Vitrina de nimiedades | Madres, nuestros puentes a la tecnología

10/05/2025.- A una madre se le atribuyen las enseñanzas más nobles para vivir. Comer, caminar, hablar o construir un concepto de familia son unas de las principales lecciones que aprendemos de ella, quizás porque son acciones indispensables para mantenerse en este mundo. Pero hay otras enseñanzas que también obtenemos gracias a quien se atrevió a parirnos y que, sorprendentemente, no le atribuimos. Una es nuestra primera relación con la tecnología. Lo que somos hoy ante un dispositivo muy probablemente se lo debemos a esa mujer.

Más allá de las posibilidades y limitaciones que cada hogar tiene para acceder a recursos tecnológicos, en el espacio familiar se aprenden los primeros límites entre esos instrumentos y nosotros. Las generaciones criadas en la era de la televisión abierta, esa que no sabía nada del streaming, recordamos nuestras rutinas luego de cada jornada de clases. Ver nuestro programa favorito dependía de estudiar, ordenar el cuarto o tomar un baño. También podía convertirse en vehículo para el castigo: ¿raspamos el examen? No veremos TV. ¿No sabemos la tabla de multiplicar? Nada de pantalla hasta que la aprendamos al derecho y al revés. 

Comenzamos a ver la tecnología como un indicador de severidad: la razón detrás de un mal comportamiento casi siempre estaba en el exceso de televisión. Pero también la convertimos en una muestra de afecto. Más de un discman llegó a su dueño como regalo de cumpleaños. Igual suerte tuvieron cientos de consolas de videojuegos, contribuyendo al nacimiento del conocido mundo gamer. Un VHS era símbolo de las tardes de cine en familia. 

Mientras unos accedían a esos instrumentos, otros estaban en conflicto por no tenerlos. Comprender esa realidad también corre por cuenta de nuestra madre: en sus palabras puede estar la justificación o el consejo para no sentirse excluido en un mundo cada vez más tecnificado. Priorizar entre la necesidad y el “lujo” casi siempre es el mayor argumento en esos escenarios. Así como muchos hogares podían pasar por alto un dispositivo aparentemente innecesario, también hacían enormes esfuerzos por proveer a los más jóvenes de ese equipo que necesitan para su crecimiento. En todas esas circunstancias también comprendemos el valor de cambio de lo tecnológico.

Ese panorama apenas era una campanada de la realidad planteada hoy por los dispositivos inteligentes, cuyo control no pasa por las restricciones clásicas. En muchas familias, los límites siguen en manos de la madre, cuya capacidad de contención depende de su habilidad, su formación y su acceso a las nuevas tecnologías. Es un desafío si se considera que el 70% de los hombres y el 65% de las mujeres en el mundo tienen acceso a Internet. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, el 77% de la población femenina y el 82% de la masculina poseen un smartphone propio. Avanzamos lentamente hacia la paridad de género.

Hoy, cuando lo virtual borró las fronteras entre lo público y lo privado, modificó las muestras de afecto y quebró la visión clásica del trabajo, la realidad plantea una doble injusticia: muchas mujeres siguen estando solas en la tarea de cuidar a la familia, con significativas       desventajas (formación en el uso de tecnologías, recursos económicos, acceso a herramientas), pero son consideradas figuras fundamentales en modelar y educar a sus hijos. En estas mujeres se sintetizan las paradojas de este tiempo: luchar por estar conectadas a pesar de las desventajas. Maternar también es revelarle a los hijos las contradicciones de este mundo. 

Rosa E. Pellegrino 

 

 

 

 

 


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