Trinchera de ideas | La guerra [integral] no declarada de EEUU
Contra China (IV y final)
29/05/2025.- No obstante la pragmática decisión de Trump de buscar un acercamiento con China que impulsara una permanente comunicación de alto nivel conducente a estimular la cooperación, un ambiente de incertidumbre comenzó a rodear la relación entre los dos países, dadas las contradictorias señales que emanaban desde Washington. La conversación entre los presidentes del 10 de febrero de 2017 no sirvió para apaciguar los aires de conflicto que soplaban en dirección al Este. En un artículo publicado en Asia Times, el investigador Richard A. Bitzinger, de la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur, opinaba que “en ambos países había voces que exponían esta posibilidad”.
En el artículo, Bitzinger recordaba que en marzo de 2016 el jefe de estrategia de la Casa Blanca y consejero de Trump, Steve Bannon, afirmó de forma rotunda —cuando aún no tenía responsabilidades en la administración— que la guerra entre Pekín y Washington era ineludible en el Mar de la China Meridional en un plazo que iba de entre 5 a 10 años. Pero ahora su punto de vista cobraba mucho valor, toda vez que había asumido una alta responsabilidad muy cerca de Trump. Como respuesta, el mismo 20 de enero, día de la asunción de Trump, el Ejército Popular de Liberación de China expuso a través de su página oficial que "una guerra dentro del mandato presidencial [de Trump] o una 'guerra que estalle esta noche' dejaron de ser solo eslóganes y empiezan a ser una realidad".
Al mismo tiempo que los presidentes conversaban a comienzos de febrero, la Armada de Estados Unidos desplegaba el grupo de ataque del portaviones USS Carl Vinson y el destructor de misiles guiados USS Wayne E. Meyer en el Mar Meridional de China, para llevar a cabo lo que denominó “operaciones de rutina”. Además del rechazo inmediato de la Cancillería china, que caracterizó dichas acciones como amenazantes y dañinas para la soberanía y la seguridad de la región, el periódico chino Global Times publicó un fuerte artículo que señalaba que la actitud de China sería pacífica en la medida en que Estados Unidos no realizara maniobras provocadoras en sus mares adyacentes; caso contrario, China se vería obligada a desplegar todo tipo de armas y combatientes en el área.
El periódico se preguntaba si las acciones de la Armada de Estados Unidos no eran expresión clara del intento de militarizar el Mar Meridional de China y si las declaraciones públicas del Ejército estadounidense no eran manifestación de una amenaza militar directa. Respondía que: "El mar de la China Meridional no es el Caribe", y agregaba que esa región no era “un lugar para que Estados Unidos se comporte de manera imprudente. Los generales estadounidenses dijeron que están listos para luchar cuando sea necesario. El Ejército Popular de Liberación también está haciendo preparativos”.
Echando “más leña al fuego”, el portal mexicano ContraLínea publicó el 2 de febrero de ese año un artículo salido de la pluma de los analistas Theresa Richter, Jacinto Gómez Sántiz y Juan Ignacio Domínguez, en el que se informa que China ha respondido a las amenazas estadounidenses tomando posiciones en su “frontera marítimo-energética” al “colarse sorpresivamente” en la licitación de campos petroleros en aguas profundas del Golfo de México, adquiriendo licencias hasta por 50 años para explotar la que es considerada la región de mayores reservas energéticas del país azteca. Sin embargo, las áreas adquiridas por China son calificadas como de poco valor comercial, por lo que se concluye que el “mal negocio” en realidad “solo” le permitió a China obtener “una cabeza de playa” en las puertas de Estados Unidos.
En medio de esta trama, China se permitió conmemorar el 45 aniversario de la firma del Comunicado de Shanghái, firmado el 28 de febrero de 1972, al concluir la visita del presidente Richard Nixon a Pekín. Este documento estableció los principios para comenzar a normalizar las relaciones entre Estados Unidos y China, lo cual, unido al Comunicado sobre el Establecimiento de Relaciones Diplomáticas de 1978 y el Comunicado emitido el 17 de agosto 1982 mediante el cual Estados Unidos manifestaba su voluntad de reducir gradualmente las ventas de armas a Taiwán mientras que la República Popular China se comprometía a la búsqueda de una solución pacífica a este problema, constituyen los tres documentos que guían las relaciones bilaterales entre China y Estados Unidos.
