Psicosoma | Caja de resonancias

El día que comprendí que lo único que me voy a llevar es lo que vivo, empecé a vivir lo que me quiero llevar.

Poesía purépecha

 

08/07/2025.- Somos cajas de resonancia, reproducciones de músicas antiguas, lenguas dormidas, voces y palabras de cuerpos durmientes, sonidos guturales en el cambio de posiciones. Es un misterio dormir en compañía o velar los sueños. Se abren portales al mirar, al cantar, al estar sentada a orillas de la cama amante. Es un mundo extraño sentir en el regazo al recién nacido.

No hay caso: la vida exige cambiar, reinventarnos y decidir amarla, viviéndola sin sobresaltos, sin mentalidad de víctima, dramas o melodramas con efectos especiales. Esto, aunque la realidad nos muestre una sociedad neurótica, con secuelas residuales, obsesiones y diagnósticos irresponsables o simplistas de TOC, TDAH, TDA, TEA, TCA…

Darse cuerda en monólogos internos, de forma lenta y acompasada, como si se tratara de una vitrola sanadora, posibilita borrar discos, cambiar discos duros y sintonizar la radio recóndita del alma. Es sintonizar el inconsciente y las entrañas con los sonidos de la naturaleza: meditación consciente, mindfulness, ronroneos, susurros y la respiración tranquila de los bebés. O, por el contrario, escuchar llantos, maullidos de gatitos hambrientos o chillidos agudos que nos cambian las vibraciones. Son sonidos biológicos e instintivos que sacuden los sentidos, como los alaridos de casi 120 decibelios del recién nacido, comparables al de una sirena. Como explica la Dra. Garststein: "Los bebés nacen necesitando mucha ayuda y sin muchas herramientas de comunicación. El llanto es una herramienta de comunicación muy poderosa. Es una función del sistema nervioso central, genética y de maduración", que parece decirnos: "¡Estoy aquí y te necesito! ¡Heme aquí!".

Es imposible permanecer indiferente al grito de supervivencia. Al escuchar los llantos de mi nieto recién nacido, recuerdo las pinturas de El Grito de Munch, que me enervan, y su título original, Der Schrei der Natur ("El grito de la naturaleza"). También pienso en el primer grito al nacer, considerado el primer trauma, según Otto Rank.

En menos de quince días, el pequeño núcleo familiar varió su percepción: de ver mujeres embarazadas a cuidar bebés dependientes. Sentir y palpar su frágil cuerpecillo, oír sus gruñidos, se me adentra y moviliza memorias de mi propia crianza, recordándome que soy una creación humana de mis antecesoras. Del mundo acuático al terrestre, su acomodación e inteligencia adaptativa giran en torno a la comunicación del llamado: llantos, lloros, gritos, berrinches, bufidos, ronquidos, hipo, buches, gases, el reflejo de Moro, el sueño activo —parecido al REM del adulto— y el reposo. Son ciclos cortos, del sueño ligero al profundo, que van conformando el proceso del dormir en un lapso de seis meses a un año.

La maduración es lenta, como la potencia del temperamento y el instinto que se modula desde el vientre hasta forjar un carácter que se impronta en el regazo íntimo y seguro de una madre y un padre, nutricios de alimentos y afectos. Es el cambio de un vientre cálido a una cuna cómoda, sencilla y segura, sin saturación de estímulos, pero sí con interacciones en todos los sentidos, como las que se iniciaron con los latidos del corazón, la voz materna y los sonidos internos durante el embarazo. Son aliados acústicos en primera instancia para luego introducir elementos visuales en el proceso de crecimiento.

Todo es vibración, calor, color y movimiento; ondas sonoras que producen relajación o estrés con la voz humana, con la voz de cuidadores impregnados de la oxitocina y las endorfinas del estado de enamoramiento.

Recuerdo a mi madre, que siempre repetía: "La música te calmaba. Hacía cantos de cuna improvisados y antes de caminar, ya bailabas". Mi padre comentaba que, antes del tocadiscos y mis amados long plays, el fonógrafo manual era lo más moderno de su época, junto con las lámparas de Petromax que iluminaban las fiestas en su barrio. Luego, el fonógrafo manual pasó a ser eléctrico, en una estructura con forma de mueble y provisto de una caja de resonancia. La vitrola o gramófono era un reproductor de música patentado en 1887 por Emile Berliner.

