Letra invitada | Crónica de la contienda
Eduardo Liendo, Juan Calzadilla, arterias vivas
09/07/2025.- En menos de un mes, Venezuela sintió el duro golpe de la ausencia. Dos maestros se apagaron, dejando un vacío palpable en el firmamento de las letras: Juan Calzadilla y Eduardo Liendo.
Al poeta, al artista visual, a Juan Calzadilla, lo conocí en Barquisimeto. Recuerdo sus palabras, hilando la historia de la literatura y el arte en Venezuela con una lucidez asombrosa. Sus conversaciones no eran charlas o tertulias banales: eran lecciones magistrales que encendían la curiosidad y nutrían mi espíritu.
Verlo trazar líneas en el aire mientras hablaba de un verso o de un cuadro era presenciar la danza de un pensamiento profundo, de una pasión inagotable.
Su legado, más allá de sus versos y sus lienzos, reside en la memoria de quienes, como yo, tuvimos la fortuna de escucharle desentrañar los misterios de la creación.
Tiempo después, en esos viajes a Caracas, siendo yo una muchachita que ya había comenzado su camino por la lectura, y ávida de sumergirme en la narrativa venezolana, me encontré en una Feria del Libro con Eduardo Liendo.
El narrador por antonomasia, el mago de las palabras, se sentó conmigo a escuchar una charla que trataba sobre una editorial ecuatoriana. La amabilidad de su gesto, la sencillez de su presencia, contrastaban con la inmensidad de su obra.
Charlamos sobre libros, sobre personajes, sobre la vida misma que él tan magistralmente expresaba en sus relatos. Su voz tranquila y reflexiva me hizo explorar en los recovecos de la imaginación y entender que en cada historia hay un eco de nosotros mismos.
Ahora, con sus ausencias tan recientes, siento que sus voces resuenan con más fuerza. Calzadilla, el visionario, el explorador de la forma y el fondo, el de la huella de Armando Reverón; Liendo, el cronista, el constructor de mundos a través de la palabra precisa.
Sus partidas nos recuerdan la fragilidad de la existencia, pero también la eternidad de sus legados. Sus libros, sus ideas, sus conversaciones, permanecerán.
Y en cada página que leemos, en cada verso que recitamos, ellos emergen vivos, como un latido de corazón, guiándonos en este vasto y laberíntico, hermoso y sideral sentido de la literatura.
Beatriz Rondón