30/08/2025.- Cuando se está a punto de cometer una temeridad, se apela a la solicitud adelantada de disculpas. Uno sabe que puede caer muy, muy bajo, pero siente la necesidad de correr el riesgo. Eso justamente pasa con esta columna. Quien esto firma no califica ni para embrión de cinéfila. Su cultura en la materia ha estado alimentada por unas cuantas jornadas de Cine del domingo y de Cine millonario, espacios televisivos que por décadas se dedicaron a reproducir en horario estelar enlatados hollywoodenses. Alien, Terminator, ET o Robocop llegaron a muchos hogares para convertirse en referentes del público. A pesar de esa pobreza audiovisual, que eventualmente procuramos corregir viendo recomendaciones de cinéfilos curtidos, podemos dar testimonio del furor juvenil que despertó al cine venezolano en la década de 1990, gracias a dos íconos pop y a uno de los referentes de nuestra industria cinematográfica.

Quienes vivimos nuestra adolescencia en aquel momento, sabemos qué significó Servando y Florentino. Mientras grupos enteros enloquecían por los Backstreet Boys, los dos caraqueños se convirtieron en objetivos de amor platónico para cientos de venezolanas y latinoamericanas a través de uno de los géneros que aún hoy lidera las fiestas de nuestra capital: la salsa. Este factor, combinado con una sostenida campaña de posicionamiento y el carisma de dos figuras jóvenes, creó la plataforma que impulsó la imagen de los artistas. Hoy, siguen causando delirio, ahora entre mujeres de cuarenta años, el rango etario al que se refiere la frase "Yo soy de Salserín para acá".

Las adolescentes que no caímos rendidas ante los dos hermanos, bien sea porque nuestros gustos musicales se alimentaron por otras vías o porque simplemente no veíamos atractivo alguno en Servando y Florentino, éramos una minoría. Eso no impidió ser testigos del furor que volcó a cientos de muchachas hacia las salas de cine en 1997, cuando se estrenó Salserín. La primera vez, película dirigida por Luis Alberto Lamata, quien recreó en cien minutos el anhelo de miles de fanáticas, que apelaron a todas las posibilidades disponibles para ver el filme. Las seguidoras de la clase media iban en grupos o con sus padres, mientras aquellas provenientes de sectores populares se organizaban para aprovechar los "lunes populares". Más de un novio o pretendiente jugó a la tolerancia sentado en una butaca, mientras su chica se creía la protagonista de la película.

Un país atravesado por políticas neoliberales como la llamada Agenda Venezuela, que vivía un año preelectoral y veía el descalabro del puntofijismo, puso sus ojos en un fenómeno lleno de paradojas. Salserín. La primera vez se convirtió en una de las películas más taquilleras del cine venezolano de la época. Sin embargo, más allá de las cifras, fue el primer contacto sentido y real de miles de jóvenes con nuestro sector cinematográfico.

El propio Lamata, el mismo de películas como Jericó o Taita Boves, expresaba abiertamente en una entrevista con Ernesto Villegas su satisfacción con el filme. En más de un espacio profesional se encontró con una productora o directora que le expresaba su admiración por haber dirigido la primera producción cinematográfica venezolana que vieron en su vida. "Eso me produce a mí una emoción muy especial, porque eso era lo que queríamos: una película que llegara al público más amplio posible".

Después de Salserín. La primera vez, Lamata siguió haciendo cine con la misma sensibilidad. Porque sí: para ponerse la cachucha de una chica de catorce años, como él mismo dijo en la citada entrevista, es necesaria esa condición. Nos habló de historia, del panorama social, del país mismo, que habita en sus próceres y en su gente, en esas muchachas que se las ingeniaron para ver a sus ídolos en una época donde Netflix solo era un anhelo. Solo una mente genial, cuyo brillo reconocemos hasta los neófitos que echamos adelante con nuestras temeridades, nos pudo haber regalado el año adolescente del cine venezolano.

Rosa E. Pellegrino