Aquí les cuento | ¡Prevenida la sección de guardia! (I)
02/05/2025.- Unos vecinos, de los tantos que viven en la parte alta de la carretera, con la mejor vista al mar abierto y al aterrizaje de los aviones, lograron divisar, desde temprano, aquel humo que parecía salir del enorme tanque. "Seguramente estarían quemando alguna basura". Eso era lo que pensaba la gente, porque los encargados de mantenimiento de la planta a veces quemaban en el patio algunos montoncitos de hojas y de papeles que se acumulaban. Era más fácil quemarlos ahí que conducirlos hasta el portón donde estaban los pipotes, que el aseo se llevaba dos veces a la semana.
Juan Durán había regresado a su casa esa tarde del sábado 18 de diciembre. Siempre, cuando venía de regreso de su trabajo de transporte en el aeropuerto, estacionaba su camión frente al malecón ubicado en el sector Mamo Abajo (¡vaya toponímico!), donde lanzaba el anzuelo para pescar los bagres, róbalos y bonitas que todos los días llevaban los vecinos a sus hogares como refuerzo de la dieta.
Cuando llegó a la casa, miró hacia la planta desde donde, intermitentemente, se levantaban bocanadas de humo negro, como mensajeras de oscuros presagios sobre el cielo litoralense. Los operadores de la planta, ya informados, se aprestaban, aunque no tenían capacidad para controlar el incendio, a trabajar en el primer tanque que desprendía humo y calor hacia el cielo. Ya caía la noche cuando los vecinos del cerro escucharon acercarse los autos de la policía, las sirenas y campana de los bomberos que ascendían desde la estación Caribe Ocho, de Maiquetía.
Los bomberos arribaron a la escena y, de inmediato, al ver la columna de humo que se levantaba como un volcán, se fajaron a combatir el incendio, echando mano a la sapiencia y a los recursos de que disponían.
En el sector El Brillante, los hermanos Alfredo y Oswaldo Acosta Calisboada se reunían en la casa de Julito Trías. Ahí pasaban revista a los bolsos equipados con los útiles y enseres necesarios para ingresar a la escuela de bomberos que abría sus puertas, una vez al año, para formar nuevos contingentes de efectivos que nutrirían de héroes sus estaciones. Luego de varias sesiones de exámenes teóricos, físicos y aptitudinales, elegían a los prospectos, quienes, durante seis meses, permanecerían en condición de internados, formándose en la escuela de bomberos.
Sobre la menuda arena de la playa del castillo de Araya, Federico del Río retozaba ese sábado 28 de diciembre de 1982 en los brazos de la aventajada estudiante de literatura que apreciaba la poesía de sus robustas piernas. Había llegado a mediodía, procedente de la zona franca de Nueva Esparta, con los jeans, franelas, medias, toallas, batas de baño y otros elementos necesarios para incorporarse a la escuela de bomberos.
Una fogata y la guitarra, acompañada por el coro de las olas, hacían el agradable marco del encuentro.
Al abrigo de la carpa, las estrellas estaban al alcance de la mano.
Una primera explosión estremeció la planta y toda Catia la Mar a las seis y media de la mañana. El saldo de accidentados se reducía a la lamentable pérdida de un pequeño número de técnicos y empleados.
Amanecía cuando el cuartel central recibió el llamado de apoyo para atender la emergencia.
—¡Atención! ¡Atención a todo el personal! ¡Abordar las unidades!
Los altoparlantes informaron:
—¡Departamento Vargas, Catia la Mar, sector Arrecifes! ¡Planta termoeléctrica de Tacoa! ¡Apoyo a unidades Caribe Ocho! ¡Incendio de gran magnitud!
Todas las unidades disponibles y el personal de cada una de las estaciones iniciaron la caravana hacia la costa del cercano litoral varguense.
—¡Ay, mi madre! ¡Mira ese candelero! —comentó Juan Durán, quien llamó a Rufita, su esposa, para que observara.
—¡Recoge a los muchachos, mujer! Vámonos para Pariata. ¡Allá no va a llegar el humo que está cubriendo todo este cerro!
El cabo segundo, José Luis Blanco, estaba de vacaciones en su residencia familiar, ubicada en El Mirador de la parroquia 23 de Enero. Su hermana le dijo:
—¡José Luis, mira! ¡Está ocurriendo algo grave, porque los bomberos están pasando, incluso con las gandolas!
Encendieron la radio.
—¡Urgente! ¡Urgente! Radio Rumbos informa…
Ahí estaba la noticia matutina del incendio en la planta termoeléctrica de Tacoa. Se afirmaba que los bomberos hacían su trabajo eficientemente y todo indicaba que se controlaría aquel incendio.
En El Brillante, los tres jóvenes ya se habían enterado de la noticia, que fue la gran novedad de esa mañana de domingo.
—¡Bueno, mis hijos, eso es el trabajo que nos espera! —dijo Julito a sus dos amigos.
Aquiles Silva