Retina | Clasismo y racismo
26/05/2025.- Los dispositivos de discriminación están instalados en nosotros. Sin darnos cuenta, nuestra visión está sesgada por la escala automática con que medimos a los "otros", a los seres humanos que consideramos distintos.
Si bien estos prejuicios podemos rastrearlos hasta épocas remotas, las empresas de comunicación, con su construcción simbólica dirigida a la llamada clase media, han implantado patrones de identidad que los profundizan y amplían.
Aunque el 90% de los consumidores de productos de las empresas de comunicación sea pobre, el mensaje está concebido para dotarlo de la visión y las "necesidades" de la clase media. El resultado es la mimetización cognitiva con un sector de la sociedad del cual probablemente nunca llegará a formar parte, pero que asumirá por el resto de su vida como expectativa y modelo.
Ya asumida esta mentalidad, se hace clara una supuesta verticalidad de las divisiones sociales. Nunca nos asumimos como pobres. Siempre nos parece que los pobres son otros, que están por debajo, aunque no definamos bien qué es ese "abajo". Asumimos ser de clase media y nos proponemos el objetivo de alcanzar alguna cúspide y, mientras llega ese momento, hay que mantener un esfuerzo permanente para que no ocurra ningún descenso.
Ser pobre aparece como algo "malo" y es el estrato social donde ubican a los malos. El clasismo instala así su dominio en sectores populares que pierden de vista la comunidad de propósitos e intereses.
La cultura del capitalismo "pulió" los viejos prejuicios raciales con este clasismo. Nos alimentamos de material audiovisual en el que los delincuentes suelen ser afrodescendientes, latinoamericanos, árabes o asiáticos, es decir, proceden de sectores sociales o regiones del mundo empobrecidos.
Nosotros asumimos esas gradaciones racistas y probablemente nos creamos mejores que la mayoría de los asiáticos, árabes y africanos. Olvidamos nuestro mote de "sudaca", "espalda mojada" o "panchito".
Nos creemos mejores y nos sorprende que en Europa sus naturales eviten sentarse a nuestro lado y que las mujeres agarren con más fuerza la cartera cuando nos ven venir.
De tal discriminación nos salvamos si vestimos con lujo y vivimos en zonas caras. Entonces, la discriminación prácticamente desaparece. Los venezolanos parecieran no ser tan discriminados en Europa, y, en cambio, lo son más en América Latina. La razón de esta diferencia es clasista: a una región, han ido en avión quienes tienen dinero, y a otra fueron en autobuses los que tenían menos recursos.
Programados como estamos para discriminar, resulta que, con frecuencia, somos víctimas de los mismos prejuicios que compartimos.
Freddy Fernández