Letra fría | Estación 72
23/05/2025.- Lo mejor de cumplir años es ver los cientos de amigos y amigas que te felicitan por las redes y ponerse a escribir pendejadas sobre el tema porque coincide con tu día de entrega.
A medida que pasa el tiempo, cuesta más escribir de los años. De los 70 a los 80, aumentan las probabilidades de llegar al capítulo final, con algo de suerte se puede pasar a la década siguiente, y si la terquedad de vivir aprieta, se podría pasar de 100, lo que ya sería como mucho. Lo importante es la salud, porque con ella y una ración diaria de ron, siempre valdrá la pena vivir. Mi héroe, Sindo Garay, el compositor y cantante cubano, vivió 101 años fumando y bebiendo ron hasta el último de sus días. Yo me conformo con seguir escribiendo, con mi amiga Santa Teresa cerca, sin pensar en lo que se va perdiendo con el avance de los años. Descienden las ilusiones, desaparecen los celos, y lo peor, o más triste de todo, es la disminución de la cursilería, porque ya no hay con quien serlo.
Mi otro héroe, Agustín Lara, no vivió tanto, poco más de 73, escribió: “He amado y he tenido la gloriosa dicha de que me amen. Las mujeres en mi vida se cuentan por docenas. He dado miles de besos y la esencia de mis manos se ha gastado en caricias, dejándolas apergaminadas”. Y sobre lo cursi: “Soy ridículamente cursi y me encanta serlo. Porque la mía es una sinceridad que otros rehúyen… ridículamente. Cualquiera que es romántico tiene un fino sentido de lo cursi, y no desecharlo es una posición de inteligencia. A las mujeres les gusta que así sea, y no por ellas voy a preferir a los hombres. Pero ser así es, también, una parte de la personalidad artística y no voy a renunciar a ella para ser, como tantos, un hombre duro, un payaso de máscaras hechas, de impasibilidades estudiadas. Vibro con lo que es tenso, y si mi emoción no la puedo traducir más que en el barroco lenguaje de lo cursi, de ello no me avergüenzo, lo repito, porque soy bien intencionado”.
Más allá de las carencias prefiero compartir el pensamiento de Sandra Pujol: “Si observamos con cuidado podemos detectar la aparición de una franja social que antes no existía: la gente que hoy tiene entre setenta y ochenta años. A este grupo pertenece una generación que ha echado fuera del idioma la palabra "envejecer", porque sencillamente no tiene entre sus planes actuales la posibilidad de hacerlo”. El problema es que eso no es voluntario. El mes pasado me llevé un susto porque comencé a sufrir de olvidos reiterados. Hasta me remitieron a psiquiatras, pero me sometí a mis rigurosas sesiones de análisis personal y pude entender que la raíz de los olvidos obedecía a trastornos del sueño que venía padeciendo diariamente, en realidad debería decirse “nocturiamente”. El caso es que le hice caso a Dilcia, de tomar magnesio a las 7 de la noche, y el algoritmo me pone una música relax de piano para dormir, ¡y santo remedio!
El susto me llevó a pensar en la demencia senil o en la enfermedad de Alzheimer, pero me acordé del cuento de las dos viejitas —los venezolanos le sacamos gracia a todo— en el que una le pregunta a la otra: "¿Qué prefieres tú, Alzheimer o Parkinson?" Y la rápida respuesta fue: "¡Parkinson! Yo prefiero que se derrame un poco el whisky ¡a olvidar dónde lo dejé!".
Hace dos años escribía que por fin se le acabó la guachafita a Tomás Musset diciéndome: “Humberto, a ti sí te ha costado llegar a los 70…”, bueno, no solo que se le acabó la mamaderita de gallo, sino que ayer llegué a la Estación 72.
Humberto Márquez