Vitrina de nimiedades | La franja de clases
14/06/2025.- Usar un teléfono inteligente hoy puede parecer un hecho tan común que es muy fácil olvidar las desigualdades escondidas detrás de este dispositivo. Mientras lo tengamos en nuestras manos, todos podemos parecer iguales o, mejor aún, sentirnos unos potenciales triunfadores de la lucha de clases. Sin embargo, la dopamina generada por las redes sociales y las posibilidades de tener todos nuestros datos en un solo aparato nos hacen ignorar cuán lejos estamos de cualquier escenario de equidad. Las nuevas tecnologías también entrañan desigualdades.
Esas diferencias comienzan con lo más superficial, la disponibilidad de recursos para comprar o renovar equipos de este tipo, pero se amplían cuando revisamos qué podemos hacer con estos aparatos. ¿Puede descargar y usar aplicaciones pagas? ¿Usa versiones premium de plataformas como X o Google Drive? ¿Su teléfono es territorio conquistado exclusivamente por apps gratuitas? Aquello que parece un lujo se termina convirtiendo en un odioso marcador de clases.
Además del software disponible, los costos de los paquetes de datos móviles y voz nos ponen en aceras distintas. En tiempos cuando hay más suscripciones a líneas telefónicas que habitantes en el planeta, de acuerdo con la Unión Internacional de Telecomunicaciones, se estima que el mantenimiento mensual de una línea telefónica oscila entre cinco y cien dólares mensuales, según las bondades del plan acordado con cualquier empresa telefónica y la región del mundo donde se encuentren los usuarios. Si hablamos de conexión fija, se estima que dos tercios de los habitantes de la tierra acceden a internet por esa vía, una situación que no es uniforme. Mientras el 91% de los europeos goza de ese servicio, solo el 38% de los africanos dispone de esta tecnología. Nada que el statu quo no tenga en su horizonte…
Esas brechas, sin embargo, parecen no tener culpables. Con los avances tecnológicos tan vertiginosos, es casi natural pensar que nunca habrá un mundo de iguales en términos digitales. Nos nace natural asumir que no es culpa del Estado, ni de las clases dominantes. Siempre habrá quien diga: "Es una herencia del atraso. Solo nos queda aceptarlo". Así, nos van aplicando el eficaz remedio de la resignación, el mismo que impide una amplia alfabetización tecnológica, la equidad de género, la igualdad de oportunidades laborales y el aprovechamiento real de las posibilidades tecnológicas existentes hoy.
En ese escenario, nuestros teléfonos también pueden restringir los sentimientos sobre las cosas más personales o cotidianas. Estudiosos del futuro y de la comunicación comentan en distintas plataformas cómo la posibilidad de almacenar grandes volúmenes de información y la prevalencia del imperio de la fotografía y el video pueden transformar la nostalgia como sentimiento. El argentino Ezequiel Gatto, por ejemplo, cree que la imagen es el modo de experiencia de los desposeídos, pues considera que las experiencias están cada vez más mediadas por las pantallas. En otros ámbitos, se advierte que la manipulación promovida con la inteligencia artificial solo deja una opción para conocer la verdad: estar en el lugar de los hechos. La realidad, el cara a cara y lo palpable constituyen nuestra franja de clases.
Rosa E. Pellegrino