Trinchera de ideas | La batalla final
Derrota del fascismo y victoria soviética en la Gran Guerra Patria
08/05/2025.- NOTA: Desde febrero de 2023, cuando se conmemoró el 80 aniversario de la derrota nazi en Stalingrado, vengo escribiendo artículos para evocar y celebrar el octogésimo aniversario de la extraordinaria epopeya de los pueblos de la Unión Soviética. Con esta entrega culminamos esta zaga de siete artículos que, vistos en su conjunto, permiten esbozar con claridad la excepcional gesta de la Gran Guerra Patria.
En la entrega anterior, refería que el 9 de marzo de 1945 se dieron las instrucciones finales para la operación que debía culminar con la derrota de la Alemania nazi en Berlín. No se trataba solamente de un hecho bélico. La forma y el contenido que adquiriera esta batalla y su eventual conclusión habría de moldear el sistema político que imperaría en el mundo de la posguerra. Por ello, era fundamental que esta victoria implicara la liquidación total del fascismo como sistema político y social dominante en Alemania.
El plan diseñado por el Alto Mando político-militar soviético para la toma de Berlín se sustentaba en el aniquilamiento de la principal agrupación enemiga y la ocupación de la región industrial del Ruhr que, además, era una importante cuenca minera en la que habitaba parte relevante de la población alemana.
Ahora, los planes soviéticos debieron contemplar también el accionar de las tropas estadounidenses e inglesas que atacaban a Alemania desde el oeste y que pugnaban por apoderarse del sur del país con el objetivo de irrumpir en Austria y Checoslovaquia. No obstante que la Conferencia de Yalta, realizada en febrero, había instituido las zonas límites de las operaciones para cada potencia y había establecido que tales líneas pasaban muy al oeste de Berlín, Inglaterra no ocultaba su intención de llegar primero a la capital del Reich. En este sentido, no había unidad de criterios entre los aliados toda vez que por intereses particulares buscaban una resolución propia para el conflicto.
La dirección político-militar soviética sabía que tanto ingleses como estadounidenses buscaban acuerdos por separado con el Ejército alemán a fin de que tras el inminente fin de la guerra pudiera ser utilizado como ariete contra la Unión Soviética. De hecho, Alemania retiró un importante contingente de tropas de Occidente para llevarlas al Frente Oriental con el objetivo de facilitar el trabajo de los aliados y dificultárselo al Ejército Rojo. En el contexto, las relaciones entre el Alto Mando Militar aliado y el soviético eran ambivalentes.
El Estado Mayor en Moscú comenzó a tomar nota de que no podía confiar en las informaciones entregadas por sus contrapartes de Washington y Londres. Los generales soviéticos comprendieron muy rápidamente que solo podían fiarse en sus propias fuentes de información sin desestimar lo que les llegaba desde el oeste, comprobando —eso sí— la veracidad de estas últimas. La información llegada a Moscú le permitió a Stalin comprender que las acciones encubiertas para escamotearle el triunfo a la Unión Soviética estaban a la orden del día. Llegó a la conclusión de que la perfidia era propia de Inglaterra y de Churchill, quien estaba dispuesto a todo para destruir a la Unión Soviética. Eso incluía hacer pactos secretos y acuerdos de todo tipo con los nazis. Curiosamente, el líder soviético hacía una apreciación distinta de Roosevelt y de los generales estadounidenses.
Tras estudiar la situación estratégico-operativa, el Alto Mando soviético concluyó que la batalla por Berlín podría comenzar a mediados de abril. Durante los últimos días de marzo y primeros de abril se celebró una nueva reunión en Moscú en la que participaron junto a Stalin los miembros del Estado Mayor General y los jefes de los Frentes que irrumpirían sobre Berlín. Se trataba de afinar los últimos detalles. La ofensiva sobre la capital imperial debía comenzar el 16 de abril.
