Memorias de un escuálido en decadencia | Canonización
24/10/2025.- ¡Yo, pecador, me confieso! Nos metimos con el santo y con la limosna. No tenemos perdón de Dios. Esa vaina de intentar sabotear la canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, eso no se le hace a nadie. Son nuestros santos y, por lo tanto, tributémosle culto inmortal, pero no, nosotros somos más arrechos que el perro de los Branger y nos presentamos ahí a pedir libertad, clac, clac. No contentos con eso, nuestro presidente Edmundo —Olvidado— González dijo que envió una delegación a representar a su gobierno en el Vaticano —¡qué bolas!— y pidieron sillas numeradas, y el canciller de nuestro gobierno intentó quedarse por ahí hecho el pendejo y ni siquiera le dieron una silla. ¡Es que no aprendemos! Confundimos la plaza San Pedro con la plaza Altamira. Menos mal que no montamos una guarimba y le metimos fuego al cañón para que respeten nuestro parrandón. Cada día, los que estamos aquí, en la clandestinidad, nos sentimos más abandonados cuando vemos ese tipo de acciones, que no son propias de la gente decente y pensante de este país. Esa gente decente y pensante —lo sabe todo el mundo, que es ancho y ajeno— que somos nosotros, los opositores venezolanos que no nos rendimos, seguimos fieles a nuestra premio nobel de la paz... De paso, ya la gente como que se olvidó de esa vaina del premio de la paz, y ni lo comentan. Es que hay que decirlo también: eso de que el compañero Trump dijera que él no conocía a ninguna María Machado, esa vaina nos dejó con la boca abierta y mirando una nube blanca que va pasando por el cielo de nuestra patria. Esa declaración arrechó a mucha gente, porque nuestra premio nobel nos había dicho que había hablado con él y que le había dedicado ese premio. Sin embargo, nuestro compañero Trump nos sale con esa vaina de que no la conoce. Pero, volviendo al Vaticano, con ese peo injusto que armamos allá, ahora será más difícil derrotar a la dictadura, porque también van a tener al santo José y a la santa Carmen a su favor, y con esa ayuda no hace falta más nada.
Es verdad que la gente de la dictadura envió una delegación que no cabía en el autobús que les envió la Santa Iglesia del Vaticano al aeropuerto y hubo que enviar otro, pero eso es problema de ellos. Lograron meter en el Vaticano hasta la Virgen de Coromoto, a quien también le dedicaron un mural, y eso es verdad que hay que celebrarlo, porque no hay nada peor que meterse con los santos y las santas... y con las vírgenes, ¡ni de vaina! Ver a nuestro compañero, el poeta Leopoldo López, con un afiche pidiendo libertad para el compañero Delano es en verdad una foto para guardarla, porque hasta ahora es el único gesto que le hemos visto en defensa de nuestros presos. Menos mal que no llevó a la compañera Lilian Tintori, porque los iba a empavar a todos. No hay que olvidar que ella se encadenó allí, junto con la señora Antonieta López —mejor no hablemos de Monómeros—, en la plaza de San Pedro, y no pasó nada, como no ha pasado nada hasta hoy, pues seguimos con nuestro fracaso en alto, perdón, con nuestra bandera en alto y las ganas de derrotar de una vez y para siempre a esta oprobiosa dictadura.
El papá de Margot vio por internet el bochorno que nuestros compañeros hicieron en el Vaticano y comenzó a decir: "Perdónalos, Dios, porque no saben lo que hacen. Como, por lo visto, tampoco han sabido lo que han hecho en lo que queda de país. No respetamos ni a la santa Carmen Rendiles, que, de paso, yo no sé todavía quién es, ni a José Gregorio Hernández, que era el santo de los pobres y ojalá lo siga siendo y no se olvide de nosotros, como nos olvidó esta oposición traicionera y vividora, que nos ha hecho perder el tiempo en guarimbas y quemas y golpes y saboteos, y ya estoy a punto de irme a la clandestinidad, pero para quedarme allá y no salir más nunca por la vergüenza de haber sido y ya no ser". Y se fue al cuarto y agarró la puerta y le metió ese coñazo tan duro que la vecina salió gritando: "Vete a tirar la puerta del Vaticano, muérgano, para ver si te dejan allá".
—Mi reino es de este mundo, pero también del otro... —me dice Margot.
Roberto Malaver

