Vitrina de nimiedades | Esos aires de guerra

21/06/2025.- En casa aún conservamos un cajón de madera gigante fabricado por mi papá hace más de treinta años. Estallaba el conflicto en el golfo Pérsico, un lugar ubicado a más de doce mil kilómetros de Caracas, una larga distancia que era tan corta para él. Albergaba los temores naturales de quien vivió su infancia en la Segunda Guerra Mundial, como la hambruna o la separación familiar. Así que fabricó ese objeto donde guardó comida de reserva ante el miedo de ver expandida la confrontación en una zona indescifrable para nosotros, el Medio Oriente, con la participación del sospechoso habitual de Occidente, Estados Unidos.

La guerra, tan real que sirvió de excusa para otras acciones belicistas, no nos golpeó, como papá pensaba, ni como creía la madre de una compañera de clases, quien selló todas las ventanas de su casa por temor al lanzamiento de una bomba nuclear. Aunque el daño físico nunca nos impactó, la batalla simbólica de aquellos días dejó una huella tan marcada que aún hoy sentimos sus efectos. El despliegue mediático de aquel momento llevó el concepto de la guerra a un plano global. No importaba qué tan lejos se estaba: la confrontación entraba a la sala de tu casa. Eras parte de ella.

Este tipo de despliegues mediáticos no es nuevo. Uno de los campos de batalla es el comunicacional. Lo saben los más nobles y, también, los más sanguinarios. Ahí empieza a bifurcarse la realidad: la demostración de fuerza invisibiliza todos los efectos que generan las acciones bélicas. Los medios pueden cambiar, pero las tácticas siguen iguales y los dilemas permanecen vigentes: ¿el periodismo hecho en esos contextos realmente tributa a la realidad? ¿Cómo coexiste el ejercicio reporteril con otras formas comunicativas marcadas por la propaganda como eje articulador? ¿Cómo se cuenta la verdad?

Podríamos decir que el mundo nunca ha dejado de vivir en guerra o, al menos, es sensato aceptar que se encuentra "azotado por conflictos", como afirma la narrativa general. Algunos combates son ignorados, aunque llevan años bullendo y sus consecuencias sean hambre, enfermedades o atrasos históricos. Otras confrontaciones, las más visibles, son contadas desde la dicotomía: los buenos y los malos, los poderosos y los débiles, los ganadores y los perdedores. Esa clasificación, sin embargo, en muchas ocasiones no responde a la realidad. Existen débiles satanizados y victimarios cuya imagen ha sido convenientemente blanqueada.

Hoy las amenazas de una confrontación a gran escala, que muchos califican como la tercera guerra mundial (un término tan usado que no sabemos si ya comenzó), nos agarra bajo el asedio de la narrativa dominante. El legítimo derecho a la defensa pasa por provocación, la provocación se vende como justicia y el injerencismo imperial busca un nuevo frente de dominación. Mientras tanto, el origen de los conflictos, las históricas desigualdades y hasta un genocidio, como el perpetrado contra los palestinos, no terminan de verse en su justa dimensión.

Todo se potencia con el poderoso aparato fragmentador de las redes sociales, que apelan a sus poderosos algoritmos para imponer sus versiones de la historia. No basta un cajón lleno de verdades, como aquel que guardamos en casa, para entender esos aires de guerra.

 

Rosa E. Pellegrino


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