Las condiciones operativas no eran óptimas porque el 2do. Frente de Bielorrusia, al mando del mariscal Rokossovski, no podía iniciar las acciones simultáneamente con sus pares porque antes debía vencer la resistencia que seguían ofreciendo algunas agrupaciones nazis al sureste de Danzig y el norte de Gdynia, ciudades ubicadas a unos 500 km al noreste de Berlín. Sin embargo, la situación política obligaba a tomar la decisión de iniciar las operaciones en el menor tiempo posible. La carrera por Berlín determinaría el futuro de Europa y del mundo.
Durante la primera quincena de abril las agrupaciones de combate se abocaron al reagrupamiento de las tropas, la garantía de un seguro abastecimiento logístico y la acumulación de las reservas necesarias para la batalla que se avecinaba. Asimismo, se debían realizar todos los preparativos operativos, tácticos y de otro tipo que aseguraran la victoria. Los generales soviéticos, curtidos en casi cuatro años de guerra, sabían que ninguna otra batalla había tenido las características de la que se aproximaba.
Mientras tanto, Hitler comprendió que estaba a punto de librar un combate decisivo. Por ello dio órdenes para una concentración de tropas nunca antes vista. En las direcciones principales los generales del Ejército alemán fueron sustituidos por altos jefes de las SS, fuerza paramilitar nazi de élite al mando del jerarca nazi Heinrich Himmler. Esto era clara expresión del nivel de importancia que se le daba a la eventual batalla. Hitler pensaba que aún podía resistir e incluso derrotar al Ejército Rojo. Se realizaron importantes trabajos de fortificación y obras de ingeniería que incluían decenas de kilómetros de túneles que permitirían la maniobra oculta de las tropas dentro de la ciudad.
En este contexto, el Alto Mando Soviético y el Comité Central del Partido Comunista de la URSS desplegaron una gran labor entre los oficiales y soldados para hacer conciencia en torno a que el pueblo alemán había sido víctima de la propaganda hitleriana y que no era el enemigo a vencer. En esa medida, se establecieron normas precisas para el tratamiento de la población civil.
A las 5 de la mañana del 16 de abril comenzó la preparación artillera. El ruido producido por el fuego de los cañones, obuses, morteros y la artillería reactiva estremecieron la madrugada. En el aire, la Aviación hacía lo suyo cumpliendo las misiones establecidas en el plan de operaciones. En un primer momento no hubo respuestas enemigas, evidentemente quedaron paralizadas por la intensidad y la contundencia del fuego, tanto, que la preparación artillera fue detenida antes del tiempo previsto. Los tanques se lanzaron a la ofensiva. Según relata el mariscal Gueorgui Zhúkov en sus memorias: “Fueron lanzados sobre la cabeza del enemigo 2.450 vagones de proyectiles, o sea, casi 98.000 toneladas de metal. La defensa enemiga había sido destruida y demolida en una profundidad de 8 km. Y algunos centros de resistencia en una profundidad de 10 a 12 km”. La batalla por Berlín había comenzado.
A pesar de haber ocupado la primera y segunda línea de defensa alemana, las tropas soviéticas encontraron una fuerte resistencia en las alturas de Seelow (ubicadas a unos 90 km al este de Berlín) que duró hasta el 19 de abril. El mando soviético había subestimado las condiciones del terreno que habían permitido a los alemanes organizar una férrea defensa. La hábil maniobra conjunta del 1er Frente Bielorruso al mando de Zhúkov y el 1er Frente Ucraniano bajo las órdenes del mariscal Iván Kónev obligaron a las tropas alemanas a un desesperado repliegue hasta el borde exterior de la defensa ubicado en la zona urbana de Berlín.
Los inconvenientes de estos días, propios de una operación de esta envergadura, motivaron desavenencias de Stalin con sus generales, en particular con Zhúkov y Rokossovski. En algunas circunstancias, el máximo líder soviético actuaba más por deseos que por realidades y era incapaz de reconocer que se había equivocado. Sin embargo, en esta ocasión había sido Zhúkov quien había cometido un error de apreciación, como él mismo lo reconoció posteriormente. Por suerte, todo fue subsanado rápidamente y la ofensiva continuó su curso. El 20 de abril comenzó el asalto a la capital del Reich.
