De comae a comae | Mamás en duelo
Ninguna madre está preparada para ver morir a sus hijes
Reivindicar esta maternidad es también un acto de vida, porque sigo siendo madre, aunque me falte su voz, su abrazo, su mirada. Su existencia sigue habitando en mí.
Magdymar León
Psicóloga clínica
22/05/2025.- A los doce años, conocí a la primera madre en duelo de mi vida. Ella era madre de tres hembras y ocho varones. A uno de ellos lo asesinaron de una manera muy violenta. Aquella tragedia llenó de dolor a una familia entera, pero a esa madre la devastó por muchos años.
Viví con ella hasta mis diecisiete años. La acompañé domingo tras domingo al cementerio; luego a misa. La veía vestir siempre de luto, con sus ojos tristes, con el cuerpo decaído.
Sus siestas largas, producto del efecto del Lexotanil que tomaba para poder dormir por las noches, le daban una pausa a su tristeza. Aquella madre tenía muchos amores, pero le faltaba uno, uno que le arrebataron sin aviso, sin permiso, y eso justificaba toda su pena.
La segunda madre en duelo con quien tuve cercanía fue una hermosa mujer que no conocía personalmente; solo sabía de ella por sus fotos en Facebook. Me maravillaba su brillo, el mundo en ella, su redondez, su rostro enamorado, sus esperanzas. Un día, en su foto de portada apareció un arcoíris. Busqué y busqué hasta que encontré un adiós escrito.
Aquella noticia invadió con temblores mi cuerpo. Recién había tenido un aborto e imaginar la situación de aquella compañera viviendo un trago tan amargo con un embarazo a término me impulsó a escribirle y ofrecerle compañía.
Durante un tiempo nos escribimos. Le contaba lo que me había servido a mí, lo que había hecho para despedir a Mijao. No quería soltarla; quería abrazarla. El teclado y las redes sociales virtuales se volvieron un canal de contacto entre ambas. Escribirle me hacía pensar cuidadosamente en qué palabras usar, porque merecía ante todo respeto, solidaridad, ternura y consuelo.
Estoy recordando algo y es que en realidad la primera madre en duelo que conocí fue Isabel, una novia de mi padre. Ella perdió a su hijito. Isabel era encantadora conmigo, me cuidaba con cariño y estaba pendiente de mi aseo personal; me enseñó a lavar mis greñas. La recuerdo dulce y bellísima también.
Un día fui a su casa y allí me llevó al cuarto de su pequeño. Había peluches y juguetes por todos lados, cada cosa ordenada, en su lugar, la cama tendida y las paredes azules. En ese cuarto me regaló un disco de Rocío Dúrcal, escribió unas palabras para mí y me habló de su pérdida. Me dijo que Amor eterno era la canción con la que identificaba su dolor.
Ninguna madre está preparada para ver morir a sus hijes, sea en edad adulta, bebés no nacidos o niños pequeños. Ninguna madre lo está. Cada una de ellas, de nosotras, transita un dolor que se aloja en las entrañas y que desespera. Así vi a Olga un 26 de diciembre en la funeraria en la que despedía a Liam.
Olga y yo fuimos compañeras en el Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano (Cania) como madres acompañantes del programa seminterno del área de recuperación nutricional. Su hijito de seis años y mi hija de más de siete meses compartieron el parque, el comedor, las horas de siesta y las actividades educativas. Nosotras compartimos los chismes a la hora del almuerzo, algún cafecito eventual, la solidaridad y las porras.
A Liam le hice unos banderines para colocar en su ataúd y durante algunos meses le fui diseñando un recordatorio a su mamá. Después del funeral, ver los estados de WhatsApp de Olga eran mi forma de acompañarla. Cada mensaje suyo me permitía responderle y así estar para ella. Desde entonces somos amigas, amigas que se aprecian de corazón.
Más recientemente, formando parte de un grupo de mamás en el que compartimos fotos, inquietudes, chismes, pesares y consejos de crianza, una mamita vio partir a su bebé de un año. Aquello, la verdad, me consternó. Ese bebé era el más cuidado, el más deseado y el más querido. Y es que todas las muertes duelen, pero esta me paralizó.
Por segunda vez con Yara visitaba una funeraria. Llevamos para el bebé un carrito de juguete y un girasol. La mirada de esta mamita me recordó a la de mi tía, una mirada ausente del cuerpo que se habita. Ella no estaba allí, aunque hablara, aunque caminara.
Para el Día de las Madres, Magdymar León, psicóloga clínica y directora general de la Asociación Venezolana para una Educación Sexual Alternativa (Avesa), madre que despidió a una hija, publicó un texto titulado Maternidad sutil, texto con el que me gustaría cerrar este escrito dedicado a todas aquellas madres que transitan un duelo.
Este Día de las Madres quiero dedicar un espacio a esas maternidades que no siempre son nombradas, pero que existen con fuerza, amor y presencia. A ti, que como yo sigues siendo madre, aunque tu hijo o hija ya no esté físicamente…
No traigo fórmulas ni certezas, solo un compartir desde el corazón. Porque maternar también es esto: sostener un amor que se transforma, que se expande, que sigue latiendo. Aquí honramos esa maternidad silente, a veces invisible para el mundo, pero profundamente viva. Una maternidad sutil que merece ser reconocida, abrazada y celebrada.
Ketsy Medina
Referencia:
León, M. [@Magdymarleon]. (10 de mayo de 2025). Maternidad sutil [Carrusel de imágenes]. Instagram. https://www.instagram.com/p/DJfoURaOEiq/?img_index=1