Trinchera de ideas | La guerra (integral) no declarada de...
Estados Unidos contra China (III)
22/05/2025.- En 2011, mucho antes de incorporarse a la política activa, Donald Trump afirmó en un tweet que China era el enemigo de Estados Unidos y que su objetivo era destruirlo. Asimismo, en una ocasión posterior, aseguró que: "En el ámbito comercial, los chinos son unos tramposos". Un año después, en 2012, comentó que: "El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos, para hacer que la manufactura de Estados Unidos no sea competitiva". Aunque "confesó", cuatro años después, que esto último había sido una broma, los antecedentes mencionados son expresión de una predisposición manifiesta en contra de China.
Ya en la campaña presidencial de 2016, Donald Trump comenzó a culpar a China por el déficit comercial de Estados Unidos y el desempleo creciente debido a la fuga de las compañías estadounidenses hacia el país de Asia. Prometiendo "mano dura" frente a Beijing y anunció la imposición de un impuesto del 45% a los productos procedentes de China.
Era evidente que los tempranos anuncios proteccionistas y nacionalistas de Trump estaban dirigidos contra China, a quien responsabilizaba de la globalización y de los problemas económicos y sociales de Estados Unidos. Obviaba que el problema se había generado a partir de la deslocalización de las empresas estadounidenses y su ubicación en países donde había menores costos de producción, lo cual les permitía maximizar el lucro. En el país, las grandes empresas también incrementaban sus ganancias exponencialmente, en simultáneo con la disminución de los salarios. Al mismo tiempo, China mostraba una economía boyante con altos niveles de crecimiento, que incluso le permitieron enfrentar con éxito la crisis de 2008 y hacer una contribución importante a que la misma fuera superada en el planeta.
En diciembre de 2016, en una entrevista para la revista Nueva Sociedad, el destacado economista peruano Óscar Ugarteche, director del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, conjeturaba lo que podría pasar, explicándolo de la forma siguiente:
El problema planteado por Trump no se vincula a la competencia por vender en el extranjero, sino por dejar de comprar dentro de Estados Unidos. Es más probable que coloquen un arancel significativo para frenar las exportaciones de China y México hacia Estados Unidos, perjudicando, en última instancia, a las empresas transnacionales, que son las que establecieron el outsourcing (externalización) y los mecanismos de comercio bilateral que acabaron en tratados bilaterales de libre comercio. Lo formidable es que el descenso de la productividad en Estados Unidos fue lo que llevó al outsourcing y que este, a su vez, requirió de aperturas comerciales para funcionar correctamente. Este proceso llevó a cambios institucionales con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1992. Sin embargo, al no resultar funcional por la pérdida de control por parte de Estados Unidos, se desarrolló un nuevo esquema basado en los acuerdos bilaterales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y los Tratados de Libre Comercio (TLC). El remate es el Tratado Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), que constituye un acuerdo unilateral para beneficio, en primera instancia, de ellos mismos. Por lo tanto, lo importante será ver la reacción de las empresas multinacionales americanas.
La tensión generada por Trump se hizo patente cuando, ya electo, conversó telefónicamente con la "presidenta" de Taiwán, Tsai Ing-wen, quien se comunicó con él para felicitarlo por su victoria y trazar perspectivas de intercambio futuro en materia económica, política y de seguridad. Pocos días después, durante una entrevista para Fox News, Trump reflexionó acerca de la inutilidad de acatar la política de "una sola China", aceptada por Washington como condición para establecer relaciones con Beijing durante el gobierno de Jimmy Carter, en 1979. Ponderaba que esa política no debía continuar si China no hacía concesiones comerciales.
La respuesta de Beijing no se hizo esperar. A través de su Cancillería, sugirió ponderación y mesura a Trump con relación a Taiwán y la política de "una sola China", a fin de no enturbiar los vínculos bilaterales.
El 13 de enero de 2017, una semana antes de la toma de posesión de Trump, China lanzó a través de una editorial del diario Global Times una nueva y más dura advertencia. Instaba a Estados Unidos a detener su intervención en el mar Meridional de China, haciendo saber que no dudaría en usar su arsenal atómico para defender sus reclamos territoriales, También alertaba que, si la diplomacia no funcionaba, ambos países deberían prepararse para la guerra. El artículo fue comprendido como una respuesta a la comparecencia del secretario de Estado designado, Rex Tillerson, ante el Senado, quien afirmó que Estados Unidos no toleraría acciones unilaterales en el mar Meridional de China, en una clara alusión a Beijing.
Otro diario oficial, China Daily, ironizó respecto de las palabras de Tillerson: "Es mejor no tomar en serio las declaraciones [de Tillerson] porque son una mezcla de inocencia, cortedad de miras, prejuicios y fantasías políticas no realistas". Agregó que la puesta en práctica de las ideas de Tillerson conducirían inevitablemente a la guerra entre los dos países. Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, le respondió a su futuro colega diciendo que "China no permitirá a nadie que embrolle el mar de China Meridional y siembre el caos en Asia".
Estos sucesos que manifestaban una inusual "guerra de micrófonos" comenzaron a vislumbrar algunos de los escenarios que habrían de marcar la impronta de Trump en la más alta investidura del país. En otra arista de la situación, en un video difundido en internet a mediados de ese mes, el nuevo presidente anunció que retiraría a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés). Este tratado, que había sido firmado en febrero de 2016 por doce países, que representaban el 40% de la economía mundial, todavía no había sido ratificado por las partes. Según el mandatario electo, "[el TPP] es un desastre potencial para nuestro país" y notificó que Estados Unidos negociaría acuerdos comerciales de carácter bilateral que generarían empleos e industria en Estados Unidos otra vez.
