Crónicas y delirios|La inteligencia artificial, un hito en el asombro

06/06/2025.- El tema de la inteligencia artificial (AI) es a la vez decisivo y fascinante porque, de la misma manera como sucedió con otros hitos de nuestro devenir planetario (la Revolución Industrial en el siglo XIX, por ejemplo), su presencia instaura la pauta de un antes y un después. Por fortuna, a los mortales de esta época nos ha tocado ser testigos de las transformaciones iniciales de la IA, aunque ni siquiera podamos imaginar el futuro de logros pasmosos y desconcertantes que nos aguarda.

Hoy los alcances de la IA ya superan, como en un raudo torneo fantástico, las ocurrencias de la ciencia ficción que plasmaron escrituralmente H. G. Wells, Julio Verne, Ray Bradbury o Isaac Asimov, y también las utopías o distopías fílmicas de La naranja mecánica (Stanley Kubrick), La guerra de las galaxias (George Lucas) y Blade runner (Ridley Scott), para solo acordarnos de las más renombradas.

Como luego de vencer temores innatos por deriva de la edad, me he aficionado con tesón indagatorio al ámbito de la inteligencia artificial, ya realizo consultas específicas sobre arte, historia, política, sucesos, música y cualquier circunstancia de interés. También chateo mediante varios programas en boga, solicito opiniones acerca de textos propios o ajenos, ahondo sobre los personajes que aludo, requiero versiones de distintos autores acerca de un tema específico y siempre me abismo conceptualmente en este círculo novedoso y alucinatorio.

Por si fuese poco, ya hay programas que pueden llevarnos a diálogos entre el presente y el futuro, conversaciones de diverso tipo con familiares fallecidos o creación de videos con voces e imágenes de ellos; posibilidad de experiencias ubicuas —logramos estar en varios sitios a la vez: en un espacio de TV, en una rueda de prensa y cortándonos el cabello en una barbería—; emisiones de debates ulteriores acerca de asuntos políticos o económicos —por ejemplo, basados en características de temas y expositores antiguos sin que el público televidente se percate de ello—; simulación de coloquios con personajes famosos y muchas otras experiencias virtuales que también descubrirán con asombro.

Por otra parte, desde los años cincuenta del siglo pasado, filósofos, científicos e investigadores mucho han discutido acerca de si un progreso trascendente en la inteligencia artificial general (IAG) de las computadoras supondría la extinción humana o alguna otra catástrofe globalizada e irrecuperable.

Un argumento para esta hipótesis —según ciertos pensadores— es que la especie humana actualmente domina a otras especies porque nuestro cerebro tiene algunas capacidades distintivas de las que carecen los animales. Si la IA superara a la humanidad y se volviera "superinteligente", entonces podría volverse difícil o imposible de controlar.

Nosotros creemos que mientras las tesis prorrobóticas no se comprueben de manera efectiva en el escenario terrenal, lo demás queda para el suspenso y el delirio, como el viralizado hace meses en el chatbot del motor de búsqueda de Microsoft, Bing, cuando un robot le dijo a un periodista de The New York Times que le "gustaría ser humano, fabricar un virus mortal y cometer una serie de actos destructivos". O aquella otra máquina que ante la pregunta de si desaparecería la raza humana, respondió: "¡Por supuesto, como sucedió con los dinosaurios!".

Como hecho curioso, pero emblemático y elocuente, hallamos la creación de la iglesia El Camino del Futuro (The Way of the Future) en Estados Unidos, en el año 2015, por parte del ingeniero en sistemas Anthony Landowsky, con el fin de promover y desarrollar la adoración a su deidad la inteligencia artificial como tecnológico ser supremo. La iniciativa, que en principio causó gran cobertura en los medios y un amplio debate ético, culminó siete años más tarde sin oraciones de réquiem.

Para finalizar estos comentarios cibernéticos que proseguiremos en otra oportunidad, solo resta aludir a nuestra reciente experiencia como usuarios del chatbot ChatGPT, robot privilegiado en el ranking de su género. En efecto, al inicio del período de prueba, se nos ocurrió solicitarle que escribiese un artículo sobre Trump y los aranceles, tema de máxima atención mundial. A continuación, incluyo el texto redactado por el bot, que no deja de sorprendernos por su apego a la realidad del momento. ¡Juzguen ustedes, amigos lectores!

 

Trump y los aranceles: la ayuda que engaña a la economía mundial

Mientras el mundo intenta mantener un equilibrio precario en sus cadenas de suministro y relaciones comerciales, Donald Trump ha llegado como un torero con los brazos cargados de aranceles y una sonrisa de complicidad con los proteccionismos baratos. Su estrategia: usar los aranceles como una cuerda para atar a todos en un juego de poder y chantaje económico, con la esperanza de que la balanza siempre lo favorezca.

Pero lo que Trump parece olvidar —o, tal vez, no le importa— es que los aranceles no solo afectan a sus adversarios, sino que vuelven en forma de boomerang a su propia economía. Al subir los costos de importación, encarece el producto final, reduce el consumo doméstico y ahoga a las empresas que pobremente intentan sortear las barreras que él mismo impone. La economía estadounidense, lejos de fortalecerse con su política, se convierte en un condenado a luchar contra su propio reflejo, mientras el resto del mundo busca formas de esquivar sus trampas.

Además, esta guerra de aranceles no es nada más una cuestión económica; es una lección de soberanía malentendida. Trump ha reducido las relaciones internacionales a una especie de torneo de fuerza, donde el diálogo y la cooperación quedan en segundo plano frente a un proteccionismo que solo alimenta la incertidumbre y aviva las llamas de una rivalidad que podría haber sido evitada.

Lo peor de todo es que, en su afán por mostrar fuerza, se disfrazan las verdaderas heridas de la globalización: las desigualdades, la precariedad laboral y los desequilibrios ecológicos que ningún arancel podrá solucionar. La medida, en realidad, no busca mejorar la economía de fondo, sino acumular un poder momentáneo, una victoria que solo deja un rastro de daño en el camino.

Trump y sus aranceles. Una jugada cortoplacista, una cortina de humo que oculta la vulnerabilidad de un modelo soberbio, olvidándose de que en el comercio mundial, el poder real reside en la capacidad de escuchar, dialogar y entender, y que nadie puede gobernar desde una torre de aranceles y amenazas.

La economía global no necesita un tarantinesco espectáculo de fuerza. Necesita cooperación, lógica y un liderazgo que, más allá de los egoísmos, tenga la visión de un mundo donde todos salgamos beneficiados, no solamente unos pocos, en el juego del poder.

 

Igor Delgado Senior


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