Psicosoma | Caminares estelares
17/06/2025.- En el devenir de la vida, marchamos con un sinfín de incógnitas, especialmente cuando se anuncian embarazos y nacimientos en el seno familiar. El asombro y la incertidumbre nos invaden, pero siempre enviamos buenos augurios para cada nueva maternidad.
El amor fluye en cada etapa del proceso, desde ese primer instante de quedar "en estado de gracia". Nada parece más importante que llevar la vida en el vientre y reír a carcajadas cuando alguien, cariñosamente, te llama "barrigona". La única prioridad es estar pendiente de esa nueva vida.
Cada maternidad me transporta a mi primera barriga, a esos primeros tres meses, con sus cambios físicos y psicológicos. Recuerdo la búsqueda de mi primogénita, el deseo de que fuera una niña, pensar en nombres y aquel primer vestido iluminado que vi en la vitrina de Korda Modas luego de salir del Hospital Clínico Universitario.
Nada parecía imposible, pues continuaba con mis estudios, cantaba en el coro de la Facultad de Humanidades, nadaba en la piscina y daba vueltas en el Olímpico. La única condición que me impuse fue abandonar la escritura y la poesía. Fiel a mi promesa, me mantuve alejada de todo lo que oliera a arte, recitales o talleres. Transformar mi cuerpo y mi alma era una forma de ser única, así que no había manera de que tomara un lápiz. Decidí vivir mis transformaciones y sueños como un trance. Esas promesas juveniles debían tener un costo.
Ahora, reflexiono al revivir la experiencia mientras percibo a la "barrigona" de mi hijo, embarazado en pleno Día del Padre, quien la cuida y toca Claro de luna al piano para su vientre lunar, en medio de ese mundo acuoso. Escuchamos con tranquilidad el movimiento de sus dedos largos y finos, en una sagrada intimidad, en el silencio del mundo familiar.
Decir "barrigona" me remite a mis profesoras Ligia Montañez y Alicia Gallegos de Lozada y, luego, al divorcio, a traumas que sin Elisa Jiménez no habría podido superar. ¿Cómo no iban a venir esas voces protectoras si nunca tuve la presencia física de mi mamá, solo cartas certificadas que daban el consejo de la "santa fidelidad al marido", insistiendo en que "un hombre es un hombre y siempre te representa, vayas donde vayas"? Así era el amor en esos tiempos. Hoy, la vida en pareja es cada vez mejor, porque el hombre no solo es el proveedor, sino también la fuente nutricia del cuidado y la protección de la familia; es el compañero, el amigo, el camarada…
Todavía me deslumbran las "barrigonas" y es inevitable querer tocarlas, sentir sus latidos. Hoy, en el Día del Padre, celebro a mi hijo que espera a su propio hijo. Nos abrazamos al recuerdo del gran padre ejemplar que fue mi esposo, quien falleció hace siete años, también en el Día del Padre. Mis amigas, en especial Castalia, siempre decían que "Nómar es una gran madre-padre".
En el "camino de las bendiciones", guiado por la espiritual doula Montserrat, nos preparamos para el ritual penúltimo de la pareja embarazada. Nos "abrimos" a celebrar con la doula en una ronda íntima con nuestros deseos y bendiciones para el embarazo de mi linda nuera, a quien honramos con mantras, oraciones y deseos para el proceso del embarazo y el próximo nacimiento. Más allá de lo que vemos, percibimos, impregnados de amor, el latido del nuevo ser y no hay espacio-tiempo que no haya incidido en nuestra familia. Son incontables las circunstancias de mis antojos inesperados, el impulso por beber leche, comer chocolates…
La sencillez del ritual navega con sus imágenes. Es catorce de junio, en plena luna rosada, con los poderes sacros del fuego, agua, aire y tierra que nos conectan al foco de la vela morada, cual cetro de la iluminada madre con su corona de flores siemprevivas en lilas celestiales. Con las velas encendidas, pedíamos concentrados. Luego, ella nos preguntaba por los colores elegidos para escribir los deseos en cartulinas triangulares y por los motivos de la música ofrecida. Todo seguía un orden familiar: al lado izquierdo la madre, y a la derecha el padre junto a su mamá; luego el hermano y la abuela seguían a su madre. Digo esto porque en los rituales de sanación, el orden es básico para el encendido de las velas; nada está al azar. La matrona o guía espiritual, terapeuta, psicóloga, chamana o curandera centra su discurso frente al participante, en círculos pequeños. Así, vamos hablando y ofreciendo con cintillos cada deseo, el cual es amarrado al velón morado, vínculo espiritual e intuitivo.
Los participantes acompañamos el vientre luminoso, pronto a nacer, que crece y crece ante el fuego sagrado del amor, de la vida, del silencio reparador y de escritos que nos llevan a espacios desconocidos que se instalan al desear que el viaje estelar traiga luminosidad, comprensión, salud, paciencia y sabiduría, al venir al planeta Tierra con más compasión humana, conciencia, serenidad e intuición.
"Reposa, reposa el cielo en tu barriguita de esperanzas".
Rosa Anca