Este punto de vista cambiaba la ecuación de Obama en la aspiración de un mayor liderazgo estadounidense en Asia, toda vez que China había sido ex profeso sacada del tratado como forma de consolidación de la hegemonía de Estados Unidos en la región Asia-Pacífico. En ese sentido, el secretario de Defensa de la administración Obama, Ash Carter, llegó a decir que aprobar el TPP "sería estratégicamente más valioso que cualquier grupo de portaaviones de combate en el Pacífico". China, por su parte, describió el acuerdo como el instrumento económico de la estrategia geopolítica de Estados Unidos en su afán de control de la región.
Trump vino a cambiar esta situación. En su campaña electoral, prometió retirar a Estados Unidos de los Tratados de Libre Comercio y de la globalización, y se proponía cumplirlo. Mientras Trump se preparaba para abandonar el acuerdo, lo cual no fue bien visto en la región —sobre todo por los países firmantes—, China observaba con atención el nuevo escenario que se estaba creado, sin intentar competir con Estados Unidos, pero sabiendo que se iba a crear un vacío que podía ser llenado. Ante el probable cierre de Washington, que se proponía adoptar una política proteccionista, China se dispuso a abrirse aún más, sobre todo a partir del proyecto de la nueva Ruta de la Seda. Con ese objetivo en mente, avanzó hacia la creación de instituciones financieras como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés).
Sin proponérselo, China se veía obligada a montarse sobre el juego suma cero que proponía Trump, asumiendo el beneficio que le significaba la retirada de Estados Unidos, con el agravante de que entre sus aliados cundió el pánico y la incertidumbre al percibir que se acercaba un futuro no previsto tan solo unos meses atrás.
Era tal el nivel de retórica confrontativa que Trump estaba planteando que la periodista Margarita Rodríguez, de la BBC, publicó un artículo donde intentaba sistematizar con detalles las razones por las que Donald Trump discurría que China era un enemigo de Estados Unidos. Son ellas:
- La pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos.
- Las exportaciones baratas de China que, según Trump, "violan" el comercio con Estados Unidos.
- La manipulación de divisas por parte de China, que es caracterizada como "la más grande en el mundo".
- La deficitaria balanza comercial entre ambos países, claramente desfavorable para Estados Unidos.
- La influencia que ejerce sobre Trump las teorías comerciales de Peter Navarro, un economista destacado por sus destempladas críticas contra China. Fue designado por Trump como su asistente y director del recién creado Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca.
Sin embargo, la confrontación que asomaba y que —como se ha visto— comenzó a manifestarse ya en la campaña electoral, vino a tener un respiro en febrero (2017). Desde Australia, donde realizaba una visita oficial, el canciller chino Wang Yi lanzó un mensaje positivo respecto del estado de las relaciones entre Estados Unidos y China, asegurando que siempre se habían mantenido en ascenso y superando las dificultades. En esa comparecencia desde Canberra, Wang informó que los presidentes Trump y Xi habían sostenido una conversación telefónica muy positiva. Los dos mandatarios coincidieron en el buen estado de los vínculos bilaterales, destacando que este lazo entre los dos países es el más importante del mundo. A pesar de la fuerte retórica anti-China lanzada desde Estados Unidos en fechas recientes, Wang resaltó los intereses convergentes que llevaron al comercio bilateral hasta los 500 mil millones de dólares en 2016.
A tenor de las declaraciones del canciller chino, dos días después, el 10 de febrero, se dio a conocer un comunicado emitido por la Casa Blanca a través del cual se informaba que, durante la conversación telefónica entre los presidentes Xi Jinping y Donald Trump, este había aceptado apegarse a la política de "una sola China". Además, ambos presidentes habían transmitido invitaciones recíprocas para que cada uno visitara al otro país. La iniciativa había surgido de una carta de Trump dirigida a Xi en la que felicitaba al pueblo chino por el inicio del año nuevo, deseándole prosperidad y manifestando sus deseos de desarrollar una relación bilateral mutuamente, constructiva basada en la opción ganar-ganar.
Este radical cambio solo puede entenderse a partir de la revisión por parte de la administración Trump de las cifras económicas que arrojaba el intercambio bilateral. El déficit comercial de Estados Unidos con China había llegado a 200 mil millones de dólares en 2016. En octubre de ese año, las exportaciones estadounidenses a China habían alcanzado su nivel más alto en los últimos tres años, permitiendo que ese déficit se redujera al 4,25% mensual. Todo esto mostraba un amplio crecimiento desde el momento en que se establecieron las relaciones diplomáticas en 1979. No obstante la crisis económica y financiera iniciada en 2008, el comercio bilateral subía a un ritmo del 7% anual en los años más recientes, generando un millón de empleos en Estados Unidos. Asimismo, el FMI estimaba que para el año 2019, la economía china sería un 20% mayor que la de Estados Unidos.
Todos estos datos deben haber influido en la pragmática decisión de Trump de buscar un acercamiento con China que impulsara una permanente comunicación de alto nivel conducente a estimular la cooperación bilateral.
Continuará…
Sergio Rodríguez Gelfenstein