Punto y seguimos | Maternidad: cuando el amor no es suficiente
13/05/2025.- El informe de Perspectivas de Población Mundial de la ONU señala que la natalidad mundial sigue en descenso, con una tasa de 2,25 nacidos vivos por mujer para el 2025, lo que representa una disminución notable si se compara con la generación anterior en la que la misma era de 3 nacidos vivos por mujer y que se encuentra, además, muy cerca de la llamada “tasa de reemplazo” (2,1), que es la mínima para sustituir/mantener la población actual. Si bien varios de los países “en vías de desarrollo” tienen tasas de natalidad elevadas, la tendencia planetaria es a la baja y la previsión estadística indica que en la década de los 60 de este siglo ya comenzaría a disminuir la población global.
Los países desarrollados han sido los primeros en vivir estas bajas, y gobiernos de Oriente y Occidente implementan políticas de promoción familiar para evitar perder generaciones productoras en el futuro próximo. Recientemente, Donald Trump y sus compañeros republicanos han anunciado medidas para cumplir lo que prometieron en campaña: “llenar a EE.UU. de bebés”, no solo con la intención de garantizar la productividad y. por tanto, los planes de dominación económica y política, sino que además lo enmarcan en un contexto de refundación nacional, con valores ultraconservadores, de tradición, familia y propiedad en los que la mujer retrocede al rol de mera reproductora.
El Gobierno estadounidense ha propuesto un bono de U$5.000 para quienes dan a luz y clases pagadas por el Estado acerca de los ciclos menstruales (sí, no como materia de autoconocimiento sino para cálculo de días fértiles), entre otras medidas que incluyen apoyos fiscales a comunidades con mayores índices de natalidad. Detractores de Trump explican que este tipo de acciones están destinadas al fracaso, puesto que no atacan el problema de fondo, es decir, las razones por las cuales las mujeres están decidiendo no tener hijos. Y esta afirmación parece ser aplicable no solo al caso norteamericano.
Los costos, en términos de dinero, tiempo y salud que suponen la maternidad, ya no resultan convincentes para una generación de mujeres educadas con la consciencia de las inequidades en las tareas de cuidado, pues son las féminas quienes asumen casi la totalidad de la carga de la crianza de los hijos y además también son proveedoras de los ingresos. En la mayoría de países, especialmente en el “tercer mundo”, la maternidad se ejerce sin el padre, muchos desaparecen de la vida de los hijos y otros apenas hacen presencia y es una lucha que aporten las manutenciones establecidas en las leyes. El fenómeno también se observa en las naciones desarrolladas, con las altas tasas de divorcio en las que los padres se desligan de la crianza una vez concluidas las relaciones con la madre. Para una mujer, maternar significa sacrificar tiempo personal en niveles que simplemente no son equiparables a los de su contraparte masculina, incluso en familias estables con presencia paterna.
Adicionalmente, las mujeres, que ya sufren de discriminación salarial (se les paga menos por los mismos trabajos que a hombres, sobre todo en posiciones de alto nivel) se ven afectadas por el rechazo laboral (contrataciones, etcétera) si expresan planes de maternidad, están embarazadas o son madres solteras. Las leyes de trabajo que ofrecen mayores protecciones son obviadas olímpicamente y, en algunos países, como los EE.UU., ni siquiera cuentan con días de permiso posparto. En resumen, maternar es caro, difícil e injusto y para muchas mujeres el discurso romantizado del sacrificio “natural” e “instintivo” de una madre por sus hijos ya no resulta suficiente en términos reales.
Así las cosas, las mujeres que deciden no parir son también sometidas a la crítica y al juicio resultantes de patrones sociales, religiosos o biologistas en los que la carga simbólica de la supervivencia de la especie también se les achaca. Si paren y son madres solteras son unas irresponsables, si deciden no tener hijos, también lo son. La culpa es, como el sacrificio, siempre de las mujeres. Y si bien el amor y el instinto maternal existen y sostienen a la especie humana, resulta absurdo pretender que eso justifica la inequidad en las responsabilidades económicas y morales que conlleva el traer al mundo a nuevos seres humanos; y más absurdo aún resulta esperar que las mujeres estén decidiendo no parir en medio de esas condiciones.
Mariel Carrillo García