Palabr(ar)ota | Metamorfosis vaticana
Pocas cosas habrá en el mundo tan movedizas como la religión.
08/05/2025.- Aunque todas la religiones se ven a sí mismas como sistemas fundados sobre bases inconmovibles, la historia demuestra que suelen responder, y mucho, a los condicionamientos terrenales de cada época.
Para demostrar la afirmación anterior, solo hay que pasearse por el enjambre de análisis que traen los medios acerca de las diversas posturas y motivaciones que mueven a los cardenales que elegirán al sucesor del Papa Bergoglio.
No es necesario referirse a esos prelados a quienes se ha acusado, e incluso encausado, por incurrir en actos de corrupción o de pederastia.
Basta en cambio con familiarizarse con las distintas visiones “políticas” a las cuales se afilian, individualmente o en grupo, los integrantes del cónclave, para hacerse una idea de cuán terrenal es el asunto.
Nada de qué sorprenderse. Al fin y al cabo se trata del ejercicio del poder, y ya se sabe cuánto estimula el poder al ser humano.
Se dice que la diferencia entre el poder del Vaticano y el poder político que se ejerce en el resto del mundo consiste en que el primero se presenta a sí mismo como uno cuyo ámbito de acción sería, estrictamente, la etérea zona del espíritu, lo cual está muy bien para quien quiera creérselo.
Para los que prefieren mirar el asunto más con la razón que con la fe, el escenario es el de una lucha encarnizada entre diversas facciones, distintas, tal vez, en su visión del papel de la Iglesia en los asuntos de fe; pero puede alguien negarles meridiana claridad acerca de sus propias ambiciones y su deseo de acceder al trono de San Pedro, que, como es bien sabido, trae aparejado algo más que liturgias y retiros espirituales.
Ese cónclave de gladiadores ensotanados se recluye en la Capilla Sixtina y después de unas cuantas fumatas eligen como Papa a quien tenemos derecho de sospechar que fue el contendiente más aguerrido, el más maniobrero o, por lo menos, el más hábil en un arte tan terrenal como la negociación política.
Segundos después sucederá la metamorfosis vaticana. El elegido, como si el blanco de la vestimenta papal se le filtrara hasta el alma, aparecerá de inmediato como un ser separado de la materialidad terrestre del resto de cardenales. Al minuto siguiente pensaremos que nada tuvo ver con los intereses que embargaban el alma de todo el cónclave. Un halo de santidad será claramente percibido por esa multitud que espera el habemus papam y la conocida aparición del elegido en el balcón de San Pedro.
En esa especie de magia, en lograr que muchos crean en esa metamorfosis, reside el poder de la Iglesia católica.
Cósimo Mandrillo