Estoy almado | Pantallear

15/06/2025.- Aparecer en pantalla para transmitir un mensaje, sea cual sea, es algo que me había negado a hacer desde que era estudiante de Periodismo. Estudié en una época —no sé si aún se mantiene— en la cual podías elegir un modo de hacer periodismo. Entre las menciones de Audiovisual, Organizacional, Pastoral e Impreso, elegí esta última. Entre mis compañeros iniciales de estudio, la mención del Impreso era vista como el camino más anónimo de la comunicación social. Estabas destinado a ser un nombre más que firmaba escritos en la prensa regional, nacional o internacional; y hasta ahí. Con ello, desechabas, según te hacían creer, la oportunidad de convertirte en alguien famoso; de ser una estrella que aparece constantemente en televisión diciéndole a la gente cuál era la supuesta verdad del día.

De hecho, en la carrera, la mención Impreso era vista como ingrata, porque no disfrutabas de las mieles de la fama al aparecer en pantalla. En Impreso, debías adentrarte en el maravilloso mundo de los periódicos, la imprenta, las redacciones; y leer, escribir, hablar con los involucrados en una historia; investigar y volver a leer, escribir e investigar más, y así intentar descifrar el mundo y sus vaivenes.

No es que eso no se pudiera hacer con las otras menciones de la carrera. Sin embargo, uno sentía que el fetiche reinante de intentar construirte una imagen, de emanciparte como una figura reconocida, de cumplir ese sueño de convertirte en una estrella, era más importante que el oficio de la investigación, el rigor, y leer, escribir, leer, escribir, en un viceversa infinito que te sumerge en las sinuosidades de la curiosidad y la verdad, sin importar si la camisa que llevas puesta puede afectar tu imagen y la del medio para el cual haces un reporte.

A pesar de esa percepción, veinte años después de graduarme en mención Impreso y pasar por varias redacciones, heme aquí, pantalleando, que no es más que salir en pantalla, tratando de hacer comunicación.

Hoy, pantallear es como intentar hacer televisión, pero sin salir en la TV. En su lugar están las redes. Para mí, ha sido comenzar de cero en un área totalmente desconocida, que abarca jergas, modismos y formas de operar que reivindican aquella frase de McLuhan en la cual señalaba que el medio es el mensaje, incluyendo la imagen. Sí, la imagen entendida desde la simbología de la percepción emotiva que puede tener una audiencia sobre ti acerca de cómo te ves.

También está el otro lado: mostrar y hacer una imagen comporta elementos vacuos. Eso pasa por si te ves desarreglado o descuidado, indiferentemente del mensaje. Cómo te ves, y cómo te ven, puede prevalecer por encima del reporte noticioso. Sin duda, es otra dimensión que te hace extrañar los días en los cuales no era importante afeitarse la barba para hacer periodismo, ni pensar en la ropa que ibas a vestir para cubrir una noticia. Cuando reporteaba para prensa escrita, iba, investigaba y cubría. Luego, el texto se tenía que defender solo, como si tuviera vida propia, implicando, mediante la magia textual, la conectividad y la razón como un todo.

De momento, lo estoy tomando como un aprendizaje sobrevenido, sin hacerme expectativas. Como una jugada fatalista que el periodismo me ha puesto frente a los nuevos tiempos. Es un aprendizaje a regañadientes que implica hacer lo que nunca quise hacer desde la universidad, pero que por alguna razón debo vivirlo. Tal vez, lo hago para saldar conmigo mismo cierta animadversión a esa forma válida de comunicar hablándole a la pantalla que arrastraba desde la universidad.

En mi caso, es un camino de ensayo y error. Tratar de comunicar frente a una cámara ha sido tortuoso. Detalles que van desde cómo agarrar el micrófono hasta cómo gesticular con el cuerpo, las manos o la cara. También, abarca cierta habilidad para improvisar hablando en cámara, o tratar de hilar ideas que no suenen a relleno o a falta de preparación.

Todo eso sin contar con los laberintos de la pronunciación según el contenido, el lenguaje corporal o la adopción de un formato hablado que debe estar condimentado con las exigencias del consumo de contenido en redes. Tienes que ser atractivo e informal, al mismo tiempo, en medio de un experimento de histrionismo que debes desarrollar sin llegar a parecerte al influencer adolescente del momento, porque no estás haciendo marketing, sino periodismo. Lo primero es lo más fácil y consumible en este tiempo histórico, donde parece que pantallear ya no tiene el impacto de otrora, cuando alguien salía en televisión nacional.

¿La razón? Las audiencias están segmentadas. El algoritmo ha hecho su trabajo según el gusto e interés de cada ser humano que tiene un celular "inteligente" en su bolsillo. De hecho, por más "viral" —así se mide cuán popular puedes ser— que resulte uno de los videos donde te muestres hablando, solo te conocerá una audiencia de un nicho en particular —deportes, política, internacional, actualidad, extraterrestres, teorías conspiranoicas— que consume ese contenido en específico.

Así que pantallear —por aquello de grabarte para hacerte los videos de las redes— es un reto que en la práctica me permite descubrir, con tropiezos, y muchas fallas, otro formato de comunicación que antes no me interesaba en absoluto, pero que ahora, por el auge de las redes, es el más demandado y codiciado. De modo que me declaro un novato, apenas un aprendiz, de este nuevo "periodismo" de redes. Nadie tiene que saber que llevo casi veinte años de ejercicio en el periodismo clásico y, además, impreso. Para el mundillo de las redes, mi lugar en el periodismo 3.0 está en plena construcción.

 

Manuel Palma


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