la puerta santamaría del negocio donde yo estaba, y le dije al dueño: “Si usted abre esa puerta yo le meto un tiro”.

—¿Y tú tenías pistola?

—Sí, yo me la pasaba con una pistola.

—¿Y qué hacías tú con esa pistola?

—Para defenderme, señor. Yo siempre me la pasaba con esa pistola, porque yo me estaba metiendo en la mala vida.

—¿Cómo te fue con la pandemia?

—Yo creo, no sé… creo que lo que me salvó de esa pandemia malvada fue tanto alcohol que yo ingerí en 2019, jajajajajajaja.  Me fue horrible, porque no había casi gente en la calle, yo seguía bajando todos los días. Yo salía de mi apartamento tempranito y bajaba poco a poco, porque los yises no trabajaban. Yo me lanzaba por la orillita poco a poco. Vamos a movernos para allá para fumarme un cigarrito.

—¿Y qué pasó, aquí no puedes fumar?

—No, yo respeto a los dueños de los negocios.

—¿O sea que nunca te contagiaste con el virus del Covid-19?

—No, amigo mío, esa vaina me pasó a mí por debajo de la patineta, nunca me puse máscara ni ninguna vacuna, que si la china, que si la rusa. Yo lo que necesito es una mujer china que me atienda, y si es rusa mejor, jajajajajaja.

—¿ Y por qué no te quisiste vacunar nunca?

—Yo se los dije que no me iba a poner nada, primero porque me hicieron recordar que por las inyecciones es que yo estoy así, y a mí no me van a matar con una malvada inyección de esas, a mí no.

—¿Entonces nunca te han inyectado para ninguna enfermedad?

—No, nunca, gracias a Dios no me ha hecho falta.

—¿Aparte de la avenida Victoria, qué otros sitio conoces?

—Bueno, vagamente El Silencio, porque ya no me acuerdo mucho y un poquito de Chacao, cuando me llevan para la iglesia.

—¿Y siempre ibas para El Silencio?

—Sí, yo me la pasaba por allá, me rebuscaba, me metía en los cines, le echaba broma a las muchachas.

—¿Ah, vas para una iglesia en Chacao?

—Cuando le da la gana a esa bruja de llevarme, porque esa es otra cosa.

—¿Quién es ella?

—Una exnovia que se llama Rosa.

—¿Y por aquí no te queda una iglesia más cerca, la San Pedro por ejemplo?

—Ajá y cómo llego, hijo, yo no sé llegar hasta allá. Ahora si tú me prestas uno de tus ojos, yo me llego. Yo sé que para allá hay una iglesia, la San Pedro. Allí fue donde yo conocí a la madre de mi primera hija. Ella es cristiana.

—¿Y entonces cómo haces para llegar hasta acá?

—Ya yo sé de memoria todo el camino y sé dónde pedir ayuda y todos me conocen, pero no me voy a ir yo solo hasta allá donde no conozco a nadie, ni nadie me conoce a mí.

—¿Cómo se llamaban tus esposas?

—La mamá de mi hija grande se llama Carolina, la mamá de mi hija pequeña se llama Valentina y con la que ando ahorita se llama Rosa.

—¿Si no hubiese tenido ese problema qué te hubiera gustado ser en la vida?

—Me hubiese gustado tener una familia fija, tener mi propio negocio, tampoco una empresa gigante, sino algo pequeño, de comida quizás.

—¿Alguna vez te has acostado sin comer?

—Sí ha sucedido, algunas veces.

—¿A qué le tienes miedo en la calle?

—A que ocurra un temblor de repente, como ocurrió hace como cinco o seis años… Yo estaba por allá por el  Central Madeirense y yo sentía que todo el mundo gritaba, lloraba y corría asustado y yo estaba, verga, que no encontraba qué hacer con mi vida…. A eso es lo único que yo le tengo miedo. Bueno, al cementerio y a la cárcel.

—¿Le tienes miedo al cementerio?

