Arte de leer | Mahmud Darwish o cuando la palabra duele

Los versos de Darwish son epicentro de una denuncia

Un diccionario escolar define a la poesía como las “realidades hondas del alma por medio de la palabra”. Esa manera de nombrar al arte que conjuga la metáfora con el canto, la imagen lúdica con el viento que sale de la boca, a veces se constituye en vivencias, reflexiones, alegrías, candores, así como también en llanto y dolor.

Ser sometido al despojo que proviene de una idea extremista, donde la razón queda anulada y donde no importa el arraigo que la gente tiene al lugar de su origen, genera reacciones que en algunos seres se transmiten por sentencias líricas:

 

Yo soy de allí. Y tengo recuerdos. Nací como nace la gente. Tengo una madre

y una casa con muchas ventanas. Tengo hermanos, amigos, y una cárcel con una fría ventana.

Tengo una ola que han raptado las gaviotas, un paisaje favorito, una hierba silvestre,

una luna en los confines de la palabra, la subsistencia de los pájaros y un olivar inmortal.

He pasado por la tierra antes de que las espadas pasaran por un cuerpo al que convirtieron en mesa.

Yo soy de allí. Retorno el cielo a su madre cuando llora por su madre

y lloro para que me reconozca la nube a su regreso.

He aprendido, para romper la regla, todas las palabras apropiadas en el tribunal de la sangre.

He aprendido todo el lenguaje y lo he deshecho para componer una única

palabra: Patria...

 

Y es así como el poeta se enfrenta a la “ocupación” de la tierra que le vio nacer, esa que ya no pudo darle sepultura en su seno:

 

La última tarde en esta tierra cortamos nuestros días

 

de nuestros arbustos y contamos los corazones que nos llevaremos

 

y los que dejaremos, allí. La última tarde

 

no nos despedimos de nada, y no encontramos tiempo para nuestro fin.

 

Todo permanece en su estado, el lugar renueva nuestros sueños

 

y a sus visitantes. De pronto no somos capaces de ironizar

 

porque el lugar está preparado para acoger al vacío. Aquí, la última tarde

 

gozamos de las montañas rodeadas de nubes. Conquista y reconquista

 

y un tiempo antiguo que entrega a este tiempo nuevo las llaves de nuestras puertas.

 

Entrad en nuestras casas, conquistadores, y bebed nuestro vino

 

de nuestra sencilla moaxaja, porque nosotros somos la noche en su medianoche, y no hay

 

alba portada por un jinete procedente de la última llamada a la oración.

 

Mahmud Darwish nació en el poblado de Al-Birwa, una aldea que los invasores sionistas desolaron y obligaron a su familia a desplazarse hacia el Líbano, y aunque posteriormente volvió de manera clandestina a su terruño, ya el Estado de Israel se había consumado de manera fáctica, contubernio al que combatió desde su activismo político como desde la pluma de su boca:

 

Para nuestra patria,

con colinas cercadas y desgarradas,

las emboscadas del nuevo pasado.

Para nuestra patria cautiva,

la libertad de morir consumida de amor.

Piedra preciosa en su noche sangrienta,

nuestra patria resplandece a lo lejos

e ilumina su entorno...

Pero nosotros en ella

nos ahogamos sin cesar.

 

Los versos de Darwish son epicentro de una denuncia, del enfrentamiento hacia una conjura que aterroriza a todo un pueblo, que durante varias décadas ha vivido un verdadero “holocausto”, definición usada por los agresores para simular ser ellos las víctimas. Hoy vemos el abuso sistemático del régimen de Israel: asesinan y bombardean de manera asimétrica y descarada, pero una voz se levanta desde las luces del alba:

 

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir: el fin de septiembre, una dama que entra,

con toda su lozanía, en la cuarentena, la hora del sol en la cárcel, una nube que imita un grupo de

seres, las aclamaciones de un pueblo a quienes ascienden a la muerte sonriendo y el miedo que las canciones

inspiran a los tiranos.

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir: sobre esta tierra está la señora de

la tierra, la madre de los comienzos, la madre de los finales. Se llamaba Palestina. Se sigue llamando

Palestina. Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama, yo merezco vivir.

 

Aunque el versador palestino falleció en 2008, su poesía tiene tanta o más vigencia en nuestros días. Cada vez que el ejército sionista dispara una bala, un poema se convierte en el sentimiento de quienes queremos una Palestina libre y que, además, nos duele:

 

Abraza a su asesino para lograr su clemencia: ¿te enfadarías mucho conmigo si sobreviviera? Hermano… hermano: ¿qué he hecho para que me asesines? Dos pájaros vuelan sobre nosotros, apunta hacia arriba. Dispara tu infierno lejos de mí… ven a la choza de mi madre para que te prepare las habas. ¿Qué dices? ¿Qué dices? ¿No soportas mi abrazo ni mi olor? ¿Estás cansado del miedo que me habita? Entonces arroja ese revólver al río. ¿Qué dices?… ¿Un enemigo en la ribera del río ha dirigido su metralleta hacia el abrazo? Entonces dispara contra el enemigo. Escaparemos juntos de sus balas y escaparás de tu delito. ¿Qué dices? ¿Me matarás para que el enemigo vuelva a su casa/nuestra casa y tú retornes al juego de la caverna? ¿Qué has hecho con el café de mi madre y de tu madre? ¿Qué crimen he cometido para que me asesines, hermano? No desataré la cuerda del abrazo. No te dejaré.

 

Ricardo Romero Romero | @ItacaNaufrago | artedeleer@yahoo.com

 

 

 

 


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