Todo son vibraciones que se convierten en ondas sonoras y se transfieren a una aguja, la cual grababa dichas ondas en el cilindro giratorio. Es un símil de cómo las voces y los cantos permanecen grabados en nosotros. Apenas comienzo a entender y sentir la maravilla de estar viva, el lento proceso de reconstrucción de más vidas multicolores, con la conciencia innegable de estar cercana a la finitud. Ya nada me impide sorber los nuevos nacimientos en la familia, en mí misma y en el planeta.

Repaso recuerdos y bullen décadas. Los long plays clásicos me detienen por las tardes, en el regreso de San José a Heredia en tren. Son tan vívidos mis viajes de niña a la estación central de Desamparados en Lima, Perú —ahora, la Casa de la Literatura Peruana—. Hoy soy una abuelita migrante y preguntona, y algunas pasajeras serias se ríen por mi acento. La gentil Diana pasó de cobradora de billetes a conductora del tren. Al llegar a mi parada, es un ritual conversar con el músico adulto mayor, dueño de una reliquia musical de acetatos, esos vinilos añosos en buen estado. Así discurre el tiempo mientras escucho tangos con sus historias, milongas y valses peruanos y ecuatorianos en tocadiscos-armarios. Al rato, me aconseja: "Aquí están los tangos de Gardel, la música de Bob Dylan, The Rolling Stones, Aretha Franklin…".

La aguja del tocadiscos en mis sienes viaja suave a las décadas de oro, a las edades diamantinas, al calor verde tropical. Me apasionan los huequitos musicales antiquísimos, las tascas, las barras olorosas, las rocolas. Con su jovialidad, el dueño de la "taguarita" de vinilos me vuelve a aconsejar: "Vaya al mercado de Alajuela por el tocadiscos". Creo que, en realidad, ese ritual es un pretexto. Extraño mi infancia y adolescencia. Me veo en la sala, pongo un long play en el estéreo y abrazo el sueño del hogar materno, de cortinas vinotinto, la puerta de madera con ventanita y las celosías en las ventanas. Veo a una adolescente envuelta en pantalones hindúes tipo palazzo, con los Rolling a todo volumen, y me abrazo a ese tocadiscos que murió de viejo… o que las polillas se comieron. No importa, porque yace en las habitaciones cerebrales, en conexiones de luces de los años setenta. Luego, en Caracas, Caracas, las rocolas Jaramillo me cortaron el cordón umbilical emocional y, de puro despecho, en San José de Areocuar y Casanay, las rocolas renacieron con la Chica de humo.

En largas travesías, mi fiel "espejito, espejito" me acompaña en un regreso de parcas y duelos. Pronto será una década sin Nómar, y es un deleite el disfrute de las maternidades y el aumento de la familia. Vamos haciendo del vivir día a día un arte, casi una vida poética. Como dijo José María Eguren:

La poesía es la revelación del misterio por la verdad del sentimiento. La forma es dolorosa, porque circunscribe y concreta. La obra de arte es un dictado misterioso; la voluntad lleva al fracaso. La belleza es de recuerdo. El modo inmediato de la poesía es el canto lírico y el diario íntimo.

La familia se resignifica en la adultez, con la sabiduría y la experiencia. Los conocimientos acumulados ayudan en las orientaciones a reconstruir las historias familiares, la influencia moldeadora en valores, cultura, costumbres y la compasión empática. Son aprendizajes para los niños y jóvenes, para que no se priven del amor de las abuelas y abuelos migrantes que estamos esparcidos por el mundo, a través de las maravillas de la tecnología, como las videollamadas y WhatsApp.

En todas las fases de la vida nos necesitamos, y cuán sano y milagroso es "recordar" en brazos, en el regazo, con las crías de nuestras crías, las manadas. Nos necesitamos para darnos afecto, apoyo emocional, seguridad y protección en la niñez y en la vejez.

La gerontóloga Heidi Spitzer nos dice "la vejez es, desde el punto de vista psicológico, la etapa donde la persona está en su máximo sentido de autotrascendencia y de reflexión. Debería ser la etapa más plena y más feliz del ser humano".

 

La edad no te protege del amor, pero, el amor, hasta cierto punto, te protege de la edad.

Jeanne Moreau

 

Rosa Anca


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