La conmemoración de la fecha sirvió para que China valorara en grado superlativo la relación bilateral que alcanzaba para ese año un comercio superior a los 500 mil millones de dólares, al mismo tiempo que en 2016 la inversión china en Estados Unidos llegaba a 50 mil millones de dólares. Asimismo, se exponía que “diariamente 14.000 personas viajaron entre China y Estados Unidos, en vuelos que despegaban o aterrizaban cada 17 minutos”.
No obstante, en el contexto China reaccionaba al escalamiento del cerco militar que se construía en su entorno. En este sentido, rechazaba la decisión de Estados Unidos de instalar el sistema antimisiles THAAD en Corea del Sur, alertando sobre "las consecuencias" que tal medida podría tener en las relaciones bilaterales con ambos países, responsabilizando de ello a Seúl y Washington. El Gobierno coreano se apresuró a informar que se trataba de "una medida soberana y de autodefensa”, pero la Cancillería china hizo patente su oposición, toda vez que consideraba que se estaba rompiendo el equilibrio en la región.
Ante esta situación y las constantes tensiones en los mares adyacentes a China, las autoridades del país creyeron necesario enviar un mensaje alto y claro. En el mes de mayo, durante una visita al cuartel general de la Armada, el presidente Xi Jinping hizo un llamado a construir una “fuerza poderosa y moderna” de apoyo al proyecto estratégico aprobado en el XVIII Congreso del Partido Comunista de China que propugnaba la realización del sueño chino de revitalización nacional, para lo cual era básico contar con un instrumento estratégico como las fuerzas navales, que garantizaran la seguridad nacional y el desarrollo del país, lo que hacía necesario construir una Armada “de clase mundial”.
Estados Unidos acusó el impacto del discurso de Xi ante los altos mandos de la Armada. Un mes después de la visita del Presidente chino a esa instancia, en una comparecencia ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, en la preparación del presupuesto del Departamento de Defensa para 2018, el secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis, advirtió que Rusia y China están desafiando el “dominio militar norteamericano con sus avances tecnológicos” y “asaltando el orden internacional”. Mattis alertaba acerca de una China “…en ascenso más confiada y asertiva que coloca el orden internacional bajo asalto”, lo cual significaba una amenaza para el dominio militar de Estados Unidos en tierra, mar y aire debido a sus grandes avances tecnológicos.
El jefe del Pentágono aseguró que: “Nuestro dominio de los mares está amenazado por misiles de largo alcance, municiones guiadas terrestres, diseñadas para atacar a nuestros barcos desde distancias cada vez más largas. Nuestra superioridad submarina, incuestionable desde el final de la Guerra Fría, está siendo desafiada tanto por Rusia como por China.
La alarma de la más alta autoridad militar estadounidense tomaba nota de la propuesta de firmar una hoja de ruta para el desarrollo de la cooperación en la esfera militar entre las dos potencias adversarias de Washington para los años 2017-2020, que el ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigú, hiciera a su homólogo chino, Chang Wanquan.
Los planes de desarrollo de China no se detenían, cada nuevo paso era percibido en Washington como una afrenta a su liderazgo y un cuestionamiento a su hegemonía planetaria. Los proyectos de China abarcaban cada vez mayores ámbitos de la economía, la ciencia y la tecnología. La Nueva Ruta de la Seda fue concebida como el programa más ambicioso jamás diseñado en materia de integración económica y comercial, orientado a crear un gran mercado euroasiático incorporando además a África y a América Latina en un momento posterior. Esto le valió el permanente rechazo de Estados Unidos. El secretario de Estado Mike Pompeo y el vicepresidente Mike Pence acusaron a Pekín de adelantar una política que conducía a los países a la “trampa de la deuda” que podía ser usada para evadir responsabilidades en materia de derechos humanos u obtener beneficios y apoyos en las disputas territoriales como las que existen en el Mar Meridional de China.
