19/05/2025.- El pasado mes de marzo se cumplieron 26 años del fallecimiento en Estocolmo, Suecia, del científico venezolano Humberto Fernández Morán. La élite política lo había execrado por ser ministro de Educación en la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Pocos saben que estuvo en Venezuela la noche del 17 de diciembre de 1973. No dio declaraciones a la prensa. Ningún medio escrito o televisivo reportó su llegada.

En el jardín de la residencia familiar de Carlos Andrés Pérez más de una docena de aduladores se empujaban unos a otros para abrazarlo por haber sido electo candidato presidencial. CAP tuvo que apartar a los acosadores para acercarse al pequeño banco de cemento donde lo esperaba para entrevistarlo como reportero del diario La Verdad, hoy desaparecido. Entré a la sala donde se ofrecía el brindis. Fernández Morán estaba solo en una mesa, con medio vaso de whisky que no consumió. Vestía una modesta camisa blanca y un pantalón oscuro mientras los invitados, casi todos con corbata, pasaban a su lado sin mirarlo.

Con voz suave y pausada me pidió que no lo entrevistara, que nada más conversáramos, a lo cual accedí. “Acepté una invitación del señor presidente”, dijo, cuando le pregunté el motivo de su presencia. “No me simpatizan los políticos ni la política ni el cine ni el deporte”. “Mi mayor distracción es el laboratorio”, confesó. “¿Se siente feliz?"  “Mucho, al fin pude visitar mi país sin ser criticado”, agregó. Casi una hora después se despidió (sorpresa: ¡sin escoltas!).

Había entrado y salido sin acompañantes. Lo habría saludado orgullosamente y a gritos, pero se negó a que lo presentara públicamente. Era un auténtico solitario. Vivió (creo) únicamente con su esposa. Su injusto anonimato me produjo una mezcla de indignación y tristeza. Interrumpió 67 años de autoexilio para visitar el país que lo ignoró y él amó, al punto de renunciar al Premio Nobel que le ofrecieron a cambio de adoptar la nacionalidad estadounidense.

Raúl Pineda