Vitrina de nimiedades | El algoritmo consejero

31/05/2025.- Como la mascota que no queríamos adoptar, pero terminó adueñándose de nuestra casa, la inteligencia artificial puede atraer lo suficiente para ser algo más que una herramienta de productividad. Reúne las condiciones para convertirse en ese confidente que no nos juzga, no interrumpe nuestras disertaciones y siempre tiene una respuesta para nuestros dilemas existenciales. No se aburrirá de nuestros lamentos. No es una suposición: hoy, son muchos quienes evalúan sus decisiones personales a través de prompts escritos a punta de sentimiento.

Con una perspectiva similar a las películas futuristas que plantean los vínculos emocionales entre humanos y máquinas, es posible encontrar testimonios de quienes le preguntan a ChatGPT o a Gemini qué hacer cuando una amistad pierde su sentido, hay un conflicto familiar o se convive con un compañero que definitivamente arruina el ambiente laboral. Cada respuesta provoca una nueva pregunta, en un diálogo efectivo entre la ansiedad humana y la serenidad prefabricada.

Cuando la empatía parece un ultravalor humano, es tentador encontrar un espacio donde no seamos juzgados, donde no se recriminen nuestras reacciones, algo que puede ocurrir en una conversación con la gente de "confianza". Queremos tener nuestra propia Vikki Carr respondiendo a nuestro desespero, fiel a una Ana Gabriel cualquiera. Sin embargo, cuando se quiere orientación sin drama, solo las mentes elevadas están por encima de la emoción, una tarea casi imposible para la mayoría de los humanos. La frialdad calculada de las máquinas les viene bien a algunos.

No es una novedad buscar en el mundo digital ese consejo que queremos escuchar. La psicología ha incorporado de manera progresiva herramientas para atender vía telemática a quien lo necesite. La búsqueda de mayor privacidad, los criterios para elegir un terapeuta o situaciones sobrevenidas pueden llevarnos a las sesiones en línea. Entonces, cuando cambiamos los mecanismos comprobados por la ciencia por un consejero sin rostro, toca evaluar qué estamos haciendo mal entre nosotros mismos.

¿Por qué es preferible confiar nuestras penas a un dispositivo guiado por algoritmos? ¿Cuándo dejamos de ser refugios para otros? Quizás escogemos el anonimato del teclado para no sentirnos juzgados por una razón: aquellos a quienes acudimos no entienden que muchas veces solo queremos compañía sin palabras; nada más. Desde esa ignorancia, damos un salto al vacío al dar un consejo no solicitado, condenar a quien comparte sus penas o simplemente decir algo desafortunado. Eso no pasa con las máquinas… o eso dicen…

Lidiar con la especie humana es un caos para ella misma. Ahí puede estar el motivo por el cual vamos creando más barreras con nuestros pares. En lugar de llamadas, mensajes de voz. En vez de procurar el contacto directo, mejor hacer una videollamada. En lugar de la calidez, el tono calculado de un asistente de IA devenido en coach. Al final, somos seres evadiendo nuestra propia naturaleza.

 

Rosa E. Pellegrino


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