—Bueno, yo sé que todos vamos para allá. Yo sé que Dios me tiene un propósito…

—¿Y en el día a día qué es lo más malo que te ha pasado?

—Lo más malo que me puede pasar es que no consiga casi ayuda. Hay veces en que me ha ido chimbito, pero, bueno, yo no me quejo, yo le doy las gracias a Dios por todo, por lo bueno y por lo malo.

—¿Recuerdas cómo fue el primer día que  bajaste para acá para la avenida Victoria?

—Nooo, tú lo que quieres es que yo me monte en la máquina del tiempo…

—Pero trata de acordarte… ¿quién te ayudó? ¿De quién fue la idea?

—Yo me la pasaba con dos amigos, uno se llamaba Erick y al otro le decían Peluca, vivíamos arriba en la montaña antes de mudarnos para acá abajo, donde yo vivo ahora. Bueno, la primera vez bajé solo, recuerda que antes yo podía ver, pero de verdad me dio miedo… al día siguiente mandé a llamar a Erick y bajé con él, los dos montados en la patineta…Erick iba adelante y yo atrás y él iba frenando con los pies, pero de repente se ponía a payasear y levantaba los dos pies y yo le decía: “Erick, cuidado Erick, nos vamos a matar”.  Y él solo me decía: “Quédate quieto”. Y la gente de los apartamentos nos gritaba que cuidado, que no se qué… y yo rezando, iba todo asustado.

—Me parece una aventura como medio loca.

—Sí, pero gracias a esa locura, mira dónde estoy ahora. Ahora bajo solo, relajado, sin miedo a nada.

—¿Ajá y que hicieron cuando llegaron abajo?

—No, bueno, el me empezó a explicarme todo, cómo hacer en los tramos difíciles. Me decía que me fijara bien en los negocios y luego me ayudó a cruzar la carretera.

—¿Y después?

—Algunos días bajaba con Erick, o si no, me iba solo poquito a poco, porque ya yo no quería quedarme encerrado en mi casa.

—¿Y cómo se te ocurrió irte para El Silencio?

—Eso fue idea de un hijastro de mi hermano que me decía tío. Con ese yo comencé a ir para El Silencio, y también me iba explicando todo, por dónde meterme, cómo hacer. Luego me iba yo solo, a veces poquito a poco por toda la vía y otras veces pedía ayuda para que me ayudaran a montarme en una camioneta y la gente me preguntaba ¿y para dónde vas? Y yo les decía para El Silencio. Y me preguntaban ¿te vas a ir así? Se quedaban locos.

—¿Nunca te pasó nada malo?

—Una vez me puse a pelear con un patinetero que estaba igual de jodido que yo, pero él sí veía.

—¿Y por qué pelearon?

— Ah, bueno, porque él se molestó y que porque yo le estaba invadiendo su zona… eso es normal, es como que si ahorita él viniera para acá para esta zona, yo tengo que mediomatarlo a golpes.

—¿Pero llegaron a los golpes?

—Sí, nos dimos unos manotazos. Claro, él me llevaba ventaja porque él veía y yo no, pero afiné el oído y cuando lo sentí cerca le lancé, creo que le di por aquí (se muestra la cabeza en la parte superior de la oreja) y sentí como cayó. Luego intervinieron unas personas que iban pasando y nos separaron. Gracias a Dios la patineta mía estaba allí al lado, la agarré como pude, me monté y me fui de allí. Nunca más volví.

—Lo de la vez que tú dices que te intentaron envenenar, ¿tú crees que fue a propósito?

—Sí, yo creo que fue a propósito, porque si la gente ya me conoce desde hace años, todo el tiempo he estado en esta esquina cerca del banco (Venezuela), ¿cómo me van a dar una vaina mala?

—¿Le recomendarías tú a alguien que, ni Dios lo quiera, tuviese un problema de salud similar al que tuviste, que también utilizara una patineta?

—Coño sí, porque así no dependes mucho de los demás y te puedes desplazar poco a poco.

