La miss celánea | En defensa de la humanidad venezolana
30/04/2025.- Ninguno de nosotros había nacido cuando ya los Estados Unidos de Norteamérica erigían su idiosincrasia sobre las bases del supremacismo y la dominación de otros pueblos. No fue en vano aquella archiconocida frase del Libertador Simón Bolívar, clara advertencia de la determinación gringa de "plagar la América de miserias en nombre de la libertad".
Hábil y osado para mentir, el imperio norteamericano ha emprendido durante siglos campañas truculentas llenas de infamia, sesgadas o mediante alteradas lecturas de la historia, acusaciones falsas y segregacionistas, con el fin de deshumanizar a todos aquellos que le resulten molestos. De este modo, logran el desinterés mundial sobre la protección del "otro", ese que es tan humano como yo y tiene el mismo derecho a la vida. Para Estados Unidos y todos los idiotizados por la ideología supremacista, el "otro" es un bicho, un animal, algo distinto y sin valor que preferiblemente debería desaparecer.
Por esto, son tan tramposos los discursos estadounidenses acerca de la paz y la libertad. Estados Unidos ha invadido países, masacrado pueblos enteros y financiado dictaduras asesinas en nombre de esa paz y libertad. Acordemos, entonces, que cabría complementar la frase de Bolívar señalando que la única libertad que le interesa a Estados Unidos no es ni siquiera la de ellos y toda su población, sino la de los ricos y poderosos estadounidenses, y, para que no se diga que lo quieren todo para ellos, también buscan la de los tres o cuatro pelagatos poderosos europeos que les ayudan a lograr su propósito de dominación mundial.
Triste ironía, por cierto, la de semejante poder concentrado en una gente que desde hace mucho tiempo ya no tiene en sus manos el verdadero poder económico mundial. El verdadero poder de Estados Unidos y sus secuaces se encuentra en el control de los grandes medios de comunicación mundial, en una desarrollada industria armamentista, y también en el descaro, la falta de vergüenza, la indolencia y el cinismo con que operan y se desdicen sin ningún miramiento aquellos que bien llamó Chávez los "yanquis de m…".
Lo dicho anteriormente nos da una idea, en muy resumidas palabras, de cómo funciona el Occidente político, centro de poder en el mundo actual, contra el cual se enfrenta desde lo más profundo de su heroico amor por la verdadera libertad —esa que nos corre por las venas, como también le corría por las venas a Bolívar, a Chávez y, hoy, a Maduro— el pueblo venezolano. Desde principios del siglo XXI, y con una creciente inquina, este ha sido objeto de los más injustos y venenosos epítetos, misiles verbales dirigidos con el propósito de generar una aversión mundial contra los venezolanos. Cualquier parecido con las campañas que hicieron posible instalar la islamofobia alrededor del mundo no es ninguna casualidad.
Es un hecho el que, así como hicieron desde finales del siglo XIX, cuando los cronistas sionistas que llegaron en las primeras oleadas de ocupación sobre territorio palestino enviaban a los periódicos europeos sus historias, siempre acusando a los musulmanes de cosas terribles —o como hicieron los cronistas de Indias, que en la época de la conquista del continente americano enviaban a España cartas narrando a los pueblos originarios como bárbaros y animales—, así mismo hacen hoy los Trump y los Elon Musk y los lacayos como Milei o María Machado contra el pueblo venezolano, cuando insisten en imponer la idea de que somos delincuentes, narcos, prepagos, tiranos y todas esas cosas que nosotros no somos, pero ellos sí.
Hoy nos encontramos en la imperiosa obligación de exigir la entrega de los venezolanos secuestrados, y trabajar por ello, aun cuando no debería ser necesario enfocar las energías en un hecho que jamás debió ocurrir. Pensar en el terror al que pueden estar siendo sometidos nuestros compatriotas debe servirnos para recargar la rabia movilizadora, esa que rompe los silencios impuestos por los algoritmos, esa que enciende la llama en quienes estaban distraídos.
Hoy, más que nunca, Venezuela es digna y aguerrida, capaz contra mil gigantes si es preciso.
Y humana. Sobre todo eso. Venezuela es humana.
Malú Rengifo