Tinte polisémico | ¿Organización formal e informal?

La dirección no puede asumir la organización informal como la simple cara de una dicotomía

Cuando comencé, a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, mis estudios de administración, me pareció sumamente interesante, desde el ángulo de la curiosidad, que el pénsum de la carrera contemplara la asignatura Sociología.

Como todo profesional, después de años de experiencia en diferentes ámbitos e instituciones, pude comprobar lo acertado y pertinente de contar con los fundamentos y nociones sociológicos, pues resultan de gran utilidad como marco teórico en la práctica gerencial.       

Apenas ingresamos a laborar en una institución, lo primero que solicitamos para orientarnos administrativamente fue el organigrama, sus manuales de organización y procedimientos, reglamentos, instructivos. Contar con esos elementos nos familiariza con los canales regulares, niveles de responsabilidad, atribuciones, etc. Es esa primera aproximación la que nos permite abordar esa arquitectura, que llamamos la organización formal.

Tuve la suerte de conocer y asistir a un curso de formación con un reputado investigador argentino, Bernardo Kliksberg, y en una de sus clases hacía referencia a un concepto que él denominaba “la agenda de apoyo”, y a manera de ejemplo nos explicaba que muy probablemente cuando un empleado recién ingresaba a una empresa, podría obtener información valiosa y pertinente, a través de lograr, con cierta habilidad, conseguir información con la trabajadora que desempeñaba labores de aseo, la que servía el café, la asistente de la secretaria del gerente general o del mensajero motorizado. Así comprendí lo que es la organización informal.

En la evolución de la disciplina administrativa se transita de la Escuela de la Administración Científica, en donde el trabajador se consideraba como una extensión o apéndice de la maquinaria, a la Escuela de las Relaciones Humanas, que nace como un enfoque opuesto al paradigma imperante en el contexto de la empresa capitalista de las primeras décadas del siglo pasado.

Irrumpe entonces una nueva perspectiva, a raíz de una investigación de campo realizada por el psicólogo y sociólogo australiano Elton Mayo entre 1927 y 1932, en una empresa norteamericana de piezas telefónicas, ubicada en Chicago, la Hawthorne, y de cuyos resultados se concluye que necesariamente debía ahora la gerencia considerar al factor humano y sus intereses como lo más relevante, y no solo sus necesidades de índole estrictamente económico.

Sin embargo, el mismo profesor Kliksberg, en su libro El pensamiento organizativo, analiza cómo en esa supuesta humanización de la administración subyace una necesidad pragmática de la pujante empresa norteamericana: su productividad, la lógica capitalista.

Ahora bien, la organización informal es un fenómeno que posee una estructura compleja, integrada por miembros de diversas unidades grupales que interactúan entre sí, que adquiere una dinámica autónoma de la estructura jerárquica organizacional.

La organización informal la integran tres elementos claves para el sustento de su esquema relacional: procesos comunicativos, sentimiento cooperativo y la figura del liderazgo. A su vez estos elementos se integran en un sistema de socialización, de representaciones y formas que configuran y comportan la cultura de una empresa o institución.

La dirección no puede asumir la organización informal como la simple cara de una dicotomía, sino como una faceta de la dialéctica organizacional. Constituye una necesidad imprescindible su comprensión como una dimensión de la realidad sociológica institucional, que no es visible a simple vista. A la gestión le corresponde conseguir esa sinergia, aprehender esa totalidad y, de esta forma, lograr conducirla e incorporarla en la toma de decisiones conjuntamente con la organización formal.  

 

Héctor E. Aponte D.

       

 

 

 


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