En otras áreas, los progresos chinos se vislumbraban asombrosos. Para el año 2030 se propuso convertirse en líder mundial en Inteligencia Artificial (IA). Estados Unidos lo consideró un reto a su hegemonía también en esta área. En julio de 2017, citando a Asia Times, Raúl Zibechi informaba que: "Entre 2012 y 2016, ese país invirtió 17.900 millones de dólares en IA, seguido a distancia por China, con 2.600 millones. Los demás países están a distancias siderales: Reino Unido invirtió 800 millones, Canadá 640 y Alemania 600 millones. Algo similar sucede en relación a las empresas dedicadas a la Inteligencia Artificial. Estados Unidos tiene algo más de 2.900 compañías, seguido por China, con 709. En ambos casos las diferencias son enormes y no será nada sencillo que las cifras se acerquen. Sin embargo, mientras China crece, EEUU decae. La inversión en investigación y desarrollo de las 1.000 mayores empresas estadounidenses es la más baja en 50 años y los gastos federales en ese rubro, en porcentaje del PIB, son los menores en cuatro décadas. El encuentro anual del Parlamento chino, en marzo pasado, fue el epicentro del viraje del dragón. Allí registró un toque de clarín de parte de algunos de los líderes de negocios y tecnología más influyentes de China, a fin de que el Gobierno establezca políticas para definir lo que consideran el Próximo Gran Asunto", como denominan los negocios que promoverá la IA.
Dos meses más tarde, China incursionó en otra área sensible para Washington. Según un reporte del portal Sputnik, Pekín se estaba preparando para lanzar contratos de petróleo a futuro en yuanes con una posible conversión al oro, lo cual, según expertos, podría modificar sustancialmente las reglas del mercado petrolero, permitiéndoles a los exportadores de materias primas comerciar en monedas distintas al dólar. China, como mayor importador de petróleo del mundo, enviaba un mensaje en el sentido de hacer contratos a futuro en su moneda con la posibilidad de convertirla en la nueva divisa de intercambio.
Toda esta situación fue colmando el vaso de la paciencia del presidente Trump. Haciendo un equivocado análisis que lo llevó a suponer que el gigantesco déficit comercial de Estados Unidos con China tenía su causa en prácticas desleales y robo de patentes, obviando que desde la década de los 80 del siglo pasado se comenzó a desmontar el aparato industrial de su país, se supeditó la economía productiva a la especulativa, se deslocalizaron empresas estadounidenses por todo el mundo en búsqueda de mejores condiciones para maximizar ganancias y se produjo un bajo crecimiento económico que transformó la economía en una burbuja difícil de sostener, sobre todo con el enorme gasto militar que significa mantener más de 800 bases militares, 150 mil soldados y seis flotas navales fuera de su territorio, Trump se propuso enfrentar a China en una confrontación de dimensiones superiores.
Observaba que su proyecto de “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo” se estaba esfumando mientras su visión empresarial le indicaba que debía golpear donde creía tener mayor poder, en tanto apostaba a la debilidad de su competencia. En esas condiciones, ordenó a sus asesores preparar un golpe ante el cual —según él— China no tendría capacidad de respuesta. Durante un mes, con fundamento en la sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, Trump rescató la autoridad del Representante Comercial de Estados Unidos para investigar y responder, bajo su dirección, a lo que consideraba prácticas comerciales desleales de China.
En 22 de marzo de 2018, el presidente Trump firmó un memorando presidencial para imponer aranceles y mayores restricciones a los productos e inversiones chinas, lo que según su plan harían de Estados Unidos "una nación más fuerte y rica". Las nuevas medidas imponían aranceles sobre 50.000 millones de dólares en productos chinos, limitando además las facultades de este país para invertir en la industria tecnológica estadounidense. Trump afirmó que esta decisión se tomó para dar respuesta a China que “obligaba a las empresas de Estados Unidos a ceder sus secretos comerciales, si querían hacer negocios con ese país (Voz de América, 2018). Así dio inicio a la mal llamada “guerra comercial” que ahora en la segunda administración de Trump ha rebasado los niveles anteriores sin que Washington haya podido obtener beneficios de la misma.
Sergio Rodríguez Gelfenstein
sergioro07.blogspot.com