Hablemos de eso | ¿Revoluciones "derrotadas"?
17/05/2025.- Nuestro presidente, Nicolás Maduro Moros, decía en estos días, de vuelta de San Petersburgo, que no había habido nunca otra revolución como la Revolución bolchevique de 1917, dirigida por los soviets de obreros, campesinos y soldados.
Creo que es de interés de todos discutir el tema. Para ello, parto de una premisa: una revolución derrotada no pierde su carácter revolucionario. Sobre esta base, recordaremos después varias revoluciones inspiradas en la Revolución bolchevique.
Intentemos primero ilustrar la premisa y veamos luego algunos ejemplos. El primero, la Revolución francesa de 1789, que, para muchos, marca definitivamente un cambio de época. La Primera República francesa duraría apenas diez años, para ser seguida por la instauración del imperio de Napoleón I, al que seguiría la restauración de la monarquía. Se trata, pues, de una revolución derrotada, sucedida por la restauración de lo que suele llamarse el Antiguo Régimen. Hubo que esperar otra revolución en 1830 para generar una apretura constitucional, y otra más en 1848 para derrocar la monarquía e instaurar la Segunda República. A esta le seguiría en 1952 la instauración de un nuevo imperio, el de Napoleón III, y de nuevo una restauración monárquica, que solo en 1870 daría paso a la Tercera República, que es la que termina imponiéndose contra la revolución de 1871, la de la Comuna de París.
La insurrección de la sierra de Coro, liderada por José Leonardo Chirino e iniciada el 10 de mayo de 1795 debe ser considerada también como una revolución: sus banderas apuntaban a la instauración de una república, la eliminación de la esclavitud y del régimen de servidumbre al que era sometido la población indígena. Asimismo, la eliminación de impuestos y prohibiciones que limitaban el comercio y afectaban las condiciones de vida de la provincia. Aunque fue derrotada militarmente y Chirino ejecutado y despedazado, la siembra realizada es indudable. Se dio en el marco de la revolución haitiana, puesta en marcha en 1791 en Boys Caiman. También en 1795 hubo un alzamiento en Curazao, donde más del 60% de la población era de personas esclavizadas. Entre sus dirigentes estuvieron Tula, Louis Mercier, Bakata y Pedro Wakao. Como se ve, fue un proceso revolucionario, cuya influencia se extendió por el Caribe y Norteamérica, aunque su impulso y valor ha intentado silenciarse desde las oligarquías signadas por el racismo sistémico.
La revolución de abril de 1810 en Caracas, que llevó a la declaración de independencia en 1811, también fue derrotada en 1812. Dio lugar a la larga guerra de independencia, por lo que hoy la vemos como un proceso triunfante. Aunque la destrucción de Colombia, la grande, en 1830, tiene que ser anotada como la traición del proyecto bolivariano.
Dejamos hasta aquí los ejemplos de nuestra premisa para repasar los antecedentes y consecuencias de la Revolución bolchevique de 1917.
En efecto, como en todos los procesos revolucionarios citados, los alcances de la revolución no se limitaron a fronteras nacionales. La revolución de noviembre de 1918 en Alemania y el levantamiento espartaquista (enero de 1919) son un primer ejemplo. Para su reseña, tomamos la descripción publicada por Alberto Lettieri en el portal Realpolitik:
Hacia fines de 1918, apareció el primer síntoma que parecía anunciar que los diagnósticos de una revolución socialista en Alemania no estaban errados, al producirse la rebelión espartaquista, impulsada por un grupo socialista radicalizado cuyos principales dirigentes habían sido encarcelados por oponerse a la Guerra Mundial. Los espartaquistas plantearon un plan orgánico de acción revolucionaria, que incluyó amnistía para todos los adversarios a la guerra, civiles y militares, abolición del estado de sitio, anulación de todas las deudas de guerra, expropiación de la banca, minas y fábricas privadas, y también de la gran y mediana propiedad rural, reducción del horario laboral y el aumento de salarios, abolición del código militar y la elección de las autoridades militares por parte de delegados elegidos por los soldados, la eliminación de los tribunales militares y de la pena de muerte y de los trabajos forzados por delitos civiles y militares, entrega de alimentos y bienes de consumo básico a los trabajadores a través de sus delegados, la abolición de títulos y propiedades nobiliarias, incluyendo la destitución de todas las dinastías reales y principescas. Para la realización de este programa se convocó a la constitución de soviets de obreros y soldados.