El 21 de abril, el Consejo Militar del 1er Frente de Bielorrusia encargado de la toma de Berlín dirigió una proclama a las tropas que en algunas de sus partes decía: “A los soldados, sargentos, oficiales y generales […] Queridos camaradas: Ha llegado la hora decisiva de los combates. Ante ustedes está Berlín, capital del Estado fascista alemán […] Sus unidades se han cubierto de gloria inmarcesible. Para ustedes no hubo obstáculos ni ante los muros de Stalingrado ni en las estepas de Ucrania ni en los bosques y pantanos de Bielorrusia. No los han detenido las potentes fortificaciones que han superado ahora en los accesos a Berlín. Ante ustedes, campeadores soviéticos, está Berlín. Deben tomar Berlín y tomarlo lo antes posible para no dejar que el enemigo se rehaga […] ¡Al asalto de Berlín, a la victoria total y definitiva, camaradas de armas! Con audacia y valor, en amistosa cooperación de todas las armas, con buen apoyo mutuo barreremos todos los obstáculos y nos lanzaremos adelante, solo adelante, al centro de la ciudad, a sus suburbios del sur y del oeste, al encuentro de las tropas aliadas que avanzan por el oeste. ¡Adelante, a la victoria!”.
Cuando las tropas soviéticas irrumpieron en Berlín, las fuerzas defensivas nazis estaban debilitadas por los combates previos, pero en la medida en que las unidades de vanguardia se acercaban al centro de la ciudad, la resistencia era cada vez más feroz. La ofensiva era continua, no se detenía ni siquiera en la noche. Se trataba de dividir al enemigo y aniquilarlo por partes. El plan diseñado por el Alto Mando soviético se fue desarrollando concienzudamente.
El día 22 de abril, los alemanes comprendieron que su última opción era retirar las tropas de las zonas rurales aledañas —donde cumplían la misión de contener al ejército aliado—, traerlas a la ciudad e intentar desbaratar la ofensiva soviética. Las fantasías de Hitler lo llevaban a vislumbrar que todavía era posible una derrota soviética en Berlín, pero la realidad iba demostrando que eso no pasaba de ser expresión de deseos. Las tropas alemanas que debían ser trasladadas a la ciudad (12do y 9no ejércitos) no pudieron hacerlo porque fueron aniquiladas por el 5to ejército de choque, al mando del general Nikolái Berzarin. A esta unidad le correspondió la misión de apoderarse de los edificios centrales del Estado alemán, incluyendo la Cancillería imperial donde se encontraba el cuartel general de Hitler.
El 25 de abril, los acometimientos en la ciudad se extendieron y se hicieron aun más violentos, los alemanes seguían resistiendo. Los combates arreciaban hora a hora, minuto a minuto. El día 29, tras encarnizados enfrentamientos fue ocupado el edificio de la Alcaldía de Berlín. En ese momento, Hitler dijo que era mejor entregar Berlín a los estadounidenses que a los rusos. La orden era combatir hasta el final y, si no era posible defenderla, solo debía ser entregada a los estadounidenses.
A las 13:45 horas del 30 de abril, el 3er ejército de choque, bajo el mando del coronel general Vasili Kuznetsov, tomó la parte fundamental del edificio del Reichstag. Pero las tropas selectas de la SS seguían pugnando por proteger la guarida del dictador. El combate era cruento y furioso hasta que a las 21:30 horas los sargentos Mijaíl Yegorov y Melitón Kantaria enarbolaron la bandera roja con el martillo y la hoz en la cúpula principal del Reichstag.
El 1° de mayo los soldados alemanes que resistían en el edificio del gobierno imperial se rindieron en su totalidad. El sueño de millones de soviéticos se había hecho realidad, cuatro años de dura guerra habían quedado en el pasado. El heroísmo de los pueblos de la Unión Soviética habían logrado la victoria frente a un enemigo poderoso y brutal. La Alemania fascista había sido derrotada, las causas más puras de la humanidad: paz y justicia, habían sido reivindicadas por el pueblo, el Gobierno y las Fuerzas Armadas soviéticas.
Ese mismo día, altos oficiales del Ejército alemán establecieron contacto con contrapartes soviéticas para negociar un armisticio. Más tarde, todavía durante la madrugada, circuló la noticia del suicidio de Hitler el día anterior. Unas horas después, el mando soviético recibió una carta de Joseph Goebbels, alto jerarca nazi, en la que manifestaba que, de acuerdo con el testamento de Hitler, él, junto a Martin Bormann, otro líder nazi y el almirante Karl Dönitz, habían sido designados por Hitler para realizar negociaciones de paz con la Unión Soviética. El general Zhúkov, máximo líder soviético en Berlín, le respondió solicitando una capitulación total e incondicional de la Alemania fascista. Informado Stalin de la decisión, la avaló en su totalidad.
La diferencia de criterios entre el Gobierno soviético y los nuevos líderes alemanes que trataban de ganar tiempo para entregarse a los estadounidenses y británicos obligó a Zhúkov a informarle a los representantes alemanes que, de no capitular incondicionalmente, las Fuerzas Armadas soviéticas retomarían la ofensiva hasta el final. La propuesta fue rechazada, por lo cual las unidades soviéticas reiniciaron el fuego contra los remanentes del Ejército alemán que se refugiaban en algunos edificios del centro de la ciudad. Mientras tanto, se tomaron estrictas medidas para evitar la fuga de la ciudad de los principales jerarcas nazis, algunos de los cuales comenzaron a entregarse al mando soviético conminando a las tropas a cesar toda resistencia y rendirse.
El 7 de mayo hubo todavía un intento de Estados Unidos e Inglaterra de arrebatarle la victoria y la lógica que de ella emanaba a la Unión Soviética. En la ciudad francesa de Reims, el general alemán Alfred Jodl firmó una capitulación ante Estados Unidos. Esta fecha es considerada por Occidente como la del fin de lo que ellos llaman la Segunda Guerra Mundial.
Ante este hecho, la respuesta de Stalin fue contundente: rechazó una capitulación en la que no estuvieran todos los aliados y objetó que la misma no se hubiera firmado en Berlín, capital del imperio nazi. Esta decisión fue informada a los aliados quienes aceptaron las demandas del líder soviético.
El 8 de mayo fueron convocados en Berlín los representantes plenipotenciarios de todos los países que formaron la alianza antihitleriana. Asimismo, arribaron escoltados por oficiales ingleses los altos oficiales alemanes general Wilhelm Keitel, almirante Hans-Georg Friedeburg y general de Aviación Hans-Jürgen Stumpff, comisionados para firmar la capitulación de Alemania.
En un sencillo edificio de Karlshorst, en la parte oriental de Berlín, a las 12 de la medianoche, ante las banderas de la Unión Soviética, Estados Unidos, Inglaterra y Francia se dio inicio el acto de firma de la capitulación de Alemania. El mariscal Zhúkov pronunció las palabras inaugurales: ”Nosotros, representantes del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Soviéticas y del Mando Supremo de las tropas aliadas, hemos sido facultados por los gobiernos de la coalición antihitleriana para aceptar del mando militar alemán la capitulación incondicional de Alemania”. A continuación ordenó invitar a la sala a los representes del Alto Mando alemán.
En un silencio sepulcral, derrotados y cabizbajos entraron sucesivamente al salón, Keitel, Stumpff y Von Friedeburg. Dirigiéndose a ellos, Zhúkov les preguntó: ¿Tienen ustedes el acta de capitulación incondicional de Alemania, la han estudiado y tienen poderes para firmar esta acta? Ante la respuesta positiva de Keitel, Zhúkov le propuso a la delegación alemana acercarse a la mesa y firmarla.
Eran las 00.43 horas del 9 de mayo de 1945. La victoria de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria se había consumado.
Sergio Rodríguez Gelfenstein
sergioro07.blogspot.com