¿Quién se acuerda de la masacre de Tazón?

El 18 de septiembre estaban programadas actividades de agitación y protesta en la UCV

15-09-22.- Aquellos que se esfuerzan en atesorar solo recuerdos buenos de la IV República dicen que lo de Tazón mal puede calificarse de masacre porque no hubo muertos. Algunos de estos personajes se apoyan en un purismo lingüístico: solo es masacre o matanza aquel suceso en el que hay varios asesinados.

Entre los defensores de esa tesis hay, por cierto, varios que en su momento usaron la palabra que ahora consideran incorrecta. Se supone que lo hicieron porque en ese entonces tenían la cabeza caliente y ahora se les ha enfriado. Cosas de temperatura.

En fin, es la misma lógica de los que cuestionan los magnicidios fallidos porque, a su juicio, solo puede hablarse de magnicidio si se tiene la prueba del cadáver del Presidente.

Lo cierto del caso es que si en Tazón no hubo muertos aquel día de septiembre de 1984, hace ya 38 años, fue por una de dos razones. Para los creyentes, porque Dios es grande. Para los descreídos, porque quienes ordenaron a los efectivos militares disparar sobre cuatro autobuses llenos de estudiantes universitarios desarmados solo pretendían amedrentar, asustar, aterrorizar.

Veamos el contexto. Aquel era el primer año del gobierno de Jaime Lusinchi, el médico bonachón (y borrachón), hijo de madre soltera y con la secretaria como amante, a quien los hábiles publicistas habían descrito con una genial frase de cuatro palabras: Jaime es como tú.

El dirigente de Acción Democrática había ganado al galope a su rival socialcristiano, Rafael Caldera, quien intentaba volver a la presidencia tras los diez años de no reelección que establecía la Constitución. Pero había encontrado al país en plena crisis económica, derivada del Viernes Negro (18 de febrero de 1983) y por eso andaba en una onda de supuesta austeridad que golpeaba a todos los sectores populares y azotaba duro a las universidades.

En la Universidad Central de Venezuela era rector el psiquiatra Edmundo Chirinos, quien pese a haber ganado con los votos de la izquierda combativa, era acusado de acatar con demasiada obsecuencia los mandatos del gobierno de recortar beneficios estudiantiles y aumentar tarifas de servicios tan emblemáticos como el comedor universitario.

Su argumento es que los transportes habían sido “secuestrados”.

 

Ese era el cuadro el 18 de septiembre, cuando estaban programadas actividades de agitación y protesta en el campus ucevista. La Facultad de Agronomía, con sede en Maracay, envió su delegación a participar en las protestas.

Según los testigos del momento, el decano de Agronomía, Pedro Vegas, le comunicó a Chirinos sobre la partida de los buses, y el rector hizo algo insólito para cualquiera que tuviera un poco de respeto por la idea de la autonomía universitaria: llamó al ministro de Relaciones Interiores para que retuviera forzosamente los autobuses en el peaje de Tazón, es decir, a la entrada de Caracas. Su argumento es que los transportes habían sido “secuestrados”.

Aquí es necesario hacer un nuevo inciso. No hablamos de cualquier ministro de Relaciones Interiores, sino de uno con un historial oscuro y sangriento en lo que a la universidad y los movimientos populares se refiere: Octavio Lepage, el que desempeñaba ese mismo cargo en 1976, cuando los esbirros de la Disip mataron a palos a Jorge Rodríguez, padre. Saque cada quien la cuenta.

Pedro César Torrecillas, profesor de la Facultad de Agronomía y en ese tiempo dirigente estudiantil y participante de la expedición autobusera, cuenta así lo ocurrido: “Al llegar al peaje, un contingente de la Guardia Nacional, apertrechado con armas de guerra, nos detuvo. Los autobuses se alinearon a un lado. En la tradición libertaria y aguerrida del movimiento estudiantil, exigíamos al comandante, teniente coronel Vizcuña que nos dejase pasar, ya que era nuestro derecho constitucional al libre tránsito y por demás éramos estudiantes de la UCV que nos dirigíamos de la UCV a la UCV”.

Indica Torrecillas que fueron infructuosos los alegatos. “Se realizaron asambleas en cada autobús para decidir las acciones a seguir: regresar o tratar de avanzar hacia Caracas. En nuestra ingenuidad pensábamos que si intentábamos ejercer nuestro derecho, aunque seguro seríamos reprimidos, no pasaría de gases lacrimógenos, perdigones y planazos. Las asambleas decidieron avanzar; se subieron las ventanillas de los buses; los conductores del primero y el segundo no se atrevían a arrancar, y lo hizo el tercero, saliendo lentamente de la fila. Un oficial parado a un lado del vehículo sacó su arma de reglamento y disparó al caucho del autobús sin efecto alguno en este, pero desatando el infierno, al comenzar todos los guardias ubicados a ambos lados de la hilera de buses a disparar a discreción. Cuarenta y tres heridos, varios graves; afortunada y sorprendentemente ningún muerto”.

El hecho fue terrorífico no solo para los estudiantes, sino también para los conductores y pasajeros que quedaron atrapados en ese caos. Cuando se detuvo la agresión, algunos de esos automovilistas colaboraron trasladando los heridos a los hospitales de la ciudad. En la UCV, con la noticia, se había desatado la furia estudiantil contra Chirinos, a quien se responsabilizaba de lo ocurrido tanto como a Lepage y al gobierno.

Varios profesores que habían apoyado la aspiración de Chirinos al rectorado exigieron que renunciara: “Por primera vez en la historia de la universidad, un rector elegido democráticamente recurre a los organismos de fuerza extrauniversitaria, para resolver los conflictos en la comunidad ucevista –expresaron en un comunicado-. Esta actitud pone de manifiesto su absoluta incapacidad para manejar los destinos de la universidad por lo que exigimos su renuncia irrevocable al rectorado de la UCV”.

El rector presentó la renuncia, pero el Consejo Universitario no la aceptó.

El viejo discurso antisubversivo

Quienes creían que “Jaime era como ellos”, esperaban que el Jefe del Estado condenara la barbaridad de abrir fuego contra estudiantes desarmados. Pero, no. Jaime era como cualquier Presidente del puntofijismo, así que apeló al viejo truco del discurso antisubversivo.

Episodios como aquel aceleraron el declive del orden bipartidista.

 

Dijo: “Hay unos cuantos que están tratando de aprovecharse de situaciones de coyuntura para crear problemas de orden público que no estoy dispuesto a tolerar. Lo que pasa en las universidades es el represamiento de una distorsión muy grave de nuestra educación, pero que agentes subversivos quieran poner a andar sus propósitos, es cosa distinta y los muchachos no deben hacer el papel de tontos útiles”.

Episodios como aquel aceleraron el declive del orden bipartidista. El gobierno de Lusinchi tendría varios otros capítulos brutales de represión como las masacres de Yumare (mayo de 1986) y El Amparo (octubre de 1988). En el quinquenio se acumularon las explosivas cargas que detonaron apenas 25 días después de su despedida, el 27 de febrero de 1989, con el Caracazo.

En cuanto a Chirinos, fue candidato presidencial del Partido Comunista y otras organizaciones en 1988, apenas cuatro años después del cruento suceso de Tazón. Su vida terminó trágicamente en 2013, a los 78 años, privado de libertad por el homicidio de una paciente. Le dieron casa por cárcel debido a su edad avanzada. Allí lo encontraron muerto.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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