Vitrina de nimiedades | El boom de este señoreo intenso
07/06/2025.- Si entiende el guiño del título de este artículo, es muy probable que fuera un veinteañero cuando Tito el Bambino puso de moda Siente el boom, gracias a una colaboración musical. Eso ocurrió hace casi veinte años, cuando el reguetón era una transgresión emergente y se expandía como el espanto de los adultos contemporáneos. Los jóvenes de la época escuchamos la canción miles de veces, en fiestas, en autobuses o en la playa, por elección o no. Si usted forma parte de ese lote, pues ya tiene en su haber el título de "señor" o "señora", una etiqueta cuyo peso no está en la palabra, sino en el contexto y el tono con el cual se emplea.
La formalidad ha mantenido el uso de ambos términos como muestra de respeto en la adultez, especialmente si el trato viene de los más jóvenes. Es una herencia de aquellas generaciones que ni siquiera tuteaban a sus contemporáneos y que, en el caso de los hombres, preferían referirse a sus esposas como sus "señoras".
La expresión también ha servido para medir la honradez entre adultos. Podrá dormir tranquilo si su fama va precedida por un "ese hombre sí es señor". Si se trata de profesiones y oficios, considérese realizado: sus compañeros de igual o mayor edad le reconocen sus habilidades. Entre los jóvenes, los apelativos son otros: si ellos lo distinguen como "todo un pro" o "un crack", pues siéntase satisfecho.
Sin embargo, a muchos no les importa el respeto o el reconocimiento. El mayor premio siempre será escuchar: "Ah, pero tú eres un carajito", un placebo eficaz. Algunos, cuando ya el cuerpo y la cara no disimulan los años, prefieren el exceso de confianza para ahorrarse un apelativo indeseado: "Nada de señor, ¿qué es eso? Por favor, ¡faltaba más! No le pares a las canas. Llámame José, ¡sin pena! José para ti".
La fórmula funciona hasta que llega el conflicto. No importa cuánta simpatía se haya derrochado entre los vecinos, los compañeros de trabajo y demás conocidos. Si peleó con alguien o es motivo de la antipatía ajena, casi nada lo salvará de ser tildado como "este señor" o "esta señora", "el señor este" o "la señora esta". No hay insultos. De hecho, quien se exprese así de otro lo hará en el terreno privado, lejos del motivo de su malestar. Eso no aminora la carga de resentimiento y frustración.
Cuando un sustantivo sirve al mismo tiempo para el reconocimiento y el insulto velado, es evidente todo el peso cultural que media en nuestros vínculos sociales. Nos enfrentamos a la dictadura de las generaciones y a nuestra doble moral sobre las expectativas de vida. Aparentemente, nos interesa vivir mucho, pero plenos, aunque nos dé harta flojera comer bien o hacer ejercicios. La vejez como mañana no existe. ¿Quién se propone hacer planes para vivir sus setenta años? ¿Cómo queremos pasar nuestros días si tenemos la suerte de llegar a los ochenta años? Tener expectativas parece patrimonio exclusivo de la juventud.
Mientras nos perdemos en el bosque de las palabras, la esperanza de vida en el mundo se redujo 1,8 años entre 2019 y 2021. A cinco años de 2030, cuando se espera haber cumplido con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, estamos lejos de llegar a la meta de mil millones de personas amparadas por cobertura sanitaria universal y otros mil millones con protección ante emergencias sanitarias. Si sumamos el panorama belicista, llevar más de tres décadas de vida es una fortuna. Hasta Tito el Bambino, ya cuarentón, preferiría el boom de un señoreo intenso.
Rosa E. Pellegrino