Vitrina de nimiedades | Nuestra infravalorada relación con el sueño

 

Si el sueño fuera (como dicen) una

tregua, un puro reposo de la mente,

¿por qué, si te despiertan bruscamente,

sientes que te han robado una fortuna?

Jorge Luis Borges

02/08/2025.- Cada día de lucha debería tener como recompensa un buen dormir. Es la síntesis de la paz y la esperanza. Un momento de vulnerabilidad —porque lo es— que nos debería preparar para la alerta necesaria exigida durante las horas de vigilia. Pero hemos sacrificado tantas horas de descanso a cambio de aparentes recompensas y también, producto de bastantes sinsabores. Nos engañamos pensando que podremos descansar a la espera de un mañana en el que realmente no confiamos. Hemos convertido una necesidad en una recompensa insegura.

Se cree que el 40% de la población mundial no duerme bien, ya sea por sufrir de insomnio o por apnea de sueño, entre otras razones. Visto así, son muchos quienes deben sentir temor a otra noche donde el verdadero descanso no llegará. Si se geolocaliza el problema, algunos en Occidente no la pasan bien, o eso deja ver una encuesta de Statista Consumer Insights en 8 países. Mientras cuatro de cada 10 españoles no concilian el sueño, solo dos de cada 10 chinos pasan por la misma situación.

Si el asunto va por edades, la juventud desaprovecha el tiempo de gracia que probablemente pierda con la adultez. De acuerdo con la Fundación del Sueño, 15% de los adolescentes descansa las 8,5 horas diarias recomendadas durante los períodos escolares, por la obligación de levantarse temprano y la tendencia natural de trasnocharse en esta etapa de la vida. Ya grande, más de uno lamentará no haber disfrutado por completo aquellos días donde los agobios de la responsabilidad aún no llegan.

En la adultez, se estima que un tercio de la población adulta duerme menos de las siete horas diarias que recomienda la ciencia. Si hablamos de quienes cumplen doble jornada laboral, deben atender directamente a familiares o se enfrentan a coyunturas particulares, posiblemente su descanso se reduzca a unas cuatro horas diarias. Así se forma un batallón de zombies que aguanta los rigores de la vida moderna con dificultades para concentrarse, mal humor o problemas de rendimiento.

Mientras más conciencia tenemos de nuestro mal dormir, menos prestamos atención a este problema contemporáneo. Esos hábitos que acaparan nuestra atención, como revisar las redes antes de irse a descansar o dedicar demasiadas horas al trabajo (especialmente si se hace home office), demuestran nuestra compulsión a subestimar un proceso fundamental para nuestra existencia misma. Quizás lo más grave sea ignorar que el buen descanso también es un reflejo de la lucha de clases y de las pugnas geopolíticas que corroen al mundo. El concepto del “turismo del sueño” o el costo de tratamientos para el insomnio son señales de esa realidad.

Mientras cientos viven en vilo en zonas en conflicto, otros miles descansamos sin miedo a un bombardeo o a otro día de hambre. Otras cosas nos podrán robar el sosiego, pero esos riesgos, no. En los centros de toma de decisiones sabrán cómo duermen los poderosos. De cualquier forma, nuestra infravalorada relación con el sueño dice mucho del mundo en el que vivimos.

 

Rosa E. Pellegrino

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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