El programa espartaquista apuntó a asestar un golpe mortal a la guerra y la política del gobierno imperial. Los delegados revolucionarios se constituyeron en la capital como consejo obrero provisional. Allí los sectores más radicalizados organizaron una intensa agitación callejera, convocando a una insurrección general. La insurrección fue precedida por declaraciones parciales de huelga general en diversas ciudades industriales alemanas, donde se conformaron soviets de obreros en todas las fábricas, y se consolidó hacia fines de 1918 cuando los marinos destinados en el puerto de Kiel se amotinaron, negándose a aceptar las órdenes de combate del Estado Mayor alemán y avanzaron sobre las calles de la ciudad. Luego de superar la represión policial, recibieron el respaldo de los trabajadores. Rápidamente, los soviets de obreros y marinos articularon su acción e impusieron sus decisiones a las autoridades estaduales.
El movimiento insurreccional se esparció por todo el territorio alemán como una mancha de aceite. En un gigantesco movimiento de pinzas, la revolución avanzaba de la periferia hacia el centro. Los líderes moderados y conservadores, y los sindicalistas reformistas, con un olfato político sutil, advirtieron que resultaba indispensable sacrificar al káiser Guillermo II y al régimen imperial para impedir la victoria de la revolución, y presionaron incansablemente al canciller hasta obtener su renuncia, el 9 de noviembre de 1918. En un primer momento, los revolucionarios parecieron ganar la apuesta. La represión no consiguió frenar el incontenible movimiento de masas que se adueñó de Berlín, dirigiéndose a las cárceles para liberar a los presos políticos.
Sin embargo, el impulso de las masas no se correspondía con la división entre su dirigencia, una parte de la cual (el Partido Socialdemócrata Alemán) mantenía una posición claramente "reformista".
La burguesía alemana, mucho más vigorosa que la soviética, contaba con un cuerpo de oficiales ágil y disciplinado, y con una dirigencia política madura, que no dudó en convocar a los sectores reformistas, mayoritarios dentro de la socialdemocracia, para formar parte del gobierno provisional, ofreciendo la cancillería a su máximo líder, Friedrich Ebert.
El reformismo socialdemócrata coincidía con la burguesía alemana en el objetivo de "parar" la revolución.
Por esa razón, mientras los revolucionarios se paseaban por las calles de Berlín, intentando articular soviets y comités capaces de sentar las bases del nuevo régimen alemán, la burguesía alemana, buena parte de la oficialidad y los políticos socialdemócratas reformistas y el centro autotitulado "progresista y republicano" abordaban la tarea de desarticular el movimiento revolucionario. Desde los sectores más conservadores se organizan grupos de choque callejeros, los "antibolchevique", financiados por el gran capital germano; también se intentó boicotear el funcionamiento de los soviets. (…).
Finalmente, el 15 de enero de 1919, se asiste a un baño de sangre planificado por la dirigencia socialdemócrata, que, junto con numerosos revolucionarios anónimos, cobró la vida de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. El 3 de marzo se declara la huelga general en Berlín; pero, finalmente, el gobierno declara el estado de sitio que continuará hasta fines de ese año.
Pese a esa derrota, el movimiento continuó hasta 2023. Las fuerzas de choque movilizadas por el gran capital son, sin duda, el germen del movimiento nazi que se organizaría posteriormente.
En Hungría, también se organizaron soviets de obreros y soldados. De hecho, se creó la República Soviética Húngara, que se inició el 21 de marzo de 1919 y terminó el 1.° de agosto del mismo año, acosada por el bloqueo económico y la agresión de los países vecinos.
Epílogo
Según Rosa Luxemburgo, en El orden reina en Berlín (1919):
De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario, resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de "guerra" —también es esta una ley muy peculiar de ella—, en la que la victoria final solo puede ser preparada a través de una serie de "derrotas"!
¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo —si se consideran las luchas revolucionarias— está sembrado de grandes derrotas.
Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas "derrotas" de las que hemos sacado conocimiento, fuerza e idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas. Todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.
Humberto González Silva
https://centrodescolonizacionvzla.wordpress.com