Aquel Chávez bajo el aguacero de las siete avenidas

La lluvia y un río humano desbordaron el centro de Caracas

La enfermedad que padecía no le impidió el encuentro con su pueblo.

 

05/10/22-. La mano derecha en alto, apuntando a la espesa capa de nubes grises. En la izquierda la que fue siempre su verdadera arma: el micrófono para conectar con las multitudes que ese día alcanzaron niveles casi míticos al desparramarse por siete de las avenidas principales del centro de Caracas, bajo un auténtico diluvio.

Fue un acontecimiento cargado de significados. El primero de ellos, el más inmediato en ese
momento, fue la certeza de un nuevo triunfo electoral. Una movilización como esa, con ese
volumen de gente, pero –sobre todo– con tanto fervor a flor de piel, no podía significar sino la
victoria del Comandante en la cita pautada para tres días más tarde, el ahora tan lejano 7-O.
Pero, claro, había mucho más: una amalgama de esperanza con angustia; de fe con temor; de
ganas de celebrar con ganas de llorar.

Hay que recordar los detalles: el presidente Hugo Chávez había anunciado su enfermedad en junio
de 2011 en una alocución desde La Habana que causó un efecto devastador en el colectivo. Desde
entonces afloraron muchas las dudas acerca de si el Comandante podría enfrentar un nuevo
desafío electoral o tendría que designar a un relevo.

Fueron varios meses de incertidumbre mientras el sector más miserable de la derecha le daba
vivas al cáncer y sacaba cuentas de cómo podría aprovechar la coyuntura para alcanzar el poder
que le había sido esquivo ya por diez años, contados a partir del par de días que lo tomaron por la
fuerza en 2002.

A mediados de aquel 2012, Chávez retornó a la plenitud de sus actividades presidenciales y quedó
claro que iba a la pelea por la reelección, a pesar de todos los pesares. Los cambios en su
fisonomía, por efecto de los agresivos tratamientos, eran la prueba más fehaciente de que la
principal lucha se estaba dando dentro de su cuerpo, no en la escena política, donde se veía muy
por encima de su principal oponente, Henrique Capriles Radonski.
Testigos privilegiados afirman que ya enrumbado en campaña, Chávez hizo esfuerzos heroicos
para mantenerse en la primera línea en unos recorridos por el país que son extenuantes incluso
para quien goza de perfecta salud, y ya se puede calcular lo que demandan de una persona
gravemente enferma.

Ha sido la máxima concentración de nuestra historia.

Guapeando desde el principio de la contienda oficial llegó entonces el líder bolivariano a aquel 4
de octubre cuando se pautó el cierre de campaña en Caracas con la más apoteósica de las
concentraciones, que ya no solo ocuparía la icónica avenida Bolívar, sino también metería gente
en las avenidas México, Universidad, Fuerzas Armadas, Lecuna, Baralt y Urdaneta.

Fue una demostración de fuerza formidable en la que Chávez no solo superó de manera
aplastante a la oposición, sino también batió sus propios récords de concentración de personas en
la capital.

Predestinado para los episodios históricos, Chávez comenzó a recorrer aquellos ríos humanos a
bordo del camión que había sido su tribuna móvil durante toda la campaña, mientras “el cielo
encapotado anunciaba tempestad”, como en el himno de la Guerra Federal que él mismo cantó
tantas veces a todo pulmón.

Y la lluvia, con un sentido casi cinematográfico de la oportunidad, se desató con todo su poder
justo cuando llegó la hora de que Chávez subiera a aquella tarima gigante, caminara por la
pasarela y hasta cantara y bailara bajo el chaparrón que, según los meteorólogos populares, fue
nada menos que el Cordonazo de San Francisco.

Cuando levantó su mano derecha en medio de aquella cortina de agua, muchos de los que
presenciaron esa escena, en carne y hueso o a través de la televisión, llegaron a sentir que sí, que
aquel hombre había vencido la fatalidad y que se encaminaba no solo a un nuevo triunfo en las
elecciones, sino también a una nueva vida, a un futuro promisor para él y para el país.
Porque el significado profundo de ese día tormentoso fue el de un líder que luchaba contra una
adversidad que habría hecho declinar a cualquiera y que, además, tuvo que mojarse hasta los
huesos, como una demostración adicional de sacrificio.

Nadie quería decirlo, pero el colosal mitin tenía un trasfondo de despedida, de última
oportunidad, de anticipo del adiós. Y por eso, el palo de agua fue entendido como un llanto de las
fuerzas incorpóreas de la naturaleza, del cielo cristiano, de los devas budistas o de quien sabe cuál
otra divinidad.

Finalizada esa jornada épica, se selló la victoria y Chávez tendría otras dos figuraciones públicas de
alto perfil histórico. La del “golpe de timón”, cuando habló muy seriamente acerca de los
profundos cambios que eran ya impostergables para seguir adelante en el rumbo revolucionario; y
la del 8 de diciembre, cuando habló con total franqueza acerca de lo que vendría en el muy
probable escenario de su desaparición física, y dictó instrucciones para la sucesión.
Entre el 4 de octubre y sus siete avenidas anegadas de agua y de gente, y el 8 de diciembre de la
última proclama, transcurrieron dos meses y cuatro días. Un tiempo breve, pero intenso en el que
la angustia terminó ganándole la batalla a la esperanza; el temor a la fe; y las ganas de llorar a las
de celebrar.

Las esperanzas que germinaron al ver al Comandante invencible desafiando el Cordonazo estaban
condenadas a marchitarse rápidamente, con ese mismo ritmo tremebundo que caracterizó a su
vida entera.

Sin embargo, el ejemplo de tenacidad que dio en esa campaña y ese triunfal día han sido
fundamentales en estos años tan difíciles. A la hora del dolor, de las nubes más oscuras, de la tempestad y la borrasca, en cada chavista ha salido a relucir aquel Chávez de la sobrehumana campaña de 2012, aquel Chávez con la mano en alto, bajo la lluvia en las siete avenidas.

Ni la lluvia pudo contener el amor del pueblo hacia su líder, el Comandante Eterno.

El verbo encendido en pleno diluvio

“Miren aquí estoy, como les dije, gracias a Dios, gracias a ustedes. José Vicente Rangel me
entrevistaba hace unos días y hablábamos del tiempo, bueno ha pasado un tiempo ya largo en
esta batalla. Nosotros venimos de lejos, esta batalla nuestra es larga, esta batalla nuestra tiene
más de 500 años en esta tierra. Aquí estamos los hijos de Guaicaipuro ¿quién se siente aquí
Guaicaipuro? Todos somos Guaicaipuro y su grito de guerra contra el imperio español ana karina
rote… de ahí venimos nosotros, de la resistencia aborigen, de la resistencia india, de la resistencia
negra, de los explotados, de los dominados de siempre. Ha sido larga la batalla, nosotros somos
¡los hijos de Simón Bolívar! ¡Las hijas de Simón Bolívar! Nosotros somos los patriotas del 5 de julio,
del 19 de abril, nosotros somos los soldados de José Félix Ribas en La Victoria. Eso somos nosotros,
hombres y mujeres de hoy. Nosotros somos de las tropas de Ezequiel Zamora y su grito “tierras y
hombres libres”. Nosotros somos los hijos de las cargas de caballería de Maisanta y los últimos
hombres de a caballo. Es larga la jornada que nosotros hemos venido batallando. Nosotros somos
los hijos de las columnas guerrilleras de Argimiro Gabaldón, con su corazón y brazo, nosotros
somos los del Caracazo somos nosotros. ¡Nosotros somos los del 4 de febrero carajo!”.

 

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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