Caraqueñidad | El agua siempre es protagonista

10/11/2025.- El agua fue, es y será siempre vida, y en Caracas no es la excepción. Desde los días de su fundación como ciudad, y a lo largo de su vertiginoso crecimiento poblacional, el vital recurso ha sido centro de atención de los dominantes... y también del pueblo.

Como en el mundo entero, el agua ha sido necesaria para saciar la sed, para preparar alimentos, para el aseo personal, para la salubridad pública, para mantener la estética, para la industria... para la vida.

Una de las principales ofertas naturales de la ciudad, además de su envidiable clima y el seguro resguardo que representa el gran Cerro del Ávila, es, sin dudas, el caudal de sus puras aguas de quebradas y ríos circundantes del valle ,fundado en 1567.

Una prueba de ello queda plasmada en el relato acerca de la mudanza de la catedral de Santa Ana de Coro a Caracas, con el pretexto de proteger sus bienes y tesoros ante los constantes ataques de piratas en la zona costera del occidente del país. De esos días de 1636 se tiene testimonio acerca de la influencia eclesial a través del obispo fray Gonzalo de Angulo —enamorado de las cristalinas y reconfortantes aguas caraqueñas provenientes de tres riachuelos: Anauco, Caroata y Catuche, y de alguna zona del valle, llamado en esos días de La Pascua— al igual que de su sucesor, fray López Agurto de La Mata, amigo del gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor. Ello facilitó la formalización de aquella permuta. Aunque la historia y sus escribientes no profundizan en el tema, está claro que la pureza del agua caraqueña jugó un papel determinante en su transformación como centro urbano.

"El que bebe de Catuche regresa a Caracas" llegó a ser el dicho de moda.

Pero ya desde esos días se preveía que el divino líquido no sería suficiente con respecto a la cada vez más creciente cantidad demandada por la acelerada explosión demográfica en torno a lo que años más tarde sería la Sucursal del Cielo, la Sultana del Ávila y la Cuna del Libertador.

Los sistemas políticos, desde la colonia misma, pasando por autoridades criollas, hasta tomar la forma de república, e incluso en la actualidad, siempre tuvieron en la óptima y eficiente prestación del servicio de agua potable un inmenso desafío.

Muchos autores han escrito sobre el inodoro e incoloro, aunque no tan inocuo, tema. Respetados cronistas como Iraida Vargas y Mario Sanoja Obediente publicaron El agua y el poder: Caracas y la formación del Estado colonial caraqueño, 1567-1700, en el que hacen un transparente recorrido por la historia del vital líquido, su influencia en el desarrollo de la sociedad y su utilización como instrumento de poder (quiénes tenían o no acceso al agua). También, cómo nacieron los primeros intentos de centros de su almacenamiento, de distribución y de saneamiento para garantizar que todo el mundo pudiera acceder al preciado regalo natural. Un regalo que, sin embargo, empezó a tener un costo, para unos mucho más alto que para otros.

Alejandro Humboldt, Arístides Rojas, Gabriel García Márquez, Francisco Herrera Luque, Juan Ernesto Montenegro, más recientemente Romer Carrascal, Carlos Alfredo Marín, y tantos otros, han dejado embriagantes gotas con sus textos explicativos acerca de la influencia del agua como recurso necesario y compatible con la vida de esta metrópolis. Hemos tratado de agrupar algunas de esas ideas e historias en estas líneas.

Desde sus inicios, saciar la sed y otras necesidades de los primeros habitantes implicaba acudir al caudal del río Catuche, declarado en 1573 por el Cabildo como principal centro de abastecimiento del agua potable para Caracas, además de un bien de utilidad. De allí nacen los primeros centros de acopio o almacenaje de agua con incipientes ideas de acueductos —dicen que basados en las ideas de los romanos, verdaderos maestros del arte de la arquitectura y de los sistemas hídricos.

