Letra fría | El Techo de la Ballena en Bellas Artes

30/05/2025.- Hoy, viernes 30 de mayo, a las cuatro de la tarde, estaremos en el conversatorio "El Techo de la Ballena. Memorias", en los pasillos del edificio neoclásico del Museo de Bellas Artes. El moderador será Zacarías García, director general del museo. En este panel, contaremos con la presencia de Félix Hernández, experto curador e historiador de arte, y Enrique Hernández D' Jesús, reconocido poeta, fotógrafo, editor, artista plástico y cocinero insigne. También nos acompañará Esther Coviella, licenciada en Letras y viuda de Daniel González, cuya tesis de grado, realizada junto a Nelson Dávila, versó sobre El Techo. Aquel trabajo de investigación fue asesorado por el propio Daniel, a quien hoy rendimos homenaje. Incluyo el plural al referirme a los participantes porque yo, Humberto Márquez, escritor y periodista, también formaré parte de esta conversación.

De dicha manera, bajo el paraguas de El Techo, recordaremos a nuestro querido Daniel González, en el marco de su exposición. Lo he perfilado en publicaciones anteriores como un gran fotógrafo, diseñador, ilustrador y diagramador de libros, folletos, catálogos y vehementes manifiestos artísticos de El Techo de la Ballena, además de pintor, escultor, documentalista y ñángara. Me faltó agregar que fue un gran comunicador, cocinero excelso, maestro del sarcasmo y un divertido mamador de gallo. Para resumir, aparte de artista genial, fue un gran jodedor, maestro del humor negro y del juego de palabras.

Sobre el origen de este movimiento vanguardista, El Techo de la Ballena, fraguado en las mesas nocturnas —y, también, madrugadoras y diurnas— de tres estudiantes de la Universidad de Salamanca, siempre me pareció gracioso que los bares llegaran a lucir el siguiente letrero: "Se prohíbe la entrada a los señoritos Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles y Alfonso Montilla". Dejemos, sin embargo, que sea Edmundo Aray, otro ballenero muy querido, quien resuma el magma etílico de su origen:

El Techo de la Ballena surge impulsado por la ebriedad. Nace en Salamanca con Carlos Contramaestre, Caupolicán Ovalles y Alfonso Montilla. El primero estudiaba Medicina y los otros dos, Derecho. De la ebriedad, pero también de la locura y del espíritu rimbaudiano de Lautréamont. Carlos amó profundamente la literatura y la pintura españolas y, en general, todas aquellas manifestaciones que tuvieran una carga subversiva. Su asidero mayor fue el hecho plástico. Una figura fundamental influyó en su trabajo como pintor: Arcimboldo. En el período de su permanencia en Salamanca, surge un movimiento plástico: el informalismo. A Carlos lo impresionan Tàpies, Millares y Canogar. Las lecturas de Sade, Lautréamont y Rimbaud forman parte de su acervo como artista. Se trata fundamentalmente de consumir la vida en el propio acto de la creación. Esta concepción luego va a ser parte de El Techo de la Ballena, la de consumir la existencia en el hecho poético, en la locura, en el humor, en la provocación, en la ebriedad. En ese magma surge El Techo de la Ballena.

Esto lo vertieron Anita Tapias y Félix Suazu en una brillante entrevista que le hicieran a nuestro muy querido Edmundo, quien en esa misma ocasión compartió este cuento:

Una noche, en Salamanca, Carlos Contramaestre fue a verter sus orines cerveceros en el mingitorio [léase meadero], pero equivocó la ruta y fue a parar a la bodega de la tasca. Muy preocupados Caupolicán Ovalles y Alfonso Montilla porque el tiempo pasaba y Carlos no regresaba del mingitorio, decidieron buscarlo. No estaba. Por supuesto, pensaron que podía encontrarse en la bodega. Al abrir la puerta, escucharon un chapoteo que venía de un gran tonel. Preguntaron: "¡Carlos! ¡Carlos! ¿Estás ahí?". Carlos respondió: "Sí, sí… ¡Pásenme una aceitunita!".

Fue tal el desenfreno de natación etílica que, a partir de aquel suceso, empezaron a aparecer pegados a las puertas de todas las tascas de Salamanca los fulanos carteles de los señoritos prohibidos. También nos enteramos por tan memorable entrevista que los señoritos discutían el nombre de aquel excelso movimiento, que se gestaba entre La Iguana Ebria y El Techo de la Ballena. Triunfó Jorge Luis Borges y la metáfora de los balleneros: el océano es el techo de la ballena…

Ya en Caracas, ocurre el lanzamiento del grupo, en marzo de 1961, a través de la exposición "Para restituir el magma", cuya intención, más que mostrar obras —aunque fueran de signo experimental—, fue la de provocar un escándalo. Así lo reseñó Juan Calzadilla, quien creo que es el único miembro vivo, por lo menos aquí en Venezuela.

Luego, a través de José Pulido —en una entrevista, casi desconocida porque se publicó muchos años después, en 2019—, supimos de un resumen sucinto, pero muy completo, de la trayectoria de Daniel. Una de sus hazañas gráficas, esta vez como el centro de la noticia, fue haber aparecido con honores en la revista Life en español del 17 de septiembre de 1962. Es precisamente el año en que se organiza su primera muestra fotográfica, "Asfalto-infierno", en la galería-librería Ulises de Caracas. La misma se convirtió en un libro en enero de 1963, con prólogo de Francisco Pérez Perdomo y texto de Adriano González León. Esta publicación es considerada uno de los fotolibros más importantes de Latinoamérica.

No pienso seguir dando detalles de esta tertulia, primero, porque este espacio está llegando a su fin, y, segundo, porque la conversación promete ser muy nutritiva. Tendremos el honor de compartir con Félix, el curador de arte más significativo del país. También, con Esther, gran conocedora de El Techo, además de que vivió con Daniel, el alma gráfica del movimiento, y con el Catire, que fue contemporáneo de ellos. Podemos decir que fue una testigo presencial de muchas de las experiencias del grupo, sobre todo en Mérida. No significa que yo no lo fuera también, pero en menor medida. En los sesenta, yo era muy joven. Después estuve en Bogotá de 1970 al 74 y a mi llegada a Caracas, ya todos eran viejos. Como sé que el Catire me va a criticar, diré que él también fue un joven precoz. Si no, pueden sacar la cuenta: cuando Adriano me dio clases en Letras, yo tenía veinte años…

¡Llévatela, Zacarías!

 

Humberto Márquez


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