Un mundo accesible | El tiempo perdido
31/07/2025.- Tengo la costumbre de sentirme increíblemente honrada cuando la vida me da la oportunidad de servir en aquellas actividades que no solo me deleitan gracias a su carácter liberador. Algunas veces me brinda paz y otras veces me brinda alegría, elevando mi espíritu y desfogando mi continuo desasosiego.
Veo en mi pluma el andar de los años y el andar de los sueños, pero incluso los sueños póstumos han dejado algo de verdad en esta tierra. Así que veo mi pluma, y sonrío como si hubiese realizado algún tipo de travesura infantil. He aquí mi propia y más preciada correspondencia, aquella con la cual nunca estoy del todo conforme o inconforme, pues, cual misterio, mi gozo es mi musa, y mi musa es mi gozo, las manecillas del reloj parecieran detenerse, y no sabría pronunciar mi nombre, el planeta que habito, o la inmensidad y reír entre sueños, como si se tratase del más maravilloso de los sueños o la inmensidad de una naturaleza más excelsa y hermosa de todas, aquella que la misma que presta abrigo, amor y hermosura, ahogada en visitas, llenas de corazones, todos diferentes. Hoy, un adorable niño jugaba con hojas otoñales; ayer, un joven mezquino incendió un roble que había visto más que él de la vida, pero no le bastó y lo quemó hasta sus cimientos. Por la tarde, unos cuantos caballeros canosos jugaban ajedrez, y desde la ventana me sorprendió una niña cuyo corazón colorido juega riendo dulce y gentilmente entre los pastizales más verdes que podrías imaginar.
Qué reconfortante es saber, querido hermano, que compartimos el mismo cielo azul, siempre tan amplio como para que te acerques un poco y encuentres consuelo en la inmensidad del alba, pues, mientras en algunas latitudes unos corren, otros aprecian los oscureceres. O quizás algunos artistas sean afines a mis inclinaciones y disfruten más de la hora del crepúsculo. ¿No es importante cómo todos compartimos “los cielos” sin importar desde qué latitud provenga nuestra ventana? A mí, particularmente, me llena de humildad, por decir poco. Quizás, la hermandad no solo se trate de hitos o canciones. Quizás, el rumbo de un menesteroso mendigo fue un cosmopolita, ¿o viceversa? ¡Somos demasiado frágiles para una sola vuelta del destino! Pero te aseguro algo, querido lector, necesitamos forjar vínculos en donde los prejuicios ya no tengan cabida, recordemos, querido lector, que en cada mirada se encuentra un niño inocente que quizás huyó de casa, un individuo que ya no recuerda su propio nombre, o el profesor que hizo que te dieran tu empleo y desapareció de repente por fuerzas de la naturaleza, ¡todos tenemos un pasado! ¡Nos necesitamos unos a otros! ¡Compartamos, pues, más amor y erradiquemos de nuestras vidas cada insulsa muestra de mezquindad!
Por suerte, la esperanza no requiere de impotencias, y cual río proverbial que deja atrás “sus aguas pasadas”, las ambiciones netamente egoístas, los delirios saturados de odio y poder voraz corresponden a una existencia para la que ni siquiera estamos aptos. En un futuro, que quiero pensar, es previsible y casi tan cercano que extiendo cada pequeña articulación de mi mano, pues sé reconocer, pese a mi corta edad, los fulgores del momento, mi mirada compenetra la pupila de quien sea, pues, tras el ruido de los vidrios rotos y desordenados, los miramientos y las ostentaciones desaparecen para jamás volver.
Aprendí que muchos aspectos jamás volverían a pasearse allí. Basta con una pequeña aventura para dar el último abrazo o el último beso. Y existen quienes se pierden en sus aventuras pasadas mientras la nostalgia los constriñe al mutismo, pues, en el fondo saben que pueden ser amados, pero jamás podrán ser comprendidos en la misma medida.
Me pregunto, con tristeza, ¿cuántos hermanos no estarán atrapados una y otra vez en el curso de sus pequeñas y en un principio inofensivas aventuras pasadas? ¿Cuántos años han pasado? Las miradas indiferentes y presurosas son sumamente fáciles de leer, en ellas flotan pasiones diariamente pisoteadas y son incapaces (en primera instancia) de reconocer que algún evento no está vinculado a ellos propiamente. Y me temo que no hay arte ni misterio en aquel que no puede ver más allá de su propia nariz.
Aun así, aquel al cual suelen llamar “harapiento” (persona en condición de calle o que pertenece a algún refugio poco seguro), se encuentra extraordinariamente abstraído en un pasado que ya no volverá, hasta la fisonomía grita el nombre de tan magníficos días, si te atreves a observar. No nos conocemos, y quizá no podamos ayudar a cada persona que esté vinculada con dicho perfil. Te encuentras con un recluso que no sabe de su “confinamiento mental”, quizás te lleves una sorpresa tras una visita desinteresada, quizás eres el desenlace que se necesita para una larga historia de abandono. Si te sientes intimidado, busca un pequeño grupo.
Una cosa es decirlo y otra es hacerlo, incluso si te parezco insulsa y obvia, quién no ha vivido nunca en su propio pasado, en su propia y vívida repetición, quizás no intencionalmente, deseosamente o miserablemente, e incluso exaltada y frenéticamente, recuerde, por favor, que en el presente solo quedan despojos y las cenizas de lo que alguna vez fue una “edificación perfecta”, aprendí desde lo más profundo de mi interior que, incluso, bajo tales condiciones de melancolía (todas experimentadas en primera persona), no podía simplemente asumir que comprendía por qué algunos ven pasar su vida desde el pasado.
Angélica Ramírez