Letra fría | Rafael Garrido, ¡otro piconazo más!
09/05/2025.- Con profundo pesar, recibo la mala noticia de la partida del buen amigo Rafael Garrido, compañero apreciado de los buenos tiempos de la Escuela de Letras de la UCV. ¡Quizás, los más felices de mi vida! Tiempos juveniles inolvidables de aquel medio pasillo, compartido con la Escuela de Filosofía. Por eso cuando se nos va un compañero de aquellos queridos días, es como un ramalazo del alma, ¡un relámpago indescifrable de la cercanía o lejanía de la muerte!.
Rafaelito pertenecía a una pléyade de buenos escritores del estado Yaracuy, específicamente de San Felipe, que tomaron prácticamente nuestra escuela. Empezando por Gabriel Jiménez Emán, que venía de la de Letras, de la ULA, pero se la pasaba en la de Caracas, acompañando a nuestra compañera María Elena Maggi, con quien tuvo a su hija Claudia.
Eran todos miembros de los grupos literarios “Rendija” y “La Oruga Luminosa”, fundada en 1980 en el Centro de Talleres Artísticos (CETA), que fue su respectiva revista, hasta 1992; en las cuales, por supuesto, escribían todos. Y donde, seguramente, Garrido publicó sus primeros poemas, que después convergieron en sus memorables libros Vapores (1978), —cuya versión digital fue presentada el pasado mes de febrero en la Filven—, Telemaquia (1990), Recado amoroso (2010) y Ulises Rey (2021).
Gabriel hizo una sentida nota en las redes, y es mucho más conocedor del quehacer literario y artístico de Yaracuy, porque vivió en San Felipe y compartió con todos ellos en varios grupos. Creo que la última vez que nos vimos fue en la presentación de un libro de Gabriel, que nos tocó a Julián Márquez y a mí, allá en San Felipe. Por esa sentida nota me entero de su hijo Andrés, porque a Isabela sí la conocí aquí en Caracas, en algo que yo presentaba o discurseaba en “El eje del buen vivir”, si no me equivoco. Lo que tampoco recuerdo muy bien es si fue esa vez u otra cuando lo llamamos por teléfono y se alegró mucho, y me pidió que la ayudara y protegiera, pero después le perdí el rastro. Aunque ni falta que le hace porque, como dice Gabriel, ella es una periodista de notable desempeño en Caracas.
O me perdí yo, porque hace rato que dejé de asistir a eventos; anteayer, precisamente, andaba yo por Altamira en consulta médica, que se prolongó más de mis cálculos, porque quería ir al Celarg a lo de un libro de Luis Alberto sobre nuestro querido Viejo Lobo, Ramón Palomares, pero ya cuando pasé, por supuesto que había terminado. Ya de vuelta a casa, con ganas de ir al Salón Rojo de la Casa Bello a un conversatorio sobre Palomares también, que habría cumplido 90 años ese día, y ver a mi pana José Javier, e iba en la buseta de la Libertador, y al pasar frente a mi casa decidí bajarme y quedarme quietecito por una subida de tensión a 170 en la consulta, y pudo más el susto que el amor literario.
Volviendo a Isabela, a quien doy mi más sentida condolencia, junto a Andrés, ambos hijos de Edy Suley Barboza Blanco, poeta, cronista, profesora especialista en lectura, nacida en San Felipe, fue la escritora regional homenajeada de la Filven Yaracuy de 2024.
Recuerdo un árbol quebradizo
En el centro de un patio/ Que podía sostener mis sueños de pájaro/ Como a sus propias hojas. Desde allí veo tejas cubiertas de musgo/ Trinitarias, y una puerta para el servicio/ Hacia la calle ciega/ Recuerdo que cuando bajaba de aquel árbol/ Sus frutos me estaban esperando/ En el desayuno.
El otro que partió fue el poeta y científico Jesús Alberto León. Valga para cerrar esta fúnebre nota con un poema que colgó en Facebook su amigo el Catire Enrique Hernández D’Jesús, de título Condicional:
“Si uno pudiera, con fugaz sonrisa/ recordar el futuro y deshojarlo/ como si fuera a suceder ayer/ o adivinar a tientas y a certezas/ los entresijos roncos del pasado/ hasta aliviarlos con el aire ingrávido/ de pliegues que no han sido…
Si uno tendiera el cuerpo/ sobre el filo del tiempo/ y fuera caminando con los ojos/ y mirando asombrado/ con las inquisitivas plantas de los pies…
Si uno se desdoblara, en fin,/ en este fin de mundo/ que nace cada vez y desfallece ahí mismo,/ podría beber el agua más exacta,/ esa que se condensa en los minutos/ y los convierte en gotas delicadas,/ en parpadeos de una frescura súbita/ que abre y cierra los ojos del instante”.
Moraleja final
Cuando veas las copas del vecino arder, pon las tuyas en remojo.
Mi consuelo es que estudiando al gran trovador cubano Sindo Garay, duró 101 años, enamorado, bebiendo y fumando, hasta el último de sus días. ¡Yo no quiero tantos, pero bienvenidos los que sean!
Humberto Márquez