—¿Qué le recomendarías tú a la juventud?

—Si están sanos que se cuiden mucho. Que confíen en Dios. Que se preparen, estudien y que respeten y quieran mucho a su mamá.

—Vamos a movernos para allá porque esta lluvia está arreciando.

—Coño sí, se me va a derretir el hombro, jajajajajajaja.

—¿Por cierto, cómo haces cuando llueve?

—Si está lloviendo poquito como ahorita, me quedó aquí, pero si comienza a llover duro, busco donde guarecerme.

—¿Qué te gustaría que te regalaran en un momento dado?

—mmmmmm cónchale amigo, no es por avaricia, pero… me gustaría un lugar donde vivir aquí abajo en la avenida, porque allá arriba todo se me hace más difícil. Fíjate hoy, me fallaron los dos yiseros que siempre me bajan, que son Camilo y Adrián. No hallaba cómo hacer para bajar y un sobrino que llaman Cholo me ayudó a bajar, pero ese no se mueve si uno no le da 60 o 70 bolívares.

—¿Has dejado de bajar a la avenida algún día entre semana?

—Algunas veces, que si está lloviendo, o porque me siento mal. Aunque a mí no me gusta parar, yo cuando comienzo a  hacer una cosa no paro hasta que termino. Yo creo que yo iba a ser obrero de la construcción, una vaina así, porque yo cuando empiezo a hacer una vaina no me quedo quieto hasta que la termino.

—¿Cómo sabes tú si una mujer es bonita o no?

—Por la vocecita uno la saca, y me la imagino y te puedo decir si está más o menos.

—¿Como cuántas mujeres has besado?

—Yo perdí la cuenta, uffff, pero desde que estoy así, a las dos madres de mis hijas y a otra por ahí, pero solo picorete.

—¿Cómo haces para enamorar a una mujer?

— Debe ser por mi carisma, porque yo siempre estoy alegre y riéndome de todo, algo que ellas ven en mí, porque para que dos mujeres se hayan fijado en mí y me hayan dado hijos, es porque algo me vieron, algo.

—¿Cómo son tus 31 de diciembre, qué haces ese día?

—Llorar. Primero me caigo a caña, fumo bastante, pero cigarrillos, nada de aquello, eso nunca me ha gustado… y comienzo a sumergirme en mis cosas, me pongo a pensar en mis hijas, en mi mamá.

—¿O sea, es un día muy duro para ti?

—Viéndolo así sí, pero tengo la alegría de que mi mamá antes de morir conoció a mi nieta, porque Carolina subió en ese tiempo para allá. Por cierto, que fue una mala experiencia, porque cuando íbamos en el yip subiendo para la casa, se antojaron estos cabrones (los malandritos) de caerse a tiros y Carolina estaba toda asustada, ¿y quién no?. Esos tiempos eran muy buenos para mí, tenía a mi mamá, tenía a mi mujer y a mi hija.

La entrevista llegó a su final. Gregorio se acomoda en el bracito malo una bolsa plástica con algo de comida que le regalaron y comienza a darse unos masajes. “Es que se me duerme, pero ella tiene que servir para algo (se refiere a la manito mala), la otra trabaja que trabaja y ella ahí  ¿sin hacer nada?, no puede ser, tiene que servir para algo”, dice atragantado por una sonora carcajada.

“¿Viste como yo me burlo de mi propio cuerpo?”.

“Épale Gregorio, agarre ahí esta arepita”, –le dice una mujer que va pasando apuradita–. “Gracias, mi corazón, que Dios te lo multiplique por mil”, –le contesta Gregorio– agradecido.

—Ya va, ya va, déjame echarme un traguito antes de irme, para aclarar la garganta –dice Gregorio– y saca un envase de agua mineral, pero contentivo de un líquido color violeta, luego me aclara que es sangría, que es su bebida favorita.

TEXTO Y FOTOS: WILMER POLEO ZERPA / CIUDAD CCS


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