Memorias de un escuálido en decadencia | Maikelys

16/05/2025.- ¡Ábreme la puerta, mi negra, que me estoy mojando! Cuando uno cree que la dictadura se viene abajo porque hoy, muy tempranito, escuchó el canto sonoro de una guacamaya, vienen los grandes carajos y te sorprenden y se presentan con la niña Maikelys en brazos. Se la van turnando desde Maiquetía. Primero, se la pasan a la primera combatiente y, después, al hombre del garrote vil, el del programita de los miércoles. No conformes con eso, la llevan a Miraflores, donde está la abuela y la madre y el dictador, casi llorando porque se hizo el milagro. Todo muy bien planificado a lo Corín Tellado. Y nosotros, soportando ese coñazo tan hondo, comenzamos a decir por las redes sociales que esa entrega fue gracias a la compañera María —Súmate— Machado, que habló con el compañero Trump y, listo, ¡así es que se gobierna! Se logró que la niña volviera y ahora la dictadura asume como suyo ese logro nuestro. Es que somos bolsas desde hace mucho tiempo y no lo sabíamos. La verdad es que, para el dictador, ha sido una gran victoria. Lo que más arrecha es que el tipo viene de triunfo en triunfo. Allá lo vimos en Rusia, dándole la mano a todo el mundo y firmando el tratado por diez años, que nos tiene asustados porque eso implica que hay dictador para rato. Saludó hasta a un negro de Burkina Faso (¡sabrá Dios dónde carajo queda eso!). Y después de triunfar internacionalmente, viene la niña y el dictador se anota un triunfo nacional. Mientras tanto, nosotros estamos escribiendo pendejadas por X y sin saber qué carajo hacer, porque ya ni el compañero Andrés —A Cero Cincuenta— Velásquez dice nada. El que parece que está gozando una bola y parte de la otra con los triunfos de la dictadura es Embajada Radonski.

El 25 de mayo es la cosa. Ya sacamos un comercial invitando a no salir de sus casas, a dejar las calles solas, que nadie se mueva, que no vote nadie. Así dice el comercial que nos enviaron los compañeros radicales. La polémica, en vez de ser contra la dictadura, es contra nosotros mismos. Nos decimos de todo; unos, que no creen en el voto, pero lo dicen cómodamente desde las redes y desde sus casas, allá en el barrio de Salamanca, en España; en cambio, uno, que no vive en esas comodidades, no puede decir lo mismo. La pelea es peleando. Como dijo el compañero Manuel —Filósofo— Rosales, ese hombre va de frente y da la cara y no quiere saber nada de la gente que lo traicionó. En Barinas, está el compañero gobernador al que ninguno de nosotros le para la mínima bola, pero, sin embargo, esperamos que siga ganando. En Margarita, el compañero Morel Rodríguez dice que veinte años de gobierno regional no son nada y se prepara nuevamente para ser el vencedor. Y Cojedes, tampoco nos interesa; ese estado es tan pequeño que casi no se ve en el mapa. Esos serán los estados que la dictadura nos dejará ganar para decir internacionalmente que son demócratas. O votamos o la dictadura nos vuelve a joder, aunque muchos de nosotros creemos que, con votos o sin votos, seguimos "razonando fuera del recipiente". No votamos porque nos interesa la presidencia. Esas gobernaciones no tienen ningún poder y no sirven para entregarle lo que queremos a nuestra segunda patria, o sea, a Estados Unidos, y mucho menos sirven los diputados y diputadas que lo único que hacen es meterse en comisiones y crear grupos amigos de otros países, para que esos países los inviten y darse así la gran vida loca. Queremos estar en Miraflores, eso sí, mucho más tiempo que el compañero Pedro Carmona Estanga.

El papá de Margot parecía una estatua, parado frente al televisor. Con la boca abierta y la mano derecha levantada, se quedó un rato meditando mientras veía la imagen del canal ocho, donde estaba el dictador con la primera Dama y la madre y la abuela de la niña Maikelys. El hombre bajó el brazo derecho y alcanzó el control remoto y apagó el televisor y comenzó a decir: "Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío…" hasta que llegó al cuarto y agarró la puerta y le metió ese coñazo tan duro que la vecina salió gritando: "Metan preso a este loco, que me va a matar a punto de golpes en la puerta".

—Que la vida iba en serio, uno lo comienza a entender más tarde… —me declama Margot.

 

Roberto Malaver


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