Es así como en la capital venezolana, aún provincia en esos días, existen los antecedentes de las cajas de agua. Casualmente, a finales de los años 1600, con mano de obra del pueblo y de los mismísimos frailes franciscanos, nace la primera de ellas, entre lo que hoy es la esquina de Las Mercedes y Caja de Agua. De ahí el líquido manaba por gravedad hacia la zona centro-sur caraqueña, también a los alrededores de la Plaza Mayor, y seguía su curso hacia el importante río Guaire, que aguardaba en la parte sur para recibir los sobrantes de esos puros caudales. A estos se sumaban las aguas de las lluvias, aun sin sistema de drenajes... esas lluvias que un día caen como bendiciones, pero que en demasía traen lamentos tenebrosos...

Algunos autores indican que previamente existió la caja de agua cercana a las actuales esquinas de Veroes y Jesuitas. Todos coinciden en la importancia de estar ubicada cerca de donde están estos sitios, que, además de surtir agua potable, servían para purificar el líquido, ya que sus sedimentos se asentaban en el fondo de esas minipresas.

La evolución y la demanda fueron perfeccionando los sistemas para tratar de abarcar las exigencias de la creciente población. Muchos autores hablan de las dificultades presentadas a los negros, a quienes se les impedía cargar agua en los sitios de distribución. Por eso, debían sortear los peligros que implicaba llegar hasta el propio río. Incluso, dicen que solo se les permitía cargar su agua en la oscuridad de las noches. Cuando acudían a tan importante labor, las mujeres negras eran víctimas de las maldades ciudadanas de aquellas "oscuranas", como violaciones y asesinatos.

"El agua de Caracas es fresca, delgada y muy buena, pero es escasa, pues está mal administrada y en ocasiones no alcanza para el consumo general", afirmó Pedro Núñez de Cáceres en 1840, escritor de origen dominicano radicado en Caracas. Su escrito desvela el deficiente sistema de captación y distribución del agua.

Por aquellos días, construir los sistemas necesarios resultaba muy caro y difícil, por carestía de materiales y escasez de mano de obra calificada, pero se insistió y se fue logrando un andamiaje que garantizara el servicio.

Tener acceso al agua y su distribución daba poder, porque de ella dependía, como ahora, el aparato productivo y de desarrollo de la vida socioeconómica y hasta cultural de Caracas y el país en general.

Surgió un oficio: los aguateros, que eran personas que cargaban agua en lomos de burros y mulas para venderla a la población que no tenía acceso a las pilas ni a las cajas de agua. Los más afortunados disfrutaban el servicio de agua que, en forma descendente, manaba a través de incipientes tuberías o de rudimentarias acequias de cal y canto y otras de cierto tipo de barro.

A finales de los años 1700 nace la figura del celador de montes y agua, una especie de vigilante conservacionista encargado de comprobar los niveles de las quebradas y la calidad y pureza de sus aguas. Todo era parte del sistema. Todo era parte del gran negocio que llegó a fijar el cobro de impensables diez pesos por el servicio. Dicen que era muy costoso.

Otro noble y necesario oficio en torno al agua fue el de las lavanderas. Aun así, el irrespeto a las normas, sumado a los embates propios de la naturaleza, fueron mermando las fuentes naturales de agua. Los bajos niveles dieron paso a gente sin conciencia ni escrúpulos que hacía sus necesidades en esos sitios o se bañaban ellos y sus bestias, lo que fue atentando contra la pureza de años anteriores.

Ante tanto uso y abuso, empezó a hacer falta el mantenimiento, tanto operativo como de saneamiento, para garantizar la cristalinidad y calidad del líquido, al que en algunas ocasiones se responsabilizó por brotes de enfermedades que constituían un lunar político para la salud pública caraqueña.

La creciente demanda del vital servicio instó a los gobiernos de turno a aumentar los puntos de suministro que, según los cronistas, eran: Puente de La Pastora; dos fuentes en la esquina Dos Pilitas —actual nombre de esa esquina—; Fuente de La Trinidad; esquina de Ferrenquín; esquina de Altagracia; dos fuentes en la Plaza Bolívar —hasta 1865—; Plaza de San Jacinto; San Lázaro —Corazón de Jesús a La Hoyada—; esquina de Cruz Verde; Santa Rosalía; Llaguno a Bolero; Cuartel Viejo a Balconcito —llamada Bejarano—; esquina de Solís; San Pablo; esquina Padre Rodríguez; esquina Los Angelitos y Plaza de San Juan. Sumaban diecisiete puntos que igualmente se hicieron insuficientes.

La dinámica evolución de Caracas como urbe apostando a la modernización nos lleva al afrancesado gobierno del Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, presidente durante cuatro lapsos entre 1870 y 1887. En el segundo de ellos, específicamente en 1874, inaugura el nuevo acueducto de Caracas para agregar mayor caudal a los entonces precarios servicios existentes.

El moderno sistema entregado por el Ilustre Americano a la ciudad constaba de cuarenta y siete kilómetros lineales desde la toma en el río Macarao hasta el tanque en la parte alta de El Calvario. Huelga decir que fue una obra integral que transformó diecisiete hectáreas estériles de aquel cerro en un parque de disfrute para los venezolanos de la época, con vigencia en la actualidad. Se garantizaban desde entonces cuatrocientos litros por segundo, aunque por fallas iniciales solo llegaban cincuenta litros. Ello se subsanó y desde el 4 de noviembre se inauguró oficialmente el sistema, que luego trabajó a la perfección.

"Os felicito, ilustre General, y felicito a la República (...) por la grande y filantrópica idea de abastecer de agua a una capital cuyas necesidades se hacen cada día más imperiosas...", expresó en su momento H. L. Boulton, en representación de la Junta de Fomento, ante veinticinco mil personas que celebraban el acuoso e histórico hecho.

"... parece que al traer las aguas del Macarao, para que sirvieran de bienestar (...) y fecundar el hermoso valle de Caracas, haya querido simbolizar con ellas el bautismo de la nueva era de paz, progreso y honra nacional", puntualizó el narcisista gobernante luego de tomar un vaso de agua recogido del tanque, a manera de comprobar la pureza de las aguas y brindar absoluta confianza a todo el pueblo.

Sin dudas, era una ambiciosa, necesaria y efectiva obra que, además, sumó 34 puentes más el estanque de cien metros de largo, veinte de ancho y dos de profundidad, con un costo de 380 mil venezolanos —moneda del momento— más 214 mil de lo referente al Paseo Calvario, que aún sobrevive para el disfrute de todos.

Caracas, crisol de culturas, tradiciones y esperanza de crecimiento económico y familiar, siguió abriendo sus puertas a migrantes del país y extranjeros. La demanda del vital líquido seguía creciendo al ritmo de toda metrópolis en expansión. Así transcurrió el fin del siglo XIX y la primera mitad del XX.

En 1941, el Ministerio de Obras Públicas (MOP) se encarga de los asuntos inherentes al agua en Caracas. Un par de años más tarde nace el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS), pero ya no era solo para Caracas, sino para todo el país. La eficiencia fue reconocida en América Latina y el mundo.

Se le da forma y vida al Acueducto Metropolitano, integrado por una red de embalses vecinos y modernos sistemas de bombeo. El Tuy I garantizaba cuatro mil litros por segundo, traídos desde La Mariposa.

En el marco del 400 aniversario de Caracas (1967), se inaugura el Tuy II, que se surte en Lagartijo y garantiza ocho mil litros por segundo para abastecer el este de la ciudad. En los años ochenta se suma el Tuy III, que traía agua desde Camatagua a razón de nueve mil litros por segundo. Aun así, la demanda seguía en ascenso vertiginoso. Comienza el suministro de agua desde Taguaza-Taguacita, con almacenamiento de 180 millones de m³, conecctado a los sistemas ya existentes, lo que garantiza 5.600 lts/seg adicionales desde finales de los años noventa, a la espera del Tuy IV.

Casi medio siglo más tarde, los cambios políticos y las nuevas exigencias impulsaron el nacimiento de Hidrovén con Hidrocapital para atender exclusivamente a la capital. Con esta institución, se fueron potenciando los sistemas para surtir el sagrado líquido.

En la actualidad, Minaguas es el ente garante del vital servicio. Tamaña responsabilidad.

 

Luis Martín


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