Palabr(ar)ota | Marito, el romántico

30/04/2025.- Hasta no hace mucho, era impensable que alguien hiciera un comentario negativo acerca de un difunto.

Detrás de ese silencio estaba el respeto religioso por quien acaba de acceder al plano donde solo Dios tiene vela en el entierro, como suele decirse.

 Otros callaban temiendo que el ofendido finado se hiciera presente durante la noche y les jalara los pies.

Ahora ha muerto Mario Vargas Llosa y a juzgar por la cantidad de escritos, videos y podcasts en los que se opina negativamente, especialmente sobre su vida, habrá que concluir que ya no son muchos los que le delegan todo a Dios, y menos aún quienes se refrenan por la probable jaladera de pies.

Pero es que, la verdad sea dicha, Don Mario nos la puso fácil.

Don Mario era, sin que quepan dudas, un personaje romántico.

Los románticos fueron los verdaderos creadores del concepto de artista tal y como lo entendemos hoy. Además, como ingrediente infaltable en el alma de ese artista, los románticos crearon, descubrieron, resaltaron, alimentaron esa cosita llamada ego.

Los románticos, al igual que Vargas Llosa, fueron, casi todos ellos, progresistas en su obra y conservadores en su visión política. La diferencia estriba en que lo que a los románticos se les presentaba como futuro, y rechazaron, era nada más y nada menos que el naciente capitalismo; ese mismo capitalismo que muchos años después Vargas Llosa abrazaría con furor como la panacea capaz de resolver todos los problemas de la humanidad.

Como todo ser humano, Vargas Llosa estaba en su derecho al elegir una visión política que coincidía con el más rancio conservadurismo y, por ende, con lo más aguerrido de la ultraderecha. Lo difícil de pasar por alto es el simplismo con el que defendió una visión política que se movía con comodidad entre lo útil que había sido la dictadura de Pinochet, el apoyo entusiasta a la invasión de Irak, el desprecio racial hacia sus propios compatriotas peruanos y su amor incondicional por personajes de la calaña de Margaret Thacher, Ronald Reagan o Jair Bolsonaro.

De un hombre con el talento necesario para escribir una obra en la que consistentemente se denuncian las injusticias de clase, la explotación económica y la represión política, era de esperar una postura ideológica que, aun siendo de derecha, huyera de la superficialidad y del sifrinismo. Él, en cambio, prefirió cerrar el círculo de su romanticismo hasta terminar, como aquellos escritores del siglo XVIII y XIX, enamorado de la nobleza y de su boato; además de apoyar todo lo que pareciese contrario a cualquier propuesta de cambio progresista.

Por suerte para él, en el caso de los escritores, la historia suele olvidar al ser humano a cambio de mantener viva su obra literaria.

Pasadas algunas décadas, quienes lean las novelas de Marito no encontrarán ningún apoyo, en esas páginas, que les permita sospechar la postura política con la que el escritor cerró su existencia. Esperemos que a esos lectores no se les ocurra meterse en Google a fisgonear lo que ya no tendrá trascendencia alguna.

Cósimo